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Entre Sarajevo y Puerto Príncipe

Perfil del jefe de la misión colombiana en Haití.

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El Espectador
14 de enero de 2010 - 10:29 p. m.
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De todos los reconocimientos que ha recibido en su vida, hay uno que el teniente coronel Santiago Camelo guarda con especial orgullo. Se trata de la medalla al valor que, por recomendación de las Naciones Unidas, le fue otorgada por la Policía Nacional a comienzos de los años noventa.

Era 1993. Camelo pertenecía al grupo de policías colombianos miembros de las Fuerzas de Protección de Naciones Unidas en Sarajevo, Bosnia-Herzegovina, que  servía en medio de la sangrienta desintegración de Yugoslavia al lado del contingente argentino. Camelo vio correr de repente a sus compañeros: un guerrillero serbio —borracho y rencoroso contra los cascos azules— había entrado uniformado a una zona de seguridad con una granada en la mano.

“Todos salieron corriendo a protegerse. Y mientras tanto, Santiago se abalanzó sobre el hombre”, cuenta Sergio Camelo, su hermano. La pareja rodó por el suelo. Los cascos azules le gritaban desde lejos que lo dejara y corriera, para ellos dispararle al yugoslavo. Pero Camelo fue paciente. Sujetando con sus dos manos las del hombre que, a su vez, cubrían la granada, le tomó varios minutos convencerlo para que desistiera de la acción.

Fue la primera vez que lo condecoraron durante los meses en Yugoslavia. La segunda, tiempo después, vendría por su servicio distinguido. “A esas misiones mandaban a policías viejos, casados”, recuerda su padre, el coronel José Camelo. “Nuestros policías, en cambio, eran jóvenes. Y siempre asumían las misiones más arriesgadas”.

Así era, al fin y al cabo, Santiago desde niño. Ya fuera en los Boy Scouts del colegio San Bartolomé o como voluntario de la Cruz Roja durante sus últimos años en el Colegio Calasanz, durante su adolescencia en Pereira, fue siempre un muchacho inquieto. Tanto que, al graduarse, seguir la carrera de su padre se convirtió en una vocación ineludible: “Yo sólo quiero ser oficial de la Policía”, le dijo al coronel Camelo, antes de salir para Bogotá.

Desde entonces, Camelo se entregó a su carrera con vértigo y voracidad, hasta el punto de que hoy, a sus cuarenta años y con la responsabilidad de coordinar al equipo colombiano de la Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Haití, cuenta con unas credenciales remarcables: es comandante e instructor granadero (antiguerrilla) y comando jungla, también hizo el curso de preparación de agentes del FBI, en Virginia, Estados Unidos, se entrenó en Perú y es buzo de la Infantería de Marina.

Luego de  pasar gran parte de los noventa entre sus viajes de entrenamiento y sus responsabilidades con la Policía Antinarcóticos, Camelo fue llamado el año pasado para que liderara a los colombianos en Haití. La misión de los 26 uniformados en la isla se basa en acompañar y formar a la precaria policía haitiana, y la experiencia acumulada por sus años en la lucha antinarcóticos en la costa y otras regiones del país, más su facilidad para hablar tanto inglés como francés, lo convirtieron de nuevo en un candidato perfecto para llevar a cabo una misión internacional.

Y de esas salía. De una reunión de trabajo con algunos de los miembros del equipo que buscan, de alguna manera, reducir los niveles de corrupción, secuestro y narcotráfico en la isla, cuando el hotel donde estaba reunido en Puerto Príncipe se vino abajo. Camelo se salvó porque dio un salto a la piscina vacía. Y desde ahí, vio cómo los seis pisos de la construcción se desplomaron en un segundo. Desde ese momento del pasado martes vive en función de todos aquellos que aún están bajo las ruinas de concreto en las que se ha convertido Puerto Príncipe.

“Durante el día, de 6 de la mañana a 6 de la tarde, Santiago y el equipo están en la calle, ayudando en los rescates. Tienen que aprovechar antes de que caiga la noche, porque no hay luz”, dice su hermano, quien ha logrado hablar en un par de ocasiones con él.

Sólo brevemente —oficial  poco ha querido hablar del asunto en radio— Camelo les cuenta a sus seres queridos cómo luce la situación en la capital haitiana. Habla de los cuerpos en las calles. Y de cómo, incluso antes de que llegara el terremoto, ya veía él gente agonizando en los andenes.

Por El Espectador

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