La toma del talibán en Afganistán dejó mucho más que inestabilidad política y terror en las calles. El Programa Mundial de Alimentos de la ONU (PMA) informó esta semana que el 95 % de los afganos tienen un consumo insuficiente de alimentación: “El mes pasado vimos un aumento en el número de personas que no tenían suficiente para comer al menos una vez en la última quincena”. Una situación que se presentó en siete de cada diez familias afganas, según la organización.
El problema lo retrató Anna Cilliers, coordinadora médica de Médicos Sin Fronteras en Afganistán, quien nos comentó hace unos días que las sanciones económicas no permiten que la gente pueda llevar comida a sus mesas: “Es desgarrador y frustrante ver a tantos niños con desnutrición en nuestros hospitales, y en uno de estos está lleno de niños que necesitan hospitalización”.
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Pero el hambre no solo se siente en Afganistán. Hasta 811 millones de personas en todo el mundo estaban desnutridas en 2020, un aumento de 161 millones respecto al año anterior, advirtió Corinne Fleischer, directora regional para Oriente Medio y el norte de África del Programa Mundial de Alimentos en el World Youth Forum (WYF), un evento que reunió a figuras del mundo en la ciudad de Sharm el-Sheikh, en Egipto, para hablar sobre el cambio climático, derechos humanos y tecnología.
“Cuando se declaró el covid-19, fui a un pueblo en Siria y conocí a una mujer que en ese momento no tenía tapabocas, y que recibe comida del PMA. Ella me dio la explicación más dramática de lo que significa vivir con emergencias traslapadas: ‘Oíamos las bombas caer sobre nosotros y por eso escapamos. No puedo escuchar el covid-19, prefiero morir rápido por el virus que lentamente de hambre’”, contó Fleischer, quien agregó que en ese país 12,4 millones de personas tenían inseguridad alimentaria.
“El conflicto, la crisis climática y el covid-19 incrementan el hambre. Además, cuando la gente no tiene comida se exacerban los flujos migratorios, entre otros problemas, lo que puede exponer a las personas a muchas dificultades y violencia”, comentó la experta a este diario, quien agregó que en esta ecuación no se puede dejar de lado el cambio climático. Y es que si algo tienen en común Afganistán y Siria, además de un complejo escenario de conflicto, es la sequía.
Más de 12 millones de personas en Siria e Irak están perdiendo acceso al agua, los alimentos y la electricidad debido al aumento en las temperaturas y los bajos niveles récord de precipitaciones, mientras que en Afganistán, antes de la llegada del talibán, la peor sequía en 30 años ya había dejado a los agricultores en la indigencia y la desesperación.
“Lo que está generando el cambio climático, especialmente en los cultivos tradicionales, es que la gente se está quedando sin recursos por falta de agua para alimentar sus cultivos, sin mencionar que muchas veces carecen de tecnología para cambiar sus sistemas”, comentó desde Egipto Richard J. Hopkins, jefe del Departamento de Agricultura, Salud y Medio Ambiente de la Universidad de Greenwich.
Sin embargo, el problema también funciona a la inversa. Actualmente, la agricultura genera entre el 19 y 29 % de las emisiones totales de gases de efecto invernadero, según datos del Banco Mundial. Incluso, entre 2001 y 2011 las emisiones globales de la producción agrícola y ganadera aumentaron un 14 %, principalmente en los países en desarrollo. Esto fue impulsado por una mayor demanda mundial de alimentos y cambios en los patrones de consumo, explicaron analistas de la Agencia Europea de Medio Ambiente. Es decir, la forma en la que nos alimentamos genera un impacto en el planeta.
“Lo que encontramos es que cuando la gente está desesperada por producir los alimentos que necesita, o cuando es impulsada por las necesidades económicas, muchas veces recurren a alternativas que no son amigables con el medio ambiente. Incluso, se cierran a la diversidad y terminan cultivando solo arroz o trigo”, agregó Hopkins. Y es que desde la Segunda Guerra Mundial la agricultura se ha visto impulsada por la necesidad de alimentar a una población que se ha más que triplicado en los últimos 70 años.
No obstante, el escenario que se avecina es mucho más complejo: el mundo necesitará producir al menos 70 % más de alimentos para 2050, y así poder alimentar a unos 9 mil millones de personas. ¿Habrá comida para todo el mundo?
“Eso significa que todo el proceso agrícola, y la industria agroquímica que lo impulsa mediante la fabricación de pesticidas y fertilizantes, se centra casi por completo en el rendimiento. Y eso es lo que debe abordarse: el cambio que se requiere en la agricultura es tan dramático como lo que tiene que suceder en la industria del petróleo y el gas”, escribió John Scott, jefe de Riesgos de Sostenibilidad de Zurich Insurance Group. ¿Qué hacer?
