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Hace 20 años se desintegró la Unión Soviética

El 8 de diciembre de 1991 se reunieron los líderes de Rusia, Bielorrusia y Ucrania para firmar un acuerdo que la liquidó. Relato de los entresijos de la cita que cambió el mundo.

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Pilar Bonet. Especial de 'El País'
08 de diciembre de 2011 - 12:59 a. m.
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El líder ruso Vladimir Putin dijo que la desintegración de la Unión Soviética (URSS) fue la “mayor catástrofe geopolítica” del siglo pasado. Pero no fue así como la vivieron los tres líderes que firmaron el certificado de defunción de aquel Estado el 8 de diciembre de 1991, en Visculí, un pabellón de caza situado en el bosque de Belovezhye (Bielorrusia).

En aquel lejano diciembre de hace 20 años, Putin dirigía el comité de relaciones exteriores de la Alcaldía de San Petersburgo. Allí tutelaba las inversiones alemanas y concedía cuotas y licencias para exportar petróleo, metales, madera y otras materias primas a empresas que, a su vez, importaban carne, leche en polvo, papas y otros bienes de consumo a la ciudad desabastecida. Esas operaciones de trueque provocaron alguna investigación que quedó inconclusa. Aquel otoño, el jurista Dimitri Medvédev, de 26 años, daba clase en la Universidad de San Petersburgo y colaboraba como asesor con la Alcaldía y el comité de relaciones exteriores.

El presidente Medvédev discrepa de su mentor, el primer ministro, sobre el fin de la URSS. Perdónenme, pero la desintegración de la URSS fue prácticamente incruenta. Esta no es la principal catástrofe, no puedo estar de acuerdo, aunque fue un acontecimiento difícil para mucha gente, dijo.

El 7 de diciembre de 1991, el termómetro marcaba 25 grados bajo cero cuando los líderes eslavos comenzaron a llegar a Visculí, según cuenta en sus memorias Viacheslav Kébich, entonces jefe del Gobierno de Bielorrusia. El presidente de Ucrania, Leonid Kravchuk, alcanzó a abatir un jabalí antes de que se le unieran el jefe del Parlamento bielorruso, Stanislav Shushkévich, y el presidente de Rusia, Boris Yeltsin. Desde un aeropuerto militar, la delegación rusa fue trasladada a Belovezhye en un cortejo de Volgas blancos. Kravchuk y Yeltsin fueron alojados en el pabellón principal, un edificio de dos plantas construido en 1957 por Nikita Jrushchov para sus cacerías.

En Visculí, Yeltsin preguntó a Kravchuk si tenía intención de firmar un documento propuesto por el presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov, para renovar el Tratado de la Unión, su texto fundacional, que había sido ratificado en 1922 por las tres repúblicas eslavas y la Federación de la Transcaucasia (Azerbaiyán, Georgia y Armenia).

El ucraniano respondió de forma evasiva y Yeltsin dijo que había que elaborar una nueva estructura política. La situación es trágica. Si no tomamos ahora algunas decisiones razonables, puede suceder una catástrofe humanitaria, y de eso a la guerra civil no hay más que un paso, advirtió Yeltsin, tras referirse a la crisis económica, la insatisfacción social y la indisciplina de las repúblicas federadas.

El presidente ruso ordenó al segundo del Gobierno, Serguéi Shajrái, y al ministro de Exteriores, Andréi Kózirev, que formularan algún documento político bien escrito en el plazo de una hora. Lo redactaron a mano, porque no tenían máquina de escribir hasta que, desde una explotación agrícola cercana, trajeron a una secretaria. Kébich, ahora arrepentido de su participación en aquellos acontecimientos, suponía que se estaban poniendo las nuevas bases más firmes y justas del Estado de la Unión, pues las fronteras, el ejército y la moneda y todos los elementos económicos del Estado seguían siendo comunes.

Acompañándose de champán soviético, Yeltsin, Kravchuk y Shushkévich dieron forma a una nueva entidad a la que llamaron Comunidad de Estados Independientes (CEI). A instancias de Yeltsin, a la vez que aprobaban un párrafo, se servía champán soviético, según cuenta Kébich. El documento que allí se redactaba iba a llevar a un nuevo terreno jurídico la descomposición del Estado, que se había acelerado en agosto, tras el intento de golpe emprendido por altos funcionarios del régimen. Fracasada la conjura, Gorbachov había vuelto a ejercer como presidente de la URSS, pero el mundo había cambiado. Pese a su debilidad política, Gorbachov insistió en que las repúblicas soviéticas firmaran el Tratado de la Unión renovado, el documento de redistribución de competencias que el golpe les había impedido firmar en agosto de 1991.

