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Nueve preguntas urgentes sobre Irán, Israel y el desorden global

Estados Unidos bombardeó Irán, revivió los temores de 2003 y dejó al mundo al borde de otra crisis, pero hay razones para mantener la calma. Solo el tiempo dará la respuesta.

Camilo Gómez Forero

22 de junio de 2025 - 08:48 p. m.
Infantes de Marina de Estados Unidos documentan a manifestantes durante una protesta contra la guerra tras los ataques aéreos de Estados Unidos e Israel contra Irán, en Los Ángeles, California.
Foto: EFE - KYLE GRILLOT
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¿Estados Unidos está en guerra?

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Aunque Donald Trump y su equipo insisten en que no han declarado la guerra a Irán, el bombardeo de tres instalaciones nucleares marca, de facto, la entrada de EE. UU. en un conflicto armado. Para Irán —y buena parte de la comunidad internacional— no hay ambigüedad: la acción estadounidense es un acto de guerra.

Trump argumenta que se trata de un ataque limitado, no un intento de cambio de régimen, pero como apunta Simon Tisdall, corresponsal de The Guardian, el país ha cruzado una línea: ha bombardeado otro Estado soberano sin autorización del Congreso, sin mandato de la ONU y bajo una justificación disputada por su comunidad de inteligencia. Igual que ocurrió en Irak en 2003, EE. UU. entra en guerra sin claridad estratégica ni plan de salida.

¿Estados Unidos puede justificar legalmente su ofensiva sin autorización del Congreso?

Un análisis de John B. Bellinger III, exasesor legal del Departamento de Estado y miembro del Council on Foreign Relations, sostiene que el ataque estadounidense a instalaciones nucleares iraníes carece de una base legal sólida en la Constitución estadounidense y en el derecho internacional.

La Constitución de Estados Unidos otorga al presidente amplios poderes bajo el Artículo II para usar la fuerza militar sin autorización del Congreso cuando hay una amenaza inmediata contra el país. Sin embargo, él y muchos expertos coinciden en que este no es el caso y que, además, un bombardeo de esta magnitud y riesgo sí podría requerir una autorización legislativa conforme al Artículo I, el cual faculta al Congreso para declarar la guerra.

La Oficina de Asesoría Legal del Departamento de Justicia ha señalado en el pasado que operaciones prolongadas o que expongan a tropas estadounidenses a alto riesgo deben pasar por el Capitolio. En el ámbito internacional, el bombardeo también es problemático: la Carta de la ONU prohíbe el uso de la fuerza, salvo en defensa propia o con aprobación del Consejo de Seguridad, condiciones que claramente no se cumplen. La administración Trump podría alegar “defensa colectiva” de Israel, pero eso dependería de si Israel actuó dentro de la legalidad internacional en primer lugar.

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¿Qué tan confiable es la inteligencia sobre Irán?

CNN reveló esta semana que las evaluaciones de inteligencia de Estados Unidos contradicen las alarmas emitidas por Israel sobre el programa nuclear iraní. Mientras que funcionarios israelíes aseguraron que Teherán estaba a punto de construir una bomba, fuentes dentro de la comunidad de inteligencia estadounidense afirman que Irán estaba aún a tres años de poder producir y entregar un arma nuclear funcional. Trump habría tomado la decisión de atacar, aunque la inteligencia nacional no tenía justificaciones para hacerlo.

Esa desconexión entre la inteligencia y la decisión política evoca precedentes inquietantes. En 2003, Estados Unidos invadió Irak bajo la premisa —hoy ampliamente desacreditada— de que Sadam Huseín poseía armas de destrucción masiva. La inteligencia fue tergiversada o malinterpretada para justificar una guerra planeada con antelación. Algo similar ocurrió en 1964 con el incidente del Golfo de Tonkín, cuando informes poco claros sobre un supuesto ataque norvietnamita fueron usados para justificar una escalada militar en Vietnam. En ambos casos, decisiones trascendentales se tomaron sin evidencia firme, erosionando la credibilidad de Estados Unidos.

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¿Cómo puede responder Irán?