Y es que no hay duda de que podemos aumentar la producción de alimentos para ese año. “Sin embargo, no podemos tener a 9.000 millones de personas con una dieta rica en proteínas animales. Se necesitan 1.500 litros de agua para producir un kilogramo de cereal y 15.000 para producir un kilogramo de carne. Las dietas más saludables ayudarán a reducir la presión sobre nuestros recursos naturales y responderán al problema de la obesidad, que es una preocupación creciente en todo el mundo”, se lee en una publicación de la ONU. ¿Qué mas se puede hacer?
Podríamos empezar por no botar la comida
Más de un tercio de los alimentos que producimos en el mundo es desperdiciado, por lo que abordar esta problemática es clave para quitarle carga al planeta. “Es importante que empecemos a hablar de producción local y sobre cómo generar un equilibrio alimenticio mediante la reestructuración de los sistemas de mercados”, comentó en Egipto Tristram Stuart, experto en medio ambiente. “Tenemos que empezar a apoyar a los agricultores del mundo para que logren transformar sus sistemas en procesos de producción mucho más ecológicos”, añadió.
¿Un ejemplo? Richard J. Hopkins habló de la producción agroecológica, una técnica que puede mejorar la resiliencia de los sistemas agrícolas, aumentando la diversidad de los cultivos a través de policultivos y agrosilvicultura. “Otro ejemplo de agroecología lo vimos en Cuba, donde ponen a los caballos a pastar una mezcla de hierba y leguminosa que crece entre los árboles limoneros. Los caballos actúan como controladores de las malas hierbas y fertilizantes naturales, lo que hace que la granja sea más productiva y económica”, explicó la organización Compassion in World Farming.
Por su parte, Corinne Fleischer comentó que no solo se trata de llevar comida lista a los lugares más afectados. “También apoyamos a las comunidades a producir alimentos. En Siria, por ejemplo, en un sitio donde el agua destruyó los sistemas de riego, decidimos reparar esa infraestructura y la comunidad logró producir 10.000 toneladas métricas más de trigo en un año de sequía. Estas 36.000 personas ya no requerirán la asistencia del Programa Mundial de Alimentos porque ahora están produciendo su comida”.
La organización creó puestos de trabajo, reparó escuelas, limpió hospitales, instaló sistemas de captación de agua y construyó caminos secundarios que ahora conectan las áreas remotas con mercados locales. “Pero en este punto necesitamos a los jóvenes. No es suficiente solo con escuchar lo que dicen los científicos, sino que es importante que ustedes sean los creadores, los que generen nuevas tecnologías para luchar contra el hambre, el conflicto y el cambio climático en el mundo”, comentó por su parte Hopkins.
¿Un foro de jóvenes sin juventud?
Aunque el objetivo del World Youth Forum era reunir a jóvenes de diferentes países para discutir las principales problemáticas del mundo, llama la atención que ellos no asistieron como panelistas a conferencias en las que se discutieron temas claves, en los que la juventud tiene mucho por aportar: inclusión y seguridad para las mujeres, paz y seguridad, transformación digital, emprendimiento, crisis climática y pobreza.
Organizadores del evento le comentaron a El Espectador que los jóvenes tuvieron varios espacios de discusión, entre ellos talleres previos al foro y laboratorios de diálogo. Además, participaron en un modelo de simulación de la ONU, en el que estuvo presente Abdel Fattah el-Sisi, presidente de Egipto. ¿De qué hablaron los jóvenes en el panel de Naciones Unidas?
“En mi país hemos insistido en que la distribución equitativa de vacunas e insumos médicos es fundamental, y trabajamos arduamente para producir vacunas y exportarlas a otros lugares en los que no hay la misma disponibilidad. Esto es importante, porque no podemos proteger los derechos humanos sin esta distribución equitativa. Nuestro presidente dice que al capitalismo no le importan los pobres, pero el covid-19 nos afecta a todos por igual. Es por eso que nos gustaría instar a cada uno de los países a proporcionar vacunas, sin tener en cuenta las diferencias políticas”, comentó el delegado de Cuba.
Mientras que la representante de la Alianza Mediterránea para la Participación Política habló sobre la violencia contra las mujeres en la pandemia y la violación de derechos humanos en Egipto: “La alianza está profundamente preocupada y condena los actos de discriminación contra las mujeres, los grupos minoritarios y otras comunidades vulnerables, así como los casos denunciados de experiencias forzadas de detención arbitraria y la represión de la sociedad civil”.
Por su parte, la delegación de Venezuela habló sobre la importancia de la cooperación para salir de la crisis derivada de la pandemia: “No somos realmente conscientes del legado que nos dejará el covid-19. Es por eso que necesitamos pensar juntos en voz alta, trabajar juntos en solidaridad. Podríamos ir mucho más allá si cooperamos. En mi país estamos trabajando arduamente para promover la igualdad y el Estado de derecho”.
* Artículo posible por invitación del World Youth Forum.
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