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Invasión de Ucrania: la nostalgia destructiva

Vladimir Putin quiere para Rusia el papel de gran potencia en un nuevo orden internacional. Se ha esforzado por traer de vuelta el mundo de ayer, el de la Unión Soviética, y que los viejos modos sigan vigentes.

Miguel M. Benito*
27 de marzo de 2022 - 01:00 a. m.
Vladimir Putin, el pasado 18 de marzo, en un estadio durante la celebración de los ocho años de la anexión de Crimea. / AFP
Vladimir Putin, el pasado 18 de marzo, en un estadio durante la celebración de los ocho años de la anexión de Crimea. / AFP
Foto: AFP - MIKHAIL KLIMENTYEV

La nostalgia y el miedo son dos de las sensaciones que marcan la política de nuestros tiempos. Y suelen ir de la mano, porque ante la incertidumbre sobre el futuro se idealiza un tiempo pasado en el que todo era mejor y al que se quiere regresar.

Vladimir Putin, el implacable tecnócrata, el antiguo agente de la KGB, no es ajeno a esa nostalgia. Puede resultar lógico, porque para Putin el gran cambio fue sinónimo de decadencia. El colapso soviético no fue un debilitamiento transitorio, fue un shock trascendental, tanto a nivel interno como internacional. La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, una de las dos superpotencias que habían dado forma al orden internacional desde 1945, simplemente desapareció, dejó de ser. Y del colapso surgió un Estado, la Federación Rusa, convertido en un nuevo “enfermo de Europa”. Un país al que se tenía en cuenta como potencia nuclear, pero que a todos los efectos era un foco de posibles problemas, pero sin capacidades para aportar soluciones y hacer que su voz se escuchase en el nuevo orden global, el de la pax americana. Rusia se convirtió en el convidado de piedra en todos los foros internacionales. Parecía que Rusia podía aspirar a ser un aliado de Occidente.

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Y al eficiente Putin no le gustaba ese papel. Rusia se ha convertido en una potencia revisionista, que quiere un nuevo orden internacional en el que goce de un estatus que por capacidades no le corresponde, el de gran potencia. Así que se ha esforzado por traer de vuelta el mundo de ayer, hacer que los viejos modos no dejasen de estar vigentes. Así, la gerontocracia del politburó ha dejado su lugar a los mandarines y oligarcas; el nacionalismo ha ocupado el lugar del comunismo como ideología del Estado y la política de poder es el método de operar en el medio internacional.

Una historia digna de Orwell

Putin sabe que no es posible congelar el tiempo, pero sí, a la lampedusiana manera, ha hecho lo posible por lograr que en lo esencial nada cambie. Y la invasión de Ucrania es un intento más por reinventar el pasado.

Y cuando del pasado se habla, la historia importa. La invasión de Ucrania se ha justificado porque el origen de Rusia está en el Rus de Kiev, allá por el 882 d. C., y cierta esencia rusa estaría incompleta sin Ucrania. Lo que en el pasado fue debe volver a ser. Eso no es un argumento, es una excusa. Eso no es historia; es reducir muchos momentos y acontecimientos a un hito. Es obviar la condición dinámica de las sociedades a lo largo del tiempo y es ocultar que hay un pasado más cercano, en el que Ucrania fue sometida a una política consciente de represión y hambre, el Holodomor o genocidio ucraniano. Una política que causó millones de muertos (entre cuatro y seis, según distintos historiadores) y permitió ocupar partes de Ucrania con población rusa. Algo que no está en un pasado lejanísimo, porque ocurrió en 1932. Eso explica la tensión civil que ha vivido Ucrania entre abrirse a Occidente, la UE y la OTAN, o acercarse a la nueva Rusia tras la Guerra Fría. ¿Por qué debe pesar más lo que pasó en el 882 que lo que lo hizo en 1932?

También se ha intentado justificar la invasión rusa como una acción de protección a las minorías rusófilas de Lugansk y Donetsk. Si fuese así, por qué el ejército ruso no se ha limitado a ocupar esos territorios y se ha dirigido a Kiev, ha bombardeado Járkov y Leópolis y asalta Mariúpol.