Teherán amenazó con represalias tras la ofensiva de Estados Unidos sobre sus instalaciones nucleares, pero sus opciones son limitadas y arriesgadas, de acuerdo con expertos. Las capacidades balísticas de largo alcance ya fueron golpeadas por Israel en días recientes, aunque aún conserva misiles de corto alcance y una red de drones capaz de impactar en la región. Estados Unidos, anticipando una respuesta, ha dispersado su flota y reforzado defensas para minimizar daños.

Irán podría activar su eje de la resistencia con milicias aliadas como Kataeb Hezbolá en Irak o los hutíes en Yemen, que ya han amenazado con atacar bases y barcos estadounidenses, pero cualquier movimiento de estos actores provocaría una represalia fulminante de Washington, que lleva meses preparándose para ese escenario.

Una opción más estratégica —y peligrosa— sería interferir con el transporte marítimo global en el estrecho de Ormuz, por donde circula un quinto del petróleo mundial. El domingo ya se dieron pasos en esta vía. Cerrarlo dispararía los precios del crudo y golpearía la economía estadounidense, algo que no le sentaría bien a Trump, pero también asfixiaría las exportaciones de Irán y podría sumar a los países del Golfo al conflicto. En este contexto, no se descarta que Irán opte por una venganza diferida, operando en las sombras y con tiempos largos, como ya ha hecho, en lugar de una respuesta rápida y feroz.

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Estados Unidos bombardeó Irán, revivió los temores de 2003 y dejó al mundo al borde de otra crisis, pero hay razones para mantener la calma.
Foto: EFE - KYLE GRILLOT

¿Cómo reaccionarán Rusia y China ante el ataque de EE. UU. a Irán?

Es la pregunta que más se repite la gente. Rusia y China, aunque firmes en su condena, han sido notoriamente contenidos. Ambas potencias han optado por la diplomacia y los pronunciamientos públicos en lugar de una respuesta militar o acciones directas de represalia, lo que deja claro que su influencia en Medio Oriente, aunque real, tiene límites significativos cuando se trata de confrontar a Estados Unidos.

Moscú ha ratificado recientemente un tratado de asociación estratégica con Irán, pero este, como dejó claro el viceministro ruso de Exteriores, Andrei Rudenko, no implica compromisos de defensa mutua ni obligaciones militares. En otras palabras, se trata de un acuerdo político y diplomático más que de una alianza bélica.

Rusia ha ofrecido mediar, ha activado su retórica en foros internacionales como el Consejo de Seguridad de la ONU y ha reiterado que Israel debe abstenerse de atacar instalaciones nucleares donde hay personal ruso. Pero su capacidad de incidir de forma decisiva es baja. El Kremlin está atado a su guerra en Ucrania y, aunque ha dependido del apoyo iraní —por ejemplo, de los drones Shahed—, ahora puede fabricarlos localmente, lo que reduce su dependencia operativa de Teherán.

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China, por su parte, ha preferido mantenerse como actor económico y diplomático. Su inversión en Irán a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta y su rol como socio energético le otorgan peso regional, pero carece de presencia militar significativa más allá de una pequeña base en Yibuti. Así, Pekín ha llamado al diálogo y la estabilidad, usando su poder blando como herramienta principal.

¿Irán tiene aliados?

La falta de respaldo activo de sus socios autoritarios lo deja en una posición precaria. Aunque puede recurrir a ataques indirectos o simbólicos —como posibles acciones de los hutíes en el mar Rojo, ataques limitados de Hezbolá o sabotajes regionales—, la capacidad real de escalar el conflicto sin caer en una guerra total es reducida.

En el plano regional, Irán ha intentado suavizar sus relaciones con actores como Arabia Saudita y Egipto, y recibió muestras de solidaridad de Pakistán, que condenó los ataques israelíes y estadounidenses. No obstante, incluso estos aliados han apostado por la diplomacia antes que la confrontación. El primer ministro paquistaní expresó un fuerte apoyo verbal a Teherán, pero su gobierno también busca calmar las tensiones. Lo mismo ocurre con el resto del mundo musulmán: si bien ha habido condenas conjuntas a la agresión israelí, el respaldo material a Irán es prácticamente nulo.

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¿Alguien puede detener a Netanyahu?

