Una llamada basta para terminar de empujar a Medio Oriente al caos total, de acuerdo con Jason Brodsky, director de la organización Unidos Contra Irán Nuclear (UANI). Medios estadounidenses reportaron el domingo que el presidente estadounidense Donald Trump vetó un plan de Israel para asesinar a Alí Jamenei, líder supremo de Irán. Así, esto refleja que una idea como esta “ya no es cuestión de capacidad” de Israel, sino de “voluntad” para conducirla, según el experto.
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Con el paso de las horas, funcionarios de Israel han empezado a declarar más abiertamente que un cambio de régimen sí está en sus planes si es que Teherán continúa atacando a civiles en territorio israelí, en respuesta a sus ataques contra el corazón del programa nuclear iraní que desde el jueves azotan Teherán. El asunto con esto es que Trump, aunque Israel busca meterlo al conflicto manifestando que Teherán busca asesinarlo, está limitado para dar esa “luz verde” que permitiría un golpe de esta categoría. Aunque públicamente reservados, los países árabes sunitas que comparten el vecindario con Irán e Israel, como Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, presionan a Trump para que frene la guerra entre Israel e Irán.
Aunque estas monarquías del Golfo comparten una postura hostil hacia Teherán (chiita), siempre han optado por debilitarlo de forma contenida para proteger sus intereses políticos y económicos y temen que, como van las cosas, Israel salga fortalecido en exceso de este conflicto. Una victoria contundente de Israel en este conflicto alteraría el equilibrio regional; si no es que su ofensiva ya lo está haciendo.
A Trump, entonces, le ha tocado la dura tarea de jugar a dos bandas en este episodio. Públicamente, ha pedido un alto el fuego y ha subrayado que no está participando en los ataques contra Irán para despegarse de Israel y atraer de nuevo a Teherán a la mesa de negociaciones, con el fin de calmar a sus aliados árabes. Por otro lado, recurre a la presión comercial contra la República Islámica para mostrarle a Israel su apoyo inalterable con su causa.
El problema con esto, explica el periodista Ignacio Montes de Oca, es que “no tiene sentido que Trump amenace a Irán con planteos comerciales”, pues “China y Rusia son sus aliados y la hacen inmune a cualquier sanción adicional”. Además, Teherán ya no confía en que Estados Unidos no esté participando de la operación de Israel, pues su inteligencia apunta a un apoyo irrestricto en los golpes sufridos desde el jueves. Sus palabras carecen de efectos.
Con estas limitaciones, a Trump le tocó convocar a otro líder mundial para tratar de sacar a Medio Oriente del atolladero: Vladimir Putin. Mientras el estadounidense busca contener a su aliado Israel, a su homólogo ruso le ha correspondido la difícil tarea de manejar a Teherán, con quien tiene un tratado de asociación, para que desescale la crisis. El problema con esto es que, así como Trump, Putin tiene limitaciones. Como dice Montes de Oca, Moscú no tiene cómo atender a su aliado por su propia debacle en la guerra que libra con Ucrania. Pero más que eso: Moscú también ha estrechado lazos con Israel, evidenciados en el retraso de envío de armas a Irán, lo que ha alimentado el descontento con Rusia en Teherán. En pocas palabras, ha perdido peso en su capacidad de disuadir o contener a Irán.
Por otro lado, Putin es tal vez quien más saca provecho con la crisis en Medio Oriente, pues la confrontación debilita el apoyo de Occidente a Ucrania. Además, toda la tensión eleva el precio del petróleo, lo que es esencial para salvar su presupuesto militar, según el analista militar Ruslan Pukov, en diálogo con la AP. Para algunos analistas, le conviene el sacrificio del régimen de Teherán para seguir con sus objetivos en el campo ucraniano. El gambito, al fin y al cabo, consiste en sacrificar una pieza para ganar la partida.
“Una guerra entre Israel e Irán contribuirá al éxito del ejército ruso en Ucrania”, señaló a la AP el analista pro-Kremlin Sergei Marko.
Sobre el actual conflicto como distractor de otras crisis también opinan los analistas de Gaza, que ven con preocupación que la ofensiva sobre Irán termine opacando la crisis humanitaria que viven los gazatíes, y sobre la que otros actores se han sumado la semana pasada para elevar la tensión. Egipto, que tampoco quiere problemas con Israel y busca evitar un levantamiento interno, bloqueó con represión el paso de la Marcha Mundial a Gaza.
Así, toda esta compleja partida de ajedrez, que se juega en un tablero más grande de lo que se imagina y en la que todos tiene mucho en juego, recuerda la crisis de Suez en 1956, cuando Egipto se enfrentó con Reino Unido, Francia e Israel por la nacionalización del canal de Suez. En dicho momento, Washington, con el presidente Dwight Eisenhower, y la Unión Soviética, con Nikita Jruschov, se unieron diplomáticamente para presionar a sus respectivos aliados a detener el conflicto, a pesar de que estaban en plena Guerra Fría. En dicho episodio, la diplomacia surtió efecto porque había varios factores que facilitaban la desescalada: un líder (Eisenhower) con credibilidad y respaldo interno y externo y dos bloques claros (la Unión Soviética y la OTAN). Pero hoy no solo no hay esas condiciones —Trump no tiene cohesión externa ni interna y hay una multipolaridad inestable con alianzas parciales y contradictorias (China, Turquía, los países del Golfo)—, sino que además Israel tiene mucha más autonomía y depende menos de la “luz verde” externa, por lo que puede actuar unilateralmente sin esperar a Washington.
En Estados Unidos, la cohesión del partido MAGA de Trump se desmorona y una entrada directa al conflicto no será tan fácil por la división del Congreso. ¿Necesita entonces Netanyahu la autorización de Trump para atacar? El líder israelí ve el momento más débil de Irán en años y parece decidido a hacerle el jaque a Jamenei. Las implicaciones de esto serían brutales, pero requieren un examen aparte. Lo que queda juego no es solo una región, sino el equilibrio entero de un tablero global donde ya nadie juega limpio, pero todos creen tener la última jugada.
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