Sudán del Sur, el país más joven del mundo, no ha pasado un día de paz. Actualmente padece una guerra civil entre el gobierno y los rebeldes, originado, en su momento, por divisiones al interior del partido gobernante. El conflicto ha dejado miles de muertos, sin mencionar otras violaciones a los derechos humanos. Aunque parece que la paz se acerca, tras un acuerdo entre las partes en disputa.
Ayer, el representante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Sudán del Sur, Ahmed Warsam, anunció que está estudiando la manera de que los más de 800.000 refugiados sursudaneses en terceros países regresen a Sudán del Sur, tras el fin de la guerra civil en ese país. “Después de conseguir la paz en Sudán del Sur, esperamos que las autoridades nos ayuden en crear las condiciones que permitan la vuelta de los refugiados a su país lo antes posible”, sostuvo, en el marco del Día Mundial de los Refugiados.
Sin embargo, un informe de la ONG Médicos Sin Fronteras (MSF) hace serios cuestionamientos a la labor desarrollada por las Naciones Unidas, sobre todo, a la protección brindada a los refugiados en el Centro de Protección de Civiles (Poc), ubicado en Malakal, Sudán del Sur, en una región petrolera. El 17 y 18 de febrero de este año, ese Centro fue atacado inmisericordemente. Hubo entre 25 y 65 personas asesinadas, 108 heridos y cerca de 30 mil personas desplazadas. Ahora MSF señala vehemente que las Naciones Unidas no cumplieron con la tarea de proteger a los refugiados que se encontraban en el Poc de la violencia de la que habían huido; se trata, en palabras de esa entidad, de una muestra de lo que ha sido el fracaso de las Naciones Unidas en Sudán del Sur.
De acuerdo con Raquel Ayora, la Misión de las Naciones Unidas “no cumplió con su mandato de protección de la población civil tal y como se estableció en el Consejo de Seguridad. Antes del ataque, no pudieron evitar la entrada de armas en el campo, eligieron no intervenir cuando el enfrentamiento inicial comenzó y cuando el ataque llegó desde el exterior fueron extremadamente lentos para repelerlo”.
Al verse dejados a su suerte por las Naciones Unidas, los refugiados que sobreviven en este campo han perdido la confianza en las Naciones Unidas, sostuvo MSF. No obstante, están entre la espada y la pared. Pues dejar el campo de refugiados sería un suicidio, por no decir otra cosa. Es un panorama dantesco: 80% de las personas desplazadas se sienten inseguras en el PoC. Y, sin embargo, prefieren permanecer en el campo, queregresar y exponerse a la violencia que no cesa, pese a acercamientos entre el gobierno y los rebeldes.
“En estos momentos, el espacio disponible por persona es sólo un tercio de los estándares mínimos aceptables internacionalmente. La distribución de comida se mantiene a niveles de subsistencia y la provisión de agua no llega, a menudo, a los 15 litros por persona y día (el estándar mínimo internacional según las normas Esfera). Al mismo tiempo, los actos de violencia sexual son habituales en el campo, lo que hace de la vida diaria una apuesta”, sostuvo MSF, por medio de un comunicado divulgado hoy.
Esa ONG le hizo un llamado a las Naciones Unidas para que hagan “públicos los resultados de sus investigaciones sobre los acontecimientos que rodearon el ataque en Malakal”. Y dijo que las autoridades en Malakal necesitan revisar y adaptar sus planes de contingencia, y extraer “lecciones en otras crisis en las que tienen necesidades de protección y asistencia graves”.
Un llamado urgente, sobre todo, en el marco de la celebración del Día Mundial de los Refugiados. Una advertencia que hace recordar a lo sucedido en otros países africanos, Ruanda, por ejemplo, que sufrió una guerra civil de la que muchos fueron testigos, pero pocos trataron de detener, incluyendo las Naciones Unidas.