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El hombre fuerte

En el final de su reportaje sobre Zimbabue, Jon Lee Anderson se asoma al futuro incierto de este país con un líder de otro tiempo, incómodo para Occidente pero todavía con aliados poderosos que le permiten mantener su régimen de mano dura.

Jon Lee Anderson / Exclusivo en Colombia para El Espectador

25 de diciembre de 2008 - 05:00 p. m.
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Robert Mugabe es uno de los pocos “hombres fuertes” que quedan en África, una generación de líderes nacionalistas que surgieron después de la independencia, gobernaron durante décadas y, en contadas excepciones, impidieron que las alternativas democráticas tuvieran un espacio político.

Sin embargo, esto ha cambiado en los últimos años: Kenneth Kaunda entregó el poder en Zambia, al igual que Juluis Nyerere en Tanzania. En la actualidad, ambos hombres actúan en capacidad de consejeros, en roles similares al ejercido por Mandela. Mugabe, parecer ser, es incapaz de rendirse.

Jon Elliot, quien trabaja para Human Rights Watch, y anteriormente hacía parte del Ministerio de Relaciones Exteriores británico, sugiere que Occidente debe ayudar a facilitar la remoción de Mugabe, cuidándose de no ofrecerle opciones que lo amarren al poder.

“En comparación con lo que sucede en el resto de África, Mugabe hace parte de una generación de dinosaurios. Yo creo que Mugabe sí quiere entregar el poder, pero no lo hará si se trata de ceder ante la presión internacional. La situación económica en el país es grave; está buscando un acuerdo que traiga inversión y dinero al país y le otorgue un período de gracia para buscar su sucesor”,  dijo Elliot.

El secretario para la Organización Nacional del M.D.C., Elias Mudzuri, me dijo:

“Estamos aislados, luchamos por la democracia, pero necesitamos que Occidente nos ayude. No me avergüenza decirlo, y no soy un títere de Occidente tampoco”.

Cuando me reuní con Mudzuri,  éste llevaba puesta una gorra de béisbol con un logo que decía “Monumento Nacional a la Segunda Guerra Mundial, Washington D.C.”. En 2002 había sido elegido como alcalde de Harare, pero debido a las presiones ejercidas por el gobierno abandonó su cargo y huyó del país. Junto con su familia viajó a Cambridge, Massachusetts, donde obtuvo una maestría en administración pública de la Universidad de Harvard.

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Cuando regresó a Zimbabue, con intención de colaborar en la reciente campaña presidencial, seguidores del Zanu-P.F. visitaron su pueblo natal y golpearon gravemente a su padre, un anciano de 80 años. Semanas más tarde, su padre permanecía hospitalizado.

“Es responsabilidad de los Estados Unidos, como país democrático, y como el país más poderoso del mundo. No esperen que Rusia o China lo hagan porque no son países democráticos, y mientras tanto, donde sea que haya una dictadura y recursos naturales, ellos vendrán y saquearán nuestros países. Eso es lo que desean, y lo están logrado. Sólo miren a Darfur. Occidente teme ser acusado de neocolonialismo. Pero lo que realmente está sucediendo es que 12 millones de personas son víctimas del asedio por parte de un supuesto libertador. ¿Por qué está bien ayudar a Irak, enviarles fondos, y aquí está mal? Entregarle África a los dictadores y saqueadores no les ayuda; pero ¿dónde está el Hermano Mayor? Aquí no”, concluye Mudzuri.

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El Gran Zimbabue

A mediados de los años noventa, Zimbabue era considerado como un emergente destino turístico, entre otras por el atractivo de las Cataratas Victoria. Hoy en día son pocos los turistas que lo visitan. Tampoco los que visitan el Gran Zimbabue; las ruinas de la ciudadela; el Recinto Real, baluarte fortificado ubicado sobre el farallón, o el Gran Recinto con su torre cónica y su corral de altas paredes, el cual se cree era utilizado para llevar a cabo ritos religiosos (son las estructuras en piedra más grandes de África hechas por el hombre, con excepción de Egipto).

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En 1986, el Gran Zimbabue fue declarado Patrimonio Histórico de la Humanidad por la Unesco, pero el día que estuve los únicos visitantes eran un grupo de árabes en sudadera con sus esposas en largos vestidos y con pañuelos en la cabeza. Resultaron ser diplomáticos de la Embajada de Libia, disfrutando de un día de descanso.

