La pandemia del coronavirus ha expuesto como nunca el abismo que hay entre los países ricos y pobres y, a medida que el virus avanza, esa brecha entre unos y otros solo se expande más. Por ello, los líderes de las naciones consideradas potencia están llamados con urgencia a reconsiderar el papel que juegan sus gobiernos en todo el globo. En caso de que estos descuiden a las naciones menos favorecidas se desencadenaría una ola de muerte gigantesca.
Por un lado, los países ricos empujaron a los pobres a un lado en la lucha por los suministros de salud para enfrentar la pandemia. Las naciones en desarrollo no pueden encontrar suficiente material y equipo médico porque, en parte, Estados Unidos y Europa los están gastando en exceso acaparando gran parte de esos productos, según informó The New York Times. Pero lo peor estaría por venir.
En abril, el Programa Mundial de Alimentos de la Organización de Naciones Unidas advirtió que, si no se toman medidas para compensar los efectos del colapso de las economías emergentes y para resolver la escasez de fondos humanitarios, se pronostica una era de hambruna de “proporciones bíblicas”. La población en riesgo de morir de hambre podría duplicarse hasta llegar una abrumadora cifra de 265 millones de personas.
El panorama se complica debido a que los gobiernos locales han tenido las manos atadas para responder con categoría a la crisis. En 2019, 64 países, la mitad de ellos de África, gastaron más en los pagos del servicio de su deuda externa que en sus propios sistemas de salud. Etiopía, uno de los casos más ejemplificantes, gastó el doble en el pago de compromisos crediticios con respecto a su inversión en el sistema sanitario.
Por esta razón, los líderes de la mayoría de las naciones africanas se reunieron esta semana precisamente para discutir la creación de un frente común que les pedirá a los países más ricos por primera vez una cancelación de su deuda para hacer frente a la pandemia. Muchos Estados del continente han tenido que destinar más recursos de lo esperado para contrarrestar los efectos del nuevo coronavirus, pero su presupuesto se ve amarrado por los altísimos intereses de sus respectivas deudas externas.
“En realidad, las potencias occidentales están más endeudadas, pero, paradójicamente, tienen un mayor acceso a préstamos a bajo interés y cuentan con herramientas fiscales y monetarias para hacerles frente de las que África carece”, explica el economista bisauguineano Carlos Lopes, alto representante de la Unión Africana (UA) para Europa.
Algunos, como el primer ministro etíope Abiy Ahmed, señalan que eliminar la deuda traería un alivio para todos. “Es para el interés propio ilustrado de todos que a los prestatarios se les permita un respiro para volver a la salud relativa. Los beneficios de la rehabilitación de las economías de los países más afectados serán compartidos por todos nosotros, así como las consecuencias de la negligencia nos perjudicarán a todos”, dijo.
El coronavirus no es el responsable directo de la crisis que se avecina. Simplemente fue un catalizador que complicó aún más los problemas que ya existían en las naciones subdesarrolladas o pobres y que ya se encontraban luchando contra guerras, hambre, los efectos del cambio climático y otro tipo de amenazas.
Naciones Unidas lanzó un plan de emergencia de respuesta humanitaria de US$2 mil millones para los países más pobres del mundo, pero por un lado, los fondos de los donantes están llegando muy lentamente a su destino, y por el otro, esa ayuda humanitaria que ofrecen organizaciones como Naciones Unidas será insuficiente para hacer frente a la crisis mientras la solidaridad internacional no sea una prioridad para actores clave en el mapa como lo son Estados Unidos y China.
“Si la inestabilidad y el conflicto crecen, como suele ocurrir cuando el estrés económico es agudo en ese tipo de países, no solo se quedará en esos países, sino que se extenderá. Entonces, esto es un asunto de interés nacional y de interés propio, no solo de generosidad humana”, dijo Mark Lowcock, subsecretario de la ONU -General para Asuntos Humanitarios y Coordinador de Ayuda de Emergencia.
Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, aseguró a finales de abril que estaba dispuesto a examinar con los países miembros de la Unión Europea la anulación de la deuda. Incluso el presidente francés, Emmanuel Macron, también habló de “cancelación masiva” de la deuda a países pobres durante un discurso a su nación. Pero de las palabras a los hechos hay mucho camino por recorrer.
Desde la crisis financiera de 2008, la deuda externa pública en muchos países en desarrollo se ha disparado. Las bajas tasas de interés y la alta liquidez impulsaron el acceso de muchos países a préstamos comerciales. En enero de 2020, la deuda del 44% de los países en desarrollo y otros países en desarrollo de bajos ingresos ya se consideraba de alto riesgo o en apuros.
La contracción inducida por COVID-19 está teniendo consecuencias desastrosas. Los mercados financieros mundiales se estancan a medida que los inversores compiten por sacar fondos de los mercados emergentes y otros sectores de alto riesgo. La pandemia está agotando los presupuestos nacionales a medida que los países luchan por satisfacer las necesidades de salud, responder al aumento del desempleo y apoyar sus economías.
Los expertos de la ONU advierten que África puede estar en su primera recesión en 25 años, mientras que América Latina y el Caribe se enfrenta a la peor recesión de su historia. Se observan desaceleraciones similares en Asia y la región árabe.
En ese contexto, la ONU está abogando por un paquete integral de respuesta COVID-19 que represente un porcentaje de dos dígitos del PIB mundial. También está instando a las instituciones financieras internacionales a hacer todo lo posible para evitar una devastadora crisis de deuda con impagos desordenados, destacando que el alivio de la deuda debe desempeñar un papel central en la respuesta global a la pandemia.