La subordinación al centro federal representado por Gorbachov no estaba en los planes de Yeltsin. Para Ucrania, el nuevo Tratado de la Unión perdió su sentido tras el referéndum del 1º de diciembre que apoyó la opción independentista de Kravchuk. El ruso quiso reunirse con sus colegas eslavos sin Gorbachov, y Shushkévich se brindó a acogerlos en el bosque de Belovezhye, un refugio de bisontes en la frontera con Polonia. En Moscú, Gorbachov, que estaba al corriente del encuentro, preguntó a Yeltsin sobre los temas que iban a tratar y este lo tranquilizó diciendo que, con la ayuda de Shushkévich, iba a quitarle los sueños de independencia a Kravchuk.

En realidad, en Visculí ocurrió todo lo contrario. Cuando los líderes eslavos se disponían a cenar el 7 de diciembre, Guennadi Búrbulis, por entonces secretario de Estado de Rusia, declaró que faltaba el artículo final: las tres repúblicas habían formado un nuevo sujeto de derecho internacional, pero antes había que denunciar el Tratado de la Unión de 1922. Kébich escribe que sólo entonces comprendió el verdadero sentido de lo que estaba pasando.

Esto es un verdadero golpe de Estado. He informado de todo a Moscú, al comité..., espero la orden de Gorbachov, le susurró Eduard Shirkovskii, jefe del Comité de Seguridad del Estado (KGB) de Bielorrusia.

—¿Y tú crees que la darán?

—Por supuesto. Es evidente que se trata de una traición, si llamamos a las cosas por su nombre. Entiéndame: tenía que reaccionar. Presté juramento, dijo el jefe del KGB.

—Podías haberme avisado.

—Temía que no estuviera de acuerdo.

Moscú no daba señales de vida. Según Kébich, Gorbachov sabía que no era difícil arrestar a los participantes en la cita de Belovezhye, pero no habría sabido qué hacer con ellos, ya que juzgarlos habría podido provocar una reacción popular. El 8 de diciembre, por la tarde, los líderes eslavos firmaron el acuerdo alcanzado, junto con otros documentos. Entre ellos estaba la declaración política que constataba la desaparición de la URSS como sujeto de derecho internacional y proclamaba a la CEI como su sucesora, un acuerdo de coordinación económica y otro para la colaboración en las Fuerzas Armadas y el control de las armas estratégicas.

Después de la firma, Yeltsin quiso informar al presidente estadounidense George Bush. Alguien propuso contárselo primero al presidente ruso. De ninguna manera. En primer lugar, la URSS ya no existe, Gorbachov no es presidente y no nos manda. Y en segundo lugar, para evitar imprevistos, mejor que sepa de esto como un hecho consumado irreversible, dijo Yeltsin. Llamaron a Washington cerca de la medianoche. Yeltsin parecía un escolar. Kósirev le traducía. Al otro lado del hilo, escucharon con atención y después preguntaron quién controlaba las armas atómicas. No se preocupe, señor presidente. El maletín con el botón lo tengo yo. No hay peligro de uso de armas atómicas. El mundo puede dormir tranquilo, dijo Yeltsin. Kébich dice que mintió, porque el maletín nuclear estaba en poder del presidente de la URSS. Luego, Yeltsin ordenó a Shushkévich que llamara a Gorbachov.

—¿Por qué yo?

—Y si no, ¿quién? Estamos en tu territorio. Tú eres el anfitrión.

—¿Por qué informan antes al presidente de EE.UU. que al de la URSS? ¿Está ahí Boris? ¡Pásame a Boris!

Gorbachov gritaba tanto que todos los presentes lo oyeron...

—Pregunto si está Boris ahí. ¡Dale el teléfono a Boris!

—Mijaíl Serguéievich, Boris Nikoláevich me encargó...

—Vete al... No quiero hablar contigo. Dale el teléfono a Boris.

Yeltsin tomó el auricular.

—Boris, ¿qué has hecho?