Entre el siglo XI y el XV, cuando la ciudadela fue abandonada por motivos que aún se desconocen, el Gran Zimbabue era considerado como un importante centro de poder y comercio en la región. Allí se han encontrado utensilios chinos de verdeceledón, pedrería de vidrio y porcelana de la India y Arabia. Los primeros exploradores portugueses llevaron noticias de su existencia a Europa, pero sus descripciones siempre llegaban cubiertas en mitos y leyendas. Algunos creían que la ciudadela tenía una conexión con la Reina de Sheba, o tal vez era la ciudad bíblica de Ofir.

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En 1889, el magnate de la minería Cecil Rhodes recibió de la Reina Victoria el privilegio real para explorar y colonizar todas las tierras entre los ríos Limpopo y Zambezi. La primera ciudad fundada por la Columna Pionera de Rhodes, conformada por colonos hambrientos de oro y fuertemente armados, fue Fuerte Victoria, localizada cerca al Gran Zimbabue.

Rhodes estaba fascinado por las ruinas y envió varias expediciones arqueológicas a explorar el lugar. Estos arqueólogos sugirieron que las ruinas, en especial los estilizados pájaros de esteatita que cuidaban la ciudadela, constituían evidencia de una avanzada civilización blanca o semita, probablemente egipcia o fenicia, o inclusive podían ser descendientes de los “místicos habitantes de Gran Bretaña”. (Dichas teorías persistieron hasta la década de los sesenta a pesar de haber sido descalificadas tiempo atrás).

Para 1902, año en el que Rhodes muere, todos, con excepción de uno de los pájaros de esteatita del Gran Zimbabue, habían sido saqueados, incluyendo uno que ocupaba el puesto de honor en la elegante casa de Rhodes en Ciudad del Cabo, Groote Schuur.

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Los pájaros de esteatita y el Gran Zimbabue son parte importante de la controvertida historia del país. Rhodes y los colonos que lo siguieron, buscaban una presencia blanca en el pasado del país que justificara su derecho sobre la tierra, mientras que los líderes nacionalistas negros que surgieron en la década del sesenta, hombres como Robert Mugabe, veían la antigua civilización nativa como la justificación de sus propios derechos. A partir de 1980, todos los pájaros habían sido devueltos, con excepción del de Rhodes.

A la entrada del pequeño museo del Gran Zimbabue, una única encargada, una joven mujer, leía una novela romántica. Revisó mi boleto y me hizo señas para que pasara. Bajo la luz tenue de la parte posterior del edificio se veían siete pájaros,


parecidos a la esfinge, posados como centinelas sobre los zócalos de piedra. Frente a ellos, sobre la pared, se encontraban una serie de viejas fotografías de Robert Mugabe.

Desde que ascendió al poder, Mugabe ha manifestado su intención de erradicar el legado de Rhodes. Harare cambió su nombre original de Salisbury, y sus principales avenidas recibieron nuevos nombres conmemorando a los héroes de la liberación africana, Mandela, Samora Machel y, por supuesto, Mugabe. Pero 18 años después de que un tumulto derrumbara la estatua de bronce de Rhodes, en lo que era la Plaza Cecil y ahora es la Plaza de la Unión Africana, aún encontramos una calle Cecil Rhodes, y su presencia se percibe en otras formas.

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El obsipo Verryn explica: “Mugabe ha absorbido el legado colonial en su totalidad. Mire su ropa, la manera como habla, sus expediciones de compra. Es maravilloso, realmente increíble, dada su retórica anticolonialista. Pero su discurso radical, eso es lo que cree que el pueblo desea escuchar”.

Desde el momento en que los blancos entregaron el poder, la relación entre las razas ha sido tentativa e irresoluta. Uno de los efectos de la expropiación de granjas en Zimbabue es que la población blanca ha disminuido de aproximadamente 200.000 en 1980 a 20.000 en la actualidad. La mayoría de los llamados “Rhodies” emigraron hacia Sudáfrica y Gran Bretaña, pero muchos otros se asentaron en Australia, Nueva Zelanda, Canadá y los Estados Unidos.

En años recientes, algunos de los granjeros blancos zimbabuenses han sido bienvenidos en otros países de africanos como Nigeria y Zambia gracias a sus habilidades como agricultores. (La población blanca que ha permanecido en el país a pesar de la situación política se refiere a sí misma como “Zimbos”).

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La vida de un granjero blanco

Durante algunos días fui huésped de una de las pocas familias de granjeros blancos que aún permanecen en la zona del valle al norte de Harare. La granja estaba localizada a la orilla del Gran Dique, una formación geológica rica en minerales que se extiende por unas 300 millas. La familia, a quien llamaré los Edwards, eran cultivadores de tabaco.

