El régimen Talibán lleva 100 días en el poder y la economía afgana está colapsada
Mientras Afganistán se hunde en la pobreza y la hambruna, la comunidad internacional enfrenta un dilema serio y complejo: ¿cómo garantizar ayuda humanitaria sin fortalecer el régimen Talibán? Entre tanto, según un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, si la economía del país no mejora, el 97 % de los afganos puede caer en pobreza.
Afganistán está más pobre y asilado. El país está sufriendo las consecuencias de las sanciones que la ONU y Estados Unidos han interpuesto al movimiento Talibán por terrorismo, entre ellas el congelamiento de las reservas afganas de divisas (9.000 millones de dólares), albergadas en la Reserva Federal, y la interrupción de la ayuda extranjera. Si el gobierno anterior recibió millones de dólares gracias a ella, hoy hay escasez de dinero en efectivo, la moneda nacional está devaluada y, como consecuencia, los precios de los alimentos y el combustible han subido. Los afganos están pasando hambre.
Lo que vive el país asiático es una crisis humanitaria. Según se lee en The New York Times, en Kabul las personas venden sus muebles a cambio de comida, y en otras grandes ciudades los hospitales no tienen los medios económicos para obtener suplementos médicos y para pagarles a sus empleados. Además, las fronteras con Irán y Pakistán enfrentan una ola de migrantes económicos.
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Un mes después de la toma del poder de los talibanes, el Programa Mundial de Alimentos advirtió que el 95 % de los cerca de 40 millones de afganos no tenían suficiente comida, y ahora, con la llegada del invierno, 23 millones están en riesgo de hambruna. La ONU también advirtió hace meses sobre la crisis humanitaria que se podía desatar en el país. Haciendo un llamado a los Estados miembros a “otorgar un financiamiento oportuno, flexible y amplio”, António Guterres, secretario general de la organización, solicitó que “todas las partes faciliten el acceso humanitario seguro y sin obstáculos a suministros vitales y esenciales, así como a todos los trabajadores humanitarios”, teniendo en cuenta que “casi la mitad de la población afgana (18 millones de personas) necesita ayuda humanitaria para sobrevivir”. Así, el dilema en el que está la comunidad internacional es serio y complejo: ¿cómo garantizar ayuda humanitaria sin reconocer el gobierno Talibán? ¿Cómo atender la crisis humanitaria sin fortalecer el nuevo régimen?
Si bien Estados Unidos y la Unión Europea acordaron dar $1.29 billones en ayuda a Afganistán y a los refugiados afganos en países vecinos, estas acciones no harán mucho si la economía sigue en declive. Abdallah Al Dardari, representante residente del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en Afganistán, le dijo a The New York Times: “Ninguna crisis humanitaria puede ser gestionada únicamente con apoyo humanitario. Si perdemos estos sistemas en los próximos meses, no será fácil reconstruirlos para satisfacer las necesidades esenciales del país. Estamos siendo testigos de un rápido deterioro, hasta el punto de no retorno”.
Y es que, según un análisis del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, citado por el diario estadounidense, para mediados del próximo año, el 97 % de los afganos pueden situarse por debajo del umbral de pobreza.
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Afganistán está más pobre y asilado. El país está sufriendo las consecuencias de las sanciones que la ONU y Estados Unidos han interpuesto al movimiento Talibán por terrorismo, entre ellas el congelamiento de las reservas afganas de divisas (9.000 millones de dólares), albergadas en la Reserva Federal, y la interrupción de la ayuda extranjera. Si el gobierno anterior recibió millones de dólares gracias a ella, hoy hay escasez de dinero en efectivo, la moneda nacional está devaluada y, como consecuencia, los precios de los alimentos y el combustible han subido. Los afganos están pasando hambre.
Lo que vive el país asiático es una crisis humanitaria. Según se lee en The New York Times, en Kabul las personas venden sus muebles a cambio de comida, y en otras grandes ciudades los hospitales no tienen los medios económicos para obtener suplementos médicos y para pagarles a sus empleados. Además, las fronteras con Irán y Pakistán enfrentan una ola de migrantes económicos.
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Un mes después de la toma del poder de los talibanes, el Programa Mundial de Alimentos advirtió que el 95 % de los cerca de 40 millones de afganos no tenían suficiente comida, y ahora, con la llegada del invierno, 23 millones están en riesgo de hambruna. La ONU también advirtió hace meses sobre la crisis humanitaria que se podía desatar en el país. Haciendo un llamado a los Estados miembros a “otorgar un financiamiento oportuno, flexible y amplio”, António Guterres, secretario general de la organización, solicitó que “todas las partes faciliten el acceso humanitario seguro y sin obstáculos a suministros vitales y esenciales, así como a todos los trabajadores humanitarios”, teniendo en cuenta que “casi la mitad de la población afgana (18 millones de personas) necesita ayuda humanitaria para sobrevivir”. Así, el dilema en el que está la comunidad internacional es serio y complejo: ¿cómo garantizar ayuda humanitaria sin reconocer el gobierno Talibán? ¿Cómo atender la crisis humanitaria sin fortalecer el nuevo régimen?
Si bien Estados Unidos y la Unión Europea acordaron dar $1.29 billones en ayuda a Afganistán y a los refugiados afganos en países vecinos, estas acciones no harán mucho si la economía sigue en declive. Abdallah Al Dardari, representante residente del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en Afganistán, le dijo a The New York Times: “Ninguna crisis humanitaria puede ser gestionada únicamente con apoyo humanitario. Si perdemos estos sistemas en los próximos meses, no será fácil reconstruirlos para satisfacer las necesidades esenciales del país. Estamos siendo testigos de un rápido deterioro, hasta el punto de no retorno”.
Y es que, según un análisis del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, citado por el diario estadounidense, para mediados del próximo año, el 97 % de los afganos pueden situarse por debajo del umbral de pobreza.
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