Después de tres años de evitar su participación en la guerra civil siria, Estados Unidos pasó a hacerlo mediante ataques aéreos contra los militantes del Estado Islámico (EI), el grupo yihadista que parece unir tanto a Occidente como a los países de Oriente Medio en un fin común. Todo un logro.
A la guerra siria no sólo entró Estados Unidos, sino también Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Bahréin, Jordania y Qatar: una coalición de aliados improbables, no sólo por sus distintos intereses en el conflicto sirio (aunque todos opuestos al régimen de Bashar al Asad), sino también porque son países primordialmente suníes que se van contra una organización fundamentalista suní (Bahréin es mayoritariamente chiita, pero está gobernado por una élite suní).
Los ataques se concentraron en las regiones de Raqqa, Deir Ezzor, Hassaka y Bukamal, en el norte y el noreste del país, en donde los islamistas han logrado tal control de algunas zonas que administran una forma brutal de justicia, así como el tráfico, la recolección de impuestos e incluso el suministro de electricidad y agua. Además de cazas, bombarderos y drones de Estados Unidos, al menos Jordania, Bahréin y Emiratos Árabes Unidos enviaron aviones de combate contra el EI en Siria, de acuerdo con información de la agencia Reuters. Las fuerzas de EE.UU. también contribuyeron con el lanzamiento de por lo menos 50 misiles de crucero lanzados desde embarcaciones en el golfo Pérsico y el mar Rojo.
Además del Estado Islámico, EE.UU. también impactó varias instalaciones de una célula afiliada a Al Qaeda conocida como Khorasan, grupo que saltó a los titulares esta semana luego de que varios funcionarios de la administración Obama informaran que iba a atacar inminentemente blancos norteamericanos.
Éste grupo es dirigido por Muhsin al Fadhili, un ciudadano de Kuwait, aunque no resulta del todo clara la composición del resto de su organización. Algunos informes de inteligencia, que datan de por lo menos hace 10 años, lo sitúan como uno de los principales militantes de Al Qaeda en la época de Osama bin Laden e incluso aseguran que fue una de las pocas personas que conocían de antemano los planes para los atentados del 11 de septiembre. Los bombardeos contra Khorasan se dieron en inmediaciones de la ciudad de Alepo, bastión de los rebeldes opositores al régimen de Al Asad.
“Estados Unidos se enorgullece de plantarse hombro a hombro con estas naciones para defender nuestra seguridad común. La fuerza de esta coalición deja claro que ésta no sólo es una pelea de los estadounidenses”, aseguró el presidente Barack Obama en una rueda de prensa poco antes de abordar un vuelo con destino a Nueva York, en donde participará en la Asamblea General de las Naciones Unidas.
La Asamblea representa un momento de tensa prueba para la coalición que atacó a Siria, por cuenta de la desconfianza y los intereses mezclados de buena parte de los países de Oriente Medio alrededor del conflicto sirio. El objetivo de Obama en este encuentro, sin embargo, es ampliar los alcances de la coalición y lograr un consenso mayor para erradicar al EI.
De un lado se encuentra la visión de Irán (chiita y el mayor aliado regional de Al Asad), que ha advertido que una intervención estadounidense en Siria es inaceptable. Este juicio es anterior incluso a la participación de países suníes en una guerra que concierne a un socio cercano. Del otro lado está la falta de aprobación del Consejo de Seguridad a los ataques en territorio sirio. Aun cuando EE.UU. intente lograr esta aprobación, lo más previsible es que Rusia (otro apoyo de Al Asad) aplique su poder de veto para impedirlo, como lo ha hecho en ocasiones anteriores.
La guerra en Siria es un territorio plagado de paradojas: atacar al Estado Islámico es, de entrada, ayudar al régimen de Al Asad, que es considerado ilegítimo por EE.UU., por ejemplo. Pero también es darles una mano a otras facciones de rebeldes que se oponen al EI, algunas de las cuales tienen nexos con Al Qaeda o hacen interpretaciones extremas del islam, de esas que parecen no ir muy bien con el estilo de democracia que las potencias de Occidente quisieran implantar en Siria en vez del gobierno de Al Asad.
Todo esto es un asunto teórico, pues algunos reportes señalan que ni las fuerzas de Al Asad ni los rebeldes tienen la capacidad de capturar el territorio que los ataques aéreos pueden arrebatarle momentáneamente al EI. Si esta información llega a convertirse en una realidad en el terreno, la campaña aérea, la coalición, el fin común e internacional de exterminar a los yihadistas serán empresas loables, pero inútiles.
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@troskiller