En la primavera, colonos habían intentado invadir sus tierras, pero luego, inexplicablemente, éstos habían sido obligados a partir por el comandante del campo de terror local de Zanu-P.F., quien era uno de los más famosos veteranos de la guerra. Los Edwards no sabían cuánto tiempo más iban a poder permanecer allí.

Tanto el granjero como su esposa habían nacido en Zimbabue y habían vivido allí toda su vida. Lo tomaban un día a la vez. Edwards me decía que cada mañana cuando pasaba lista, se presentaban varios veteranos de guerra. Se aproximaban a él directamente o le hacían llegar solicitudes por escrito para que a través de su administrador les hiciera llegar combustible o “mealie-meal” (maíz molido). Estima que estas solicitudes le cuestan entre cuarenta y sesenta mil dólares al año, de los cien mil que produce la granja. (En los buenos tiempos la granja producía setecientos cincuenta mil dólares al año).

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“En realidad no hay opción. Es entregarles lo que piden, o una versión similar a ello, o verse frente a una posible invasión militar”, me dijo Edwards.

Un día subimos una de las montañas de granito cercana a la granja Edwards para visitar algunas pinturas prehistóricas del pueblo San, pero encontramos que las cavernas habían sido estropeadas con grafiti fresco.

Luego condujimos hasta una reserva animal cercana, donde a comienzos del año vivían diez rinocerontes blancos. Ahora sólo quedaban cuatro; los otros habían sido atacados con machete o habían sido heridos y dejados a morir. (Desde el comienzo de la invasión de tierras, la caza ilegal ha diezmado considerablemente la vida salvaje en Zimbabue.) Edwards cree que los culpables son cazadores ilegales que buscan vender los cuernos a los mineros chinos que recientemente llegaron a la zona; en la China el polvo de cuerno de rinoceronte es considerado un potente afrodisíaco.

A algunas millas de distancia, en una granja vecina, expropiada a un amigo de los Edwards, se erigía un campo minero de extracción de níquel operado por los chinos. Lentamente condujimos a través del campo, el cual se hallaba a lado y lado de un camino de herradura que atravesaba el área. Los chinos, de sombrero amplio y anteojos de sol, supervisaban el trabajo de varias docenas de trabajadores zimbabuenses que vestían overoles azules; vimos Caterpillars y maquinaria para cernir la tierra, al igual que los dormitorios de los trabajadores. A medida que pasábamos, los chinos se detenían y nos miraban hostilmente. En la distancia escuchamos explosiones.

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El 25 de septiembre, algunas semanas después de abandonar Zimbabue, asistí a la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York para escuchar un discurso de Mugabe. Un fuerte susurro de expectativa llenó el recinto a medida que Mugabe se aproximaba al podio. Se comentaba que había llegado a Nueva York con una comitiva de 54 personas, incluyendo a su esposa, Grace. A pesar del acuerdo tentativo para compartir el poder, Morgan Tsvangirai no se encontraba presente; su pasaporte estaba en poder de las autoridades de Zimbabue.

Vistiendo un elegante traje oscuro y corbata color malva, cuidadosamente enunciando en un inglés colonial pasado de moda, Mugabe habló de la necesidad de erradicar la pobreza en el mundo; a favor del “desarrollo sostenible” y los programas de “empoderamiento” que se requieren para lograr la justicia social y la estabilidad política.

Puntualizó sobre su propio programa de reforma agraria, diciendo que los zimbabuenses “son dueños de su propio destino, con un único obstáculo al progreso: las sanciones “ilegales, unilateralmente” impuestas.  Continuó denunciando a los Estados Unidos y Gran Bretaña por su participación en la guerra en Irak.

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“Quienes falsamente nos acusan de violaciones, son ellos mismos autores de genocidio, actos de agresión y destrucción masiva”, dijo.

En el palco de prensa, un hombre africano comenzó a aplaudir fuertemente, en especial ante la crítica contra los Estados Unidos. Pocos minutos más tarde, al terminar el discurso, se unieron a él 20 ó 30 más —reporteros de África, Medio Oriente y Asia— quienes dieron a Mugabe una prolongada ronda de aplausos.

* © 2008, Jon Lee Anderson. Este artículo apareció primero en la revista ‘The New Yorker’. Traducción de Laura Salazar.

Por Jon Lee Anderson / Exclusivo en Colombia para El Espectador

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