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La cara oculta de Hiroshima, ciudad de legado migrante

El relato oficial sobre Hiroshima y Nagasaki oculta una parte incómoda: entre los muertos había más de 10.000 estadounidenses de origen japonés. Tras ocho décadas del ataque, la amenaza nuclear es vigente y el silencio sobre ciertas víctimas también.

Hugo Santiago Caro

06 de agosto de 2025 - 06:00 a. m.
La Cúpula de la Bomba Atómica se ve reflejada en el río Motoyasu durante un incendio de agua en el Parque Conmemorativo de la Paz en Hiroshima.
Foto: EFE - FRANCK ROBICHON
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Al sol de este 6 de agosto se completan 80 años desde el día de 1945 en el que, por instrucción del presidente Harry Truman, Estados Unidos perpetró el único ataque atómico contra otra nación en la Segunda Guerra Mundial, contra las localidades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, donde se estiman murieron más de 140.000 personas como reacción inmediata solo en Hiroshima y más de 200.000 en total como consecuencia.

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Japón, para ese entonces, comandó la resistencia del frente del Pacífico en esta segunda guerra contra los Aliados, comandados por Estados Unidos, China y las principales potencias mundiales. Desde entonces, la deuda histórica contra los hibakusha, como se conoce a los sobrevivientes, ha sido gigante. Su legado se ha constituido en torno al desarme nuclear mundial y un reconocimiento como víctimas, con alcances que les hicieron merecedores del Premio Nobel de Paz 2024 gracias a su iniciativa Nihon Hidankyo.

Sin embargo, tal vez por la retórica de bandos de la Segunda Guerra, el ataque estadounidense se ha explicado siempre como un “ellos contra nosotros”. Era Estados Unidos contra Japón. Tan es así que, según una encuesta de 2025 del Pew Research Center, el 35 % de los estadounidenses encuestados aún justifica el uso de la bomba atómica.

El riesgo es que en esta lógica de dos contrincantes ha quedado invisibilizado que unos 11.000 de las víctimas eran nisei (hijos de migrantes japoneses nacidos en Estados Unidos). Claro, poner en palabras que el ataque ordenado por Washington acabó con la vida de más de 10.000 de sus ciudadanos no beneficia la justificación, porque socava la narrativa de un castigo justo contra un enemigo extranjero.

Así lo explica la historiadora Naoko Wakeen en el libro Sobreviviendo a la bomba en Estados Unidos: recuerdos silenciosos y el auge de la identidad transnacional: “Muchos estadounidenses creían que la guerra iniciada por Japón en Pearl Harbor terminó apropiadamente con Hiroshima y Nagasaki. Los sobrevivientes no eran víctimas que merecieran compasión, sino quienes compartían el merecido castigo de Japón”.

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Explica cómo la percepción reforzada por la Guerra Fría pintaba a la potencia norteamericana como un defensor de la democracia que estaba salvando a un dócil Japón. La organización Densho, que defiende el legado japonés-americano, evidencia cómo mientras en Japón se comenzó a brindar atención a los hibakusha en las décadas inmediatas, no fue sino después de 1970 que los estadounidenses sobrevivientes comenzaron a hacerse sentir. Casi 30 años de invisibilización.

Wake explicó en una entrevista a France 24 cómo operó esta invisibilización: “No solo se trató de que no recibieron tratamiento para las enfermedades por radiación ni beneficios monetarios, como sí lo hicieron los japoneses. Los sobrevivientes estadounidenses también sufrieron por la falta de comprensión social y psicológica de sus experiencias, lo que dificultó que pudieran hablar durante muchos años sobre los aspectos globales de los bombardeos”.

“El mensaje a los hibakusha estadounidenses fue que debían considerarse afortunados de estar en los Estados Unidos; así que debían guardar silencio y no hacer ruido si querían seguir allí”, relata un informe de Densho, que también explica cómo antes de la guerra Hiroshima envió más migrantes a Estados Unidos que cualquier otra prefectura japonesa.

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De allí, como en cualquier diáspora, las historias pueden ser infinitamente diversas y enramadas. Por ejemplo, la de Howard Kakita, estadounidense de padres japoneses que fue llevado de vuelta a Japón con dos años de vida. “Creíamos que éramos japoneses. No sabíamos que éramos ciudadanos estadounidenses. Así que cuando nos dijeron que íbamos a volver a Estados Unidos (tras el ataque), que en mi mente era el país enemigo, armamos un escándalo. No queríamos regresar”, explica Kakita a France 24.

Y si se amplía el enfoque, el sesgo en el recuerdo es aún más evidente: según el libro El Japón moderno: un estudio histórico,en Hiroshima murieron unos 20.000 coreanos y unos 2.000 en Nagasaki.

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La amenaza nuclear sigue latente

La Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN por sus siglas en inglés) reveló que los nueve países del mundo que poseen armamento nuclear (Estados Unidos, Francia, India, China, Israel, Reino Unido, Pakistán, Rusia y Corea del Norte) gastaron más de US$90.000 millones en 2023 para reforzar su artillería nuclear. Esto fue antes de la escalada entre Irán e Israel, en junio; por lo que el panorama es mucho más complejo si hablamos de la posibilidad de una catástrofe nuclear. El Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI) informa que el gasto de los países aumentó al tiempo que invirtieron no solo en modernizar su armamento, sino en desplegar nuevos sistemas. Según Wilfred Wan, director del SIPRI, las armas nucleares no habían jugado un papel tan determinante en las relaciones geopolíticas de las grandes potencias desde la Guerra Fría.

Es en momentos como este que cobra más valor el mensaje de Nihon Hidankyo al recibir el premio. “Se ha dicho que gracias a las armas nucleares el mundo mantiene la paz. Pero las armas nucleares pueden ser utilizadas por terroristas... Por ejemplo, si Rusia las usa contra Ucrania o Israel contra Gaza, la cosa no acabará ahí. Los políticos deberían saberlo”, afirmó Toshiyuki Mimaki, su copresidente, quien comparó la situación en Gaza con lo que ocurrió en Japón hace 80 años en términos de catástrofe humanitaria.

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Por Hugo Santiago Caro

Periodista de la sección Mundo de El Espectador. Actualmente cubre temas internacionales, con especial atención a derechos humanos, migración y política exterior.@HugoCaroJhcaro@elespectador.com
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