Kofi Annan, un diplomático sin precedentes

Kofi Annan fue para muchos un carismático y extraordinario líder, idealista en muchas ocasiones, pero también pragmático a la hora de enfrentar el poder.

Paula Ruiz*
22 de agosto de 2018 - 12:15 a. m.
Personas asisten a una ceremonia en honor al exsecretario general de las Naciones Unidas y Premio Nobel de Paz 2001, Kofi Annan. / EFE
Personas asisten a una ceremonia en honor al exsecretario general de las Naciones Unidas y Premio Nobel de Paz 2001, Kofi Annan. / EFE

La noticia sobre el fallecimiento del exsecretario general de la ONU Kofi Annan ha desatado en diversos medios internacionales sentidas columnas de opinión, en las que sus amigos y colegas más cercanos recuerdan su labor frente a la organización.

De distintas maneras, resaltan sus logros, mencionan los difíciles momentos que tuvo que afrontar en el plano personal durante los diez años que estuvo en el cargo, y algunos mencionan los temas que dejo pendientes tras su Secretaría.

Sin embargo, algo que tienen en común estas reflexiones, es que todas señalan que fue un diplomático excepcional, que siempre propendió por revitalizar la imagen de la ONU, poniendo en el centro de su trabajo y foco de principal preocupación a los individuos. 

Annan, hizo toda su vida diplomática dentro de la organización y ha sido el único en alcanzar el más alto rango tras ir ascendiendo paulatinamente en su carrera diplomática. Elegido en 1997 como el séptimo secretario general de la organización, el primero proveniente de África Subsahariana, que tuvo que enfrentarse al reto de recibir una ONU desgastada, fuertemente criticada y deslegitimada ante su falta de acción ante conflictos que sacudieron la década de los noventa como los de Ruanda, Somalia y Bosnia.

Su reto entonces era el revitalizar a la ONU, empezando por “acercar la organización a los pueblos” incorporando al debate temas olvidados de la agenda internacional de los Estados, como la lucha global contra la pobreza, el restablecimiento del imperio de la ley, la necesidad de crear un Consejo de Derechos Humanos que renovará la imagen de la Comisión de Derechos Humanos, fortalecer en el discurso, y más aún en la práctica, nociones alrededor de la seguridad humana, la responsabilidad de proteger y la diplomacia preventiva.

En 2001, fue galardonado con el Premio Nobel de Paz como reconocimiento a su labor y liderazgo por buscar la paz a través de mecanismos como la “consolidación preventiva de la paz”, dirigida a evitar los conflictos en lugar de contenerlos. Para ello, recalcaba la importancia de invertir mayores recursos dirigidos al desarrollo y la igualdad de oportunidades, invertir para apoyar a pueblos rezagados a construir sociedades en las que los individuos pudieran desarrollar sus capacidades en busca de mayores oportunidades. Sin embargo, se encontró con que “los Estados miembros establecían los fines, pero rara vez facilitaban los medios”, para hacer énfasis en la falta de recursos que se les suministran a los llamados temas “blandos” de la agenda.

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Su sueño era el de poder reconstruir unas “Naciones Unidas para la gente, promover la dignidad humana y encontrar un equilibrio entre crecimiento y desarrollo, igualdad y oportunidad”, lo que lo llevó a impulsar la creación de una agenda global para el desarrollo conocida como la Agenda del Milenio que contenía los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio. Para cuyo éxito no solo debían involucrarse los gobiernos sino también, otros actores capaces de generar y estimular el desarrollo como las empresas del sector privado. Es así como se crea, bajo su liderazgo, el pacto global por el desarrollo y la dignidad humana, como lo denominó en su momento.

No obstante, le tocó lidiar con los conflictos de Kosovo, Darfur, Timor Oriental, los atentados terroristas del 11 de septiembre y posteriormente, con la invasión de Estados Unidos a Irak y Afganistán, hechos que impidieron que esta ambiciosa agenda tuviese un terreno fértil para prosperar.

Frente a la intervención militar liderada por Estados Unidos en Irak, a todas luces ilegitima, el propio Annan tuvo que reconocer que “la reputación de la ONU como institución y agente de la seguridad global quedó gravemente dañada” a lo que agrega, entre sus reflexiones más intimas que con frecuencia le tocó jugar un rol de “intérprete global, teniendo que explicar Estados Unidos al mundo, y el mundo a Estados Unidos”.

En su libro Intervenciones, Annan deja ver lo difícil que era ejercer el trabajo tal vez más deseado por cualquier diplomático, el de Secretario General. Una de sus grandes frustraciones, como lo expresa en su libro, fue no haber podido hacer más por lograr una solución o al menos plantear una alternativa para el conflicto de Israel y Palestina, del que afirmaba “que ningún otro conflicto lleva una carga simbólica y emocional tan poderosa que afecta a personas muy alejadas de la zona de conflicto”.

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Kofi Annan fue para muchos un carismático y extraordinario líder, idealista en muchas ocasiones, pero también pragmático a la hora de enfrentar el poder y de tener que someterse al escrutinio público para justificar las acciones o decisiones que sus cinco grandes jefes tomaban (los miembros permanentes del consejo de seguridad) en pro de la paz y la seguridad internacionales.

Pero en medio de tantos obstáculos, hoy el mundo le reconoce su labor, los grandes lideres siempre serán recordados por sus grandes acciones y reflexiones. Kofi Annan dejo muchas a su paso por la secretaria general de la ONU y será recordado, por buscar caminos que pudieran conciliar los intereses del mundo desarrollado con un enorme grupo de países en desarrollo que cada vez exigían un mayor protagonismo. Su legado más importante es el de haber recuperado la credibilidad de la ONU gracias a su empeño por poner en el centro del debate al individuo.

*Las frases que aquí se citan son tomadas del libro de Kofi Annan y Nader Mousavizadeh “Intervenciones: una vida en la guerra y la paz” (2012).

* Docente-Investigadora
Universidad Externado de Colombia

Por Paula Ruiz*

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