—Mijaíl Serguéievich, los dirigentes de las tres repúblicas, preocupados por el destino de nuestros pueblos, hemos tomado la decisión de denunciar el Tratado de la Unión de 1922. La URSS ya no existe.

—¡¿Cómo que no existe?! ¡¿Y quién crees que soy yo?!

—Usted siempre igual. Sólo piensa en usted. Sus ambiciones personales son lo primero. Si se hubiera preocupado un poco por la gente y por el país, todo habría sido diferente... En resumen, ya resolveremos su situación de alguna manera, exclamó Yeltsin y colgó.

El acuerdo de Belovezhye fue ratificado con gran celeridad y apabullantes mayorías en el Parlamento ruso, con sólo seis votos en contra, y en el bielorruso, con uno. El 25 de diciembre, Mijaíl Gorbachov se dirigió a sus conciudadanos por última vez como presidente de la URSS y arrió la bandera soviética del Kremlin.

Han pasado 20 años y los protagonistas de aquella época están en la periferia de la vida política actual o han fallecido. En Moscú, Gorbachov tiene su propia fundación y disfruta de la compañía de su hija, sus dos nietas y su bisnieta. En Kiev, Leonid Kravchuk, padre de la independencia ucraniana, dirige también una fundación, escribe libros y participa en debates. En Minsk, Shushkévich es un furibundo adversario del autoritario líder Alexandr Lukashenko y milita en un partido socialdemócrata. A finales de 1999, Yeltsin renunció a la presidencia a favor de Putin, que le dio garantías de seguridad para él y sus parientes.

El año 1991 fragmentó la vida de los ciudadanos soviéticos. Millones de personas tuvieron que reinventarse o empezar de nuevo, emigraron a nuevas patrias y experimentaron vertiginosos ascensos y descensos sociales. Científicos de élite sin empleo y oficiales desmovilizados hacían de taxistas para poder comer, y pillos y delincuentes se transformaron en multimillonarios y oligarcas. Fueron procesos traumáticos y desgarradores.

Rusia ha cambiado mucho en estos 20 años. Con todo, la sombra de la URSS se proyecta —protectora o amenazante— sobre las vidas de los rusos, incluso de los más jóvenes. La nostalgia es en parte una reacción a las duras realidades de un proceso hoy encallado en el autoritarismo y la corrupción. También es un producto cultivado con fines políticos por el régimen de Vladimir Putin, que recuperó los símbolos soviéticos y los mezcló con los rusos para sostener la ilusión de continuidad.

Desintegración de la Unión Sovietica

1988
20 de febrero

El Soviet de la región azerbaiyana de Nagorno Karabaj, declara su intención de unirse a Armenia, desatando el primer conflicto territorial entre dos repúblicas soviéticas.

1988
16 de noviembre

El Soviet Supremo de la república soviética de Estonia adopta una declaración sobre la soberanía nacional en virtud de la cual las leyes estonias tendrán supremacía sobre las vigentes en la URSS.

1990
7 de febrero

El Comité Central del Partido Comunista de la URSS acepta la propuesta de su secretario general, Mijáil Gorbachov, de renunciar al monopolio sobre el poder político refrendado en la Constitución.

1991
20 de agosto

Estonia proclama su independencia. Letonia le sigue el 21 de agosto, Ucrania el 24, Moldavia el 27, Azerbaiyán el 30 y Kirguizistán el 31 del mismo mes.

1991
8 de diciembre

Líderes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia proclaman en Viskulí, poblado de Bielorrusia, la disolución de la URSS y la creación de la Comunidad de Estados Independientes.

1991
12 de junio

Yeltsin es elegido por sufragio universal presidente de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia, con lo que se convierte en el primer dirigente ruso democráticamente elegido.

1991
19 de agosto

Altos cargos políticos y militares dan un golpe de Estado y apartan del poder al líder soviético, Mijaíl Gorbachov. El vicepresidente, Guennadi Yanáev, asume como jefe de Estado. Se prohíben las actividades de partidos políticos.

1991
23 de agosto

Yeltsin decreta la suspensión de las actividades del PCUS. Al siguiente día Gorbachov dimite como secretario general del PCUS. Tres días después el Parlamento soviético suspende las actividades del PCUS en la Unión Soviética.

Por Pilar Bonet. Especial de 'El País'

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