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Si alguien cree que el marketing político —¿existe una traducción aceptable al español?— es algo reciente o nuevo es que no ha estado prestando atención a los últimos ¿siglos? de la historia. Porque, desde que hay civilizaciones, el poder, tomase la forma que tomase en cada momento, se ha esforzado, y mucho, en transmitir su visión del mundo a todo aquel que estuviese mirando. Claro, el tiempo ha cambiado los medios y los mensajes que comunican a gobernantes y gobernados, pero siempre los ha habido. El arte ha sido el gran medio de comunicación del poder (político) en el pasado.
Si alguien tiene alguna duda sobre lo anterior no tiene más que ver el documental Pintores y reyes del Prado (Valeria Parisi, 2019), que desde su título establece el nexo entre lienzos y tronos. El documental es un paseo por las salas de la pinacoteca, sin otro turista que el actor británico Jeremy Irons, en conmemoración de los doscientos años del Prado (cumplidos el 19 de noviembre de 2019). No es mala manera de acercarse a ver a Tiziano, Velázquez, Goya y los otros gigantes allí escondidos.
En ese paseo uno comprende que una buena parte del poder de los reyes y emperadores que fueron deriva de cómo les representaron los mejores artistas posibles, con todos los símbolos de autoridad y mando.
Hoy, semejante forma de representación política sería un disparate. El poder (quien lo detenta y quienes aspiran a él) ya no es distante y su fuerza no radica en su misterio y en sus símbolos, sino en ser cotidiano, cercano y omnipresente. Hasta el más despistado de los ciudadanos de un país conoce a un puñado de políticos, porque desayuna, almuerza y come con ellos. Están en nuestros televisores, computadores y celulares. Los políticos, lejos de presentar sus emblemas y distintivos, se esfuerzan por aparecer distendidos, informales. Humanos. Los poderosos del pasado se mostraban de modos que realzaban y exageraban sus capacidades. Parecían dioses y semidioses. Los poderosos de hoy reducen el boato, hasta ocultarlo, haciéndose ver como uno más entre los ciudadanos, y así parecen menos poderosos.
Bien está si eso sirve para que el representante no se sienta ajeno a su representado. Para que recuerde a quién sirve. Mal está si la omnipresencia de los políticos es una forma de control, alienación y distracción. Cada vez los políticos aparecen más, pero dicen menos cosas de interés, porque lo importante es estar y aparecer mucho en los medios de comunicación y en las redes sociales. El poder hoy nos habla en Twitter, pero no parece decir gran cosa, ¿no?