Antes de partir a Teherán, el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, había declarado que usaría todos sus dotes persuasivos para convencer al líder iraní, Mahmud Ahmadineyad, de firmar un pacto de intercambio nuclear. El acuerdo, visto desde las tribunas de la diplomacia, se convertiría en el primer paso para evitar las sanciones que hacen curso en el Consejo de Seguridad de la ONU contra Irán, impulsadas por las sospechas de varias potencias mundiales frente a las supuestas intenciones pacíficas de ese país con el uso de uranio. Finalmente, Lula logró su cometido.
Luego de un domingo pasado por las deliberaciones y con apoyo del también mediador Recep Tayyip Erdogan, primer ministro turco, ayer Ahmadineyad aceptó un trato: acordó enviar 1.200 kilos de su uranio poco enriquecido a Turquía dentro de un mes a cambio de combustible nuclear que será usado en un reactor de investigación médica. No más de un año después, Irán recibirá 120 kilos de uranio enriquecido al 20%, en un acuerdo que involucra a la Agencia Internacional de Energía Atómica y también a Estados Unidos, Francia y Rusia.
No obstante, la firma del acuerdo todavía está lejos de relajar la tensión que existe entre Irán y Occidente y que se recrudeció en febrero, cuando Ahmadineyad anunció que su país estaba en capacidad de enriquecer uranio al 20%. “No hay relación entre el acuerdo de intercambio y nuestras actividades de enriquecimiento”, aseguró Ali Akbar Salehi, jefe de la Organización de Energía Atómica de Irán.
De inmediato vino la reacción del Ministerio de Relaciones Exteriores francés, que por medio de su portavoz, Bernard Valero, declaró: “No nos engañemos, una solución a la cuestión del combustible no hará nada para resolver el problema que plantea el programa nuclear iraní”. Ahmadineyad, por su parte, después “del gran evento que tuvo lugar en Teherán”, como definió el acuerdo, dijo que espera que las presiones sobre su programa nuclear disminuyan y que se entre en una etapa de interacción y cooperación con su país.