La respuesta corta es solo parcialmente y con enormes dificultades. Aunque existen contrapesos legales e institucionales dentro de Israel, el primer ministro ha debilitado esos frenos y se beneficia de un clima interno e internacional que le permite avanzar sin freno claro. La Corte Suprema de Israel podría ser el último dique que contenga a un primer ministro decidido a concentrar el poder. Tras su intento de destituir al jefe del Shin Bet y a la fiscal general —ambos con investigaciones abiertas o posturas críticas frente al Gobierno—, Netanyahu ha dejado en claro que ya no respeta los límites tradicionales del poder Ejecutivo. La fiscal Gali Baharav-Miara supervisa el juicio en su contra por corrupción. El proceso para removerla de su cargo es largo y el Gobierno la presiona para que renuncie.

Pero la pregunta ya no es solo legal, sino política: ¿obedecerá Netanyahu si la Corte falla en su contra? El presidente de la Corte, Isaac Amit, es conocido por su firmeza. El tribunal ya congeló el despido del jefe del Shin Bet, y ahora se prepara para escuchar los argumentos de fondo. Pero en el Gobierno ya hay ministros que amenazaron con ignorar los fallos judiciales. La batalla no es solo jurídica: es un pulso de legitimidad ante la sociedad israelí.

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¿Qué margen tiene la diplomacia internacional para frenar la escalada?

Algunos analistas manejan la hipótesis de que esto se trató de una escalada controlada, una puesta en escena más que una ofensiva decisiva. Los bombardeos de Trump no fueron tanto un golpe militar real como un movimiento simbólico para resolver dos dilemas a la vez: darle una salida a Israel y reforzar su imagen de liderazgo firme ante su electorado, sin iniciar una guerra de gran escala.

Lo justifican así: Israel, en una situación militar y políticamente insostenible, necesitaba una excusa externa para frenar sin que Netanyahu pareciera ceder ante Irán. Un ataque estadounidense permite decir “la misión está cumplida” sin negociar directamente con enemigos internos o externos. Trump, por su parte, obtiene una narrativa potente de “decisión y fuerza” sin involucrarse en una guerra prolongada. No destruye realmente el programa nuclear iraní, pero deja la impresión de haber actuado con firmeza.

A pesar de la escalada militar, aún hay espacio para la diplomacia. De hecho, podría convertirse en el camino más racional tanto para Irán como para Trump. Irán podría, por ejemplo, mantener una postura ambigua sobre su programa nuclear. En vez de retirarse oficialmente del Tratado de No Proliferación (TNP), podría alegar que los ataques han afectado su infraestructura de tal forma que ya no puede verificar el paradero del uranio enriquecido. Esta ambigüedad le daría margen para endurecer su posición sin abandonar formalmente el marco legal internacional.

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Así, la situación, aunque extremadamente volátil, también crea un escenario en el que ambas partes pueden declarar una forma de victoria y usarla como punto de entrada hacia una negociación. Sin embargo, con eso se asume que Irán jugará el juego y no responderá de forma directa. No puede permitirse parecer débil internamente, sobre todo tras ataques directos a su territorio. Por esto, la teoría y la apertura a la diplomacia dependerán de cómo conteste Irán.

¿Cuál es el futuro del orden global?

La entrada de Estados Unidos en la guerra junto a Israel marca, según algunos expertos, “el acta de defunción del orden global” surgido tras la Segunda Guerra Mundial. El bombardeo a Irán sin autorización del Congreso, sin mandato de la ONU y en coordinación con un Estado que no reconoce el Tratado de No Proliferación Nuclear (Israel), implica una ruptura con décadas de principios: no intervención, diplomacia y respeto por el derecho internacional.

Como afirma el profesor Simon Mabon, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Lancaster, estamos ante el inicio de una era de impunidad estratégica, donde las grandes potencias deciden cuándo actuar al margen de las normas que alguna vez impusieron al resto. ¿Qué mensaje envía esto a otros actores como Rusia o China? ¿Qué disuasión queda contra la anexión forzada de territorios —desde Ucrania hasta Taiwán— si Estados Unidos abandona las reglas?

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El ataque a Irán puede resultar un punto de quiebre: no solo puede reactivar la carrera nuclear en Medio Oriente, sino también acelerar el surgimiento de un mundo posoccidental, donde las alianzas, los tratados y las instituciones globales ya no bastan para contener la violencia. El riesgo no es solo más guerra: es la normalización de la guerra como herramienta política.

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