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Entre Charlie Hebdo y Colombia: dos claves de la libertad de prensa

Al cumplirse un año de la masacre de ocho caricaturistas en el semanario Charlie Hebdo, en París, el director de la Fundación para la Libertad de Prensa analiza las claves sobre el oficio en Colombia.

Pedro Vaca* / Especial para El Espectador
07 de enero de 2016 - 02:07 a. m.
Archivo EFE / Archivo EFE
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La violencia contra la prensa: ¿excepción o tradición?

Francia cerró el año como el segundo país del mundo en el que se registraron más asesinatos de periodistas. Dos episodios bastaron, la masacre de ocho caricaturistas de Charlie Hebdo en enero y los atentados contra el teatro Bataclán en noviembre, en el que fue baleado el periodista freelance Guillaume B. Decherf.

En 2015, Francia solo fue superado por Siria, que en medio de un conflicto armado registró 13 asesinatos de periodistas según los registros de Comité para la Protección de Periodistas de Nueva York. Colombia con cuatro asesinatos -dos de ellos relacionados con el oficio periodístico- se ubicó en el décimo lugar.

Diversas circunstancias hacen que este triste ranking sea dinámico: las coyunturas sociales, políticas y de conflictos armados hacen que algunos países ocupen rápidamente los primeros lugares. Con un análisis de cifras se pueden constatar fácilmente dos tendencias: la excepción y la tradición. En el primer grupo están países como Francia rara vez han estado, que entran y salen de las estadísticas a partir de situaciones trágicas pero puntuales. Ucrania es un buen ejemplo, que pasó del segundo lugar en 2014 a estar fuera del ranking de los 20 más peligrosos en 2015.

Del otro lado encontramos los países donde la violencia contra la prensa se ha normalizado, Estados que o bien han ocupado los primeros lugares por varios años o nunca han salido del ranking de los 20 países más peligrosos para ejercer el periodismo. Allí, países como Irak, Siria, Pakistán, Somalia, Yemen, México, Honduras, Brasil y Colombia permanecen. En el caso colombiano, desde 1999 y hasta el año 2010 permanecimos en el top 10 de los países más mortales para la prensa, esto con excepción del año 2008 en el que no se registraron asesinatos, y siendo los primeros en el año 2000. A partir del 2010 Colombia se ubica entre la posición 10 y la 15: entramos al ranking pero no parece haber horizonte próximo de salir.

Ser un país con violencia excepcional o tradicional contra la prensa varía completamente la forma en que las sociedades reaccionan a estos atentados contra la democracia. Hace un año, cuando ocurrió la masacre en la redacción del semanario Charlie Hebdo, un grupo significativo de colombianos reclamaba por qué tanta solidaridad con la prensa francesa y tan poca con la tragedia de la libertad de prensa en Colombia.

Los 152 asesinatos de periodistas en Colombia que registró el Centro Nacional de Memoria en su informe “la Palabra y el Silencio” son una muestra no solo de la dimensión de la violencia sino también de la normalización de la misma. No es que no exista solidaridad contra la prensa en Colombia, de hecho el gremio periodístico colombiano es reconocido internacionalmente por generar instancias, organizaciones y sobretodo estar dispuesto a expresar su solidaridad. La diferencia está en el impacto social, la apropiación ciudadana de un derecho común y vital para la democracia.

En la cifra de 2015 sugerida por el Centro de Memoria no alcanzó a figurar otro caso: el de la periodista Flor Alba Nuñez en Pitalito – Huila. Allí se convocó a multitudinarias movilizaciones, el pueblo de Pitalito está herido, los medios instalaron el proyecto “Pitalito sin censura” pero el país siguió indolente. Más allá de observar por televisión una trágica escena de sicariato registrada por una cámara de seguridad, esa violencia se percibe como lejana por la sociedad colombiana en general.

Libertad de prensa, depende de quién y contra quién

La masacre de Charlie Hebdo revivió un debate enorme sobre los límites a la libertad de expresión. Es por todos conocido que las caricaturas que se publican en este semanario hacen equilibrismo sobre frágiles fronteras entre la libertad de expresión y el ejercicio de otros derechos.

Una de las portadas más polémicas de dicho semanario fue publicada en julio de 2013 a raíz de una masacre en Egipto. Charlie Hebdo publicó entonces una caricatura de Mahoma sosteniendo en sus manos el Corán con balas que impactan al texto sagrado y a Mahoma, la portada estaba acompañada de un texto que decía “El Corán es una mierda – No puede parar las balas”.

Tras la masacre de Charlie Hebdo un joven de 16 años retomó la portada sobre Egipto y la modificó, cambió a Mahoma por Charb, el director del semanario y al Corán por una edición de la revista, acompañó la caricatura de una leyenda que decía “Charlie Hebdo es una mierda – No puede parar las balas”. El joven fue detenido, procesado por apología al terrorismo y dejado en libertad bajo vigilancia. Si bien Charlie Hebdo ha tenido muchos procesos judiciales, no se encontró registro de detenciones contra sus integrantes.

Este episodio es útil para comprender paradojas lamentables en sociedades democráticas, donde si bien la libertad de expresión es considerado un derecho universal, los límites al mismo suelen estar acompañados de discriminación. En Colombia el rechazo de las autoridades a la violencia, por ejemplo, depende en muchas ocasiones de la relevancia del periodista agredido, dejando por fuera de la preocupación situaciones graves contra periodistas que trabajan por fuera de las grandes ciudades. La soledad de los periodistas regionales en Colombia y la violencia que deben encarar es una muestra de menosprecio a los valores democráticos.

La masacre de Charlie Hebdo también dejó en descubierto que en muchas ocasiones se justifica la violencia como retaliación a la libertad de expresión. Más allá de rechazar la violencia sin importar el discurso en controversia, distintas personalidades enviaron mensajes con olor a merecimiento de “se lo habrían buscado”. En sociedades con deliberaciones públicas tan polarizadas como en Colombia esto también sucede. Las audiencias no acuden a los medios para tomar insumos y hacerse una idea propia de su entorno, en cambio, tienen una postura predeterminada y toman de los medios aquellas notas que refrendan lo que ya piensan.

Esto explica por qué el rechazo a la violencia contra la prensa no solo depende de quien se expresa sino contra quien se hace una denuncia. En Colombia hay claramente afinidades entre audiencias y periodistas que agudizan el rechazo de la violencia -cuando se coincide con la agenda noticiosa- o el merecimiento, cuando no se está de acuerdo con lo que se publica.

*Director de la Fundación para la Libertad de Prensa 

Por Pedro Vaca* / Especial para El Espectador

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