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Como las dos justificaciones previas pueden parecer insuficientes, se ha añadido una tercera: que la OTAN ha provocado la invasión de Ucrania. ¿En qué medida amenaza la OTAN a Rusia? En todo esto, dónde queda la autonomía del gobierno de Kiev de decidir y actuar de acuerdo con su interés. Parece que Ucrania tiene más motivos para temer a Rusia de los que tiene Rusia para temerle a la OTAN.

Por último, se ha intentado justificar la invasión diciendo que no es tal, que la entrada en territorio ucraniano de tropas rusas, chechenas y, dentro de poco, milicianos llegando desde Siria, es una operación militar especial. Orwell estaría orgulloso. Hay un esfuerzo por hacer valer el relato sobre los hechos. La invasión rusa de Ucrania se desarrolla y al mismo tiempo se niega. Los medios de comunicación y las redes sociales como el otro campo de batalla. Emisión constante de mensajes contradictorios. No se trata de asentar una verdad alternativa, se trata de someter a la duda a todo lo que tenga que ver con la guerra en Ucrania. Incluso lo que es cierto.

Rusia lleva años realizando operaciones de desinformación, de interferencia en procesos internos, por medios tan baratos como los que pone a su disposición internet y un mundo de comunicaciones inmediatas y de difícil verificación. Sembrar la duda favorece la inacción y da tiempo al Kremlin para conseguir sus objetivos. En Siria ese ganar tiempo, dilatar la diplomacia, ha sido el mejor medio para obtener la victoria. Para hacer desaparecer a la oposición a Assad.

La política de poder

La razón última por la que Putin ha decidido invadir Ucrania es porque ha pensado que podía salirse con la suya, militar y políticamente. Tras un mes de invasión, con progresos más lentos de lo esperado, está por ver si de verdad Rusia puede conseguir la victoria militar que había planificado. Una operación rápida y que colapsase el mando y control ucranianos.

Políticamente, Putin llevaba mucho tiempo advirtiendo que su intención era proyectarse en la zona de influencia inmediata, de recuperar la presencia en el tradicional espacio de seguridad ruso. Y Occidente no le hizo caso. No lo consideró posible, a pesar de los antecedentes en Lugansk y Donetsk.

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A pesar de las guerras de Siria y Chechenia. En Chechenia, Putin solidificó su posición interna y fue tomando nota para reformar sus fuerzas armadas. En Siria, mostró su voluntad de ser un actor global, cuando la diplomacia estadounidense lo consideraba una mera potencia regional.

De nuevo Siria parece un antecedente inquietante. La guerra en Ucrania parece dirigirse a un escenario de prolongación y ataques contra la población, contra los corredores humanitarios, hospitales y recursos básicos. Una guerra muy sucia.

Quizás el mayor desprecio que Europa pudo hacerle a Putin haya sido no tomarse en serio sus advertencias o amenazas y considerarlo un actor de segunda fila en el teatro internacional, a la sombra de la nueva potencia emergente, China.

Putin, el autócrata

La decisión de invadir Ucrania ha puesto bajo el escrutinio público a Putin. Y se han producido algunos debates ridículos, entre los que han sostenido que Putin es un comunista que quiere rehacer la URSS o aquellos que han querido explicar sus actos como los de un capitalista depredador en busca de más recursos y mercados. Ni una cosa ni otra. Putin es un autócrata, si alguna ideología le inspirase sería la de capturar el poder, todo el poder posible, sin mayores escrúpulos. De momento, su ideología es el nacionalismo y el tradicionalismo, pero no duden de que si viese alguna ventaja significativa en el capitalismo o en el comunismo, los adoptaría. Del mismo modo que, a lo largo de sus años en el poder, desde 1999, ha creado una imaginería de líder vigoroso, determinado, exitoso y calculador.

Lo cierto es que la nostalgia que mueve las acciones de Putin es una muestra de debilidad que, quizás, haya insuflado cierto vigor a Europa, la UE y la OTAN, hasta hace poco moribundos. Eso sí, la vocación nostálgica de Putin no es inane, es una pulsión destructiva.

*Historiador e internacionalista.

Por Miguel M. Benito*

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