Casi una década después de la firma del Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) sobre el programa nuclear de Irán —negociado con los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU y la Unión Europea—, todo indica que ha llegado el momento de volver a sentarse a la mesa con el gigante persa. Esta vez, de forma quizás abrupta, con Donald Trump al frente.
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El anuncio de los diálogos, previstos para el sábado en Omán, Oriente Medio, se llevaron a cabo en medio de contradicciones durante la última semana. Primero, Teherán rechazó cualquier oportunidad de diálogo; luego, Estados Unidos afirmó que la interlocución sería directa y anunció la ronda en Omán (durante una reunión entre Trump y el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu), y, finalmente, Irán declaró que sí participaría, pero únicamente con negociadores indirectos.
Trump se sentará a negociar tras la retirada de Estados Unidos del PAIC, en 2018, y después de meses de ofensiva contra los hutíes, aliados del régimen iraní en Yemen. En medio de esta cruzada militar se produjo el escándalo por la filtración de los planes de ataque en un grupo de Signal en el que al parecer por error estaba un periodista. En definitiva, ambos países volverán a negociar directamente después de 45 años sin relaciones bilaterales.
Según el mandatario estadounidense, se sientan a hablar para evitar “lo obvio”, aludiendo a posibles ataques contra las centrales nucleares iraníes. Lo manifestó junto a Netanyahu, quien ya había atacado, hace un año, la ciudad nuclear de Isfahán como advertencia en medio de las tensiones derivadas de la guerra en Gaza. Para Angélica Alba, analista y docente de la Pontificia Universidad Javeriana, este contexto hace que el rol de intermediarios sea no solo lógico, sino de creciente relevancia. “El rol de Omán puede ser fundamental, y yo creo que también aportaría mucho más. Digamos que, tal vez, contribuiría a dar equilibrio, garantías y transparencia, si se quiere, a este proceso, porque evidentemente las circunstancias así lo requieren y lo ameritan”, sostiene.
En otras palabras, Omán vendría a aportar la confianza prácticamente inexistente entre ambas naciones al negociar un acuerdo nuclear. Sin embargo, Manuel Camilo González, docente de la Universidad San Buenaventura, cree que se trata de una negociación que se enmarca más en términos de necesidad que de confianza. “Irán ha estado atravesando una situación económica complicada, debido a sus números rojos en las cuentas macroeconómicas y al debilitamiento de sus capacidades de movilización y de su agenda en Medio Oriente. El alivio —e incluso el levantamiento de sanciones— podría brindarle al régimen iraní algo de oxígeno, otorgándole un mayor margen de maniobra económica y cierta legitimidad ante un Occidente que aún lo recela”, explica.
Esto representa lo que Irán podría ganar en medio de una negociación, mientras se estima que ha logrado enriquecer el uranio hasta en un 60 %. De allí proviene el temor ante la posible creación de un arma nuclear, que Irán niega, especialmente en vista de que el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) ha manifestado en reiteradas ocasiones la falta de transparencia de Teherán respecto a su programa nuclear.
Para los analistas es claro que Estados Unidos llega en una posición completamente dominante a estas negociaciones. Se puede ver reflejado en cómo Teherán cambió su postura: de rechazar negociar a aceptar, por lo menos, intermediarios. El de Omán podría ser un encuentro que se ajuste a la tendencia unilateralista de Trump, lo que marca un contraste claro con, por ejemplo, lo firmado en 2015, cuando los actores más relevantes en el ámbito geopolítico estuvieron en la mesa. Ahora, afirma Alba, tienen mucho más interés, pero igual relevancia, los agentes de la región.
“A Israel le interesa mucho, y, obviamente, también participan actores regionales, como Arabia Saudita, que desde el inicio se ha opuesto al programa nuclear de Irán. Es el gran rival regional de Irán en Medio Oriente. Por eso, creo que los actores internacionales con mayor interés en lo que ocurra allí son, por supuesto, los de la región. El mundo está tan convulso en este momento, con tantos frentes abiertos —en particular la relación con Estados Unidos—, que me parece más difícil que otras potencias se involucren de manera significativa en este asunto”, explica.
Y es cierto, porque mientras se abre este nuevo frente internacional, actores como China, la Unión Europea y Rusia están inmersos en otras preocupaciones respecto a Washington, como la ofensiva arancelaria, la posibilidad de alcanzar la paz en Ucrania y asuntos mucho más específicos como el gasto en defensa de la OTAN.
Una opción militar
“Creo que, si las conversaciones con Irán no tienen éxito, Irán estará en gran peligro, y lamento decirlo, porque no puede permitirse tener un arma nuclear”, afirmó Trump, mientras estaba sentado junto a Netanyahu. La profesora Alba comenta que ha sido Israel quien ha intentado de forma reiterada “arrastrar” a Estados Unidos hacia un conflicto militar con Irán, oponiéndose históricamente a un acuerdo nuclear. La docente, quien se muestra pesimista sobre las posibilidades de estas negociaciones y las perspectivas, plantea un escenario hipotético en el que las condiciones “no son alcanzables desde ningún punto de vista y, dado que Irán no puede aceptar esa situación, declare: ‘Bueno, hicimos lo que pudimos’, y anuncie una respuesta militar”.
Por su parte, González sugiere que esta podría ser una oportunidad para que Estados Unidos “maniate” a Teherán y lo saque de “la ecuación de inseguridad” en Medio Oriente. Cualquiera que sea el escenario, son dos potencias en condiciones desiguales (una dominante, Estados Unidos, y otra necesitada y debilitada), que deberán enfrentarse a una negociación improbable en la que cada movimiento puede desencadenar consecuencias de alcance global.
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