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La pelota está del lado de Israel: de qué depende que prospere el acuerdo en Gaza

La firma del alto al fuego marca el intento más ambicioso de poner fin a la barbarie en Gaza, pero las treguas fallidas, la división en el gobierno de Netanyahu y la fragilidad en terreno ponen todo en duda. Palestinos e israelíes han celebrado esto como un logro.

Hugo Santiago Caro

09 de octubre de 2025 - 06:45 p. m.
Una foto proporcionada por la Oficina de Prensa del Gobierno de Israel (GPO) muestra al Primer Ministro israelí, Benjamin Netanyahu (2-R), reunido con el enviado especial del Presidente de los Estados Unidos, Trump, para Medio Oriente, Steve Witkoff.
Foto: EFE - MAAYAN TOAF / ISRAEL'S GOVERNMENT PRESS OFFICE / HANDOUT
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Tras meses de estancamiento y más de 67.000 palestinos muertos, Israel y Hamás firmaron en Sharm el-Sheikh el acuerdo más ambicioso desde el inicio de la guerra. Empezamos a hablar de los plazos que están corriendo para que se haga realidad lo básico que acordaron. El punto de partida es el visto bueno del gabinete de Benjamin Netanyahu, que se dio este jueves. De ahí son 24 horas para que empiece a entrar en vigencia el cese al fuego, es decir, para este viernes en horas de la tarde (hora de Colombia), y de ahí serán 72 horas para que Hamás libere a los 20 rehenes que aún tiene en su poder a cambio de 250 palestinos con cadena perpetua y 1.700 gazatíes detenidos desde 2023.

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Es decir, son tres días claves que pondrán a prueba la confianza en un cese al fuego y una voluntad de paz rota en reiteradas ocasiones. Tan solo entre enero y marzo, período en el que se pactó y se rompió la última tregua en el enclave, el brazo político de Hamás, que regenta Gaza, reportó más de 300 violaciones al cese al fuego por parte de las Fuerzas de Defensa de Israel.

Aun así, las señales que se han recibido en las últimas 48 horas por parte de todos los involucrados dan esperanza, al menos una más tangible que la que hemos visto en los últimos dos años. Tan es así que Israel aceptó el plan de 20 puntos que propuso Donald Trump, y Hamás —que sí tuvo reparos— ha aceptado concesiones impensables hace un tiempo: entregar a todos los rehenes y un eventual desarme. “Recibimos garantías de los mediadores hermanos y de la administración de Estados Unidos confirmando que la guerra llegó a su final”, declaró Khalil al-Hayya, jefe negociador de Hamás en Egipto, al canal Al Jazeera.

Si se concreta la entrega total de los rehenes, aún quedará por definir el resto del acuerdo, o lo que podría llamarse una segunda fase. Esta incluiría la retirada de al menos el 70 % de las tropas israelíes, los límites que las mantendrían fuera de Gaza y quién asumirá el control de la Franja. Falta saber si se establecerá, como propuso Trump, una fuerza internacional transitoria en cabeza del ex primer ministro británico Tony Blair o si Fatah, el partido de Mahmud Abás, que gobierna Cisjordania, entrará en juego, o incluso cuál será su papel en un eventual Estado, una discusión prevista en el punto 19 del acuerdo. Hasta entonces, asegura Manuel Camilo González, analista y docente de la Pontificia Universidad Javeriana, “la pelota está en el campo de Israel”.

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“Hay posiciones dentro del gobierno israelí —por ejemplo, la del ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich— que sostienen que hay que destruir lo poco que queda de Hamás para que la amenaza desaparezca y, obviamente, no vuelva a surgir. El acuerdo, de nuevo, lo sitúa en una posición en la que Israel puede ser el villano de la historia o puede convertirse en el actor que dé el primer paso para que no solo cesen los combates, sino que también se establezcan medidas de confianza importantes”, explica.

Smotrich había avisado en la antesala que votaría en contra del plan y amenazó con retirar a su partido de la coalición que integra el gabinete de guerra de Netanyahu. “Existe un miedo inmenso a las consecuencias de vaciar las cárceles y liberar a la próxima generación de líderes terroristas que harán todo lo posible por seguir derramando ríos de sangre judía aquí, Dios no lo quiera”, escribió en su cuenta de X. Él, junto con Itamar Ben-Gvir, ministro de Seguridad Nacional, representa el ala más ortodoxa, radical y de extrema derecha del gabinete, el principal obstáculo para que este acuerdo avance.

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Otro problema es que Benjamin Netanyahu no puede darse el lujo de decirle que no a Donald Trump, quien fue el principal impulsor del acuerdo con el apoyo de Catar, Egipto y Turquía, los otros facilitadores de lo ocurrido esta semana en Egipto. Así lo explica Luisa Lozano, directora del programa de relaciones internacionales de la Universidad de La Sabana: “Para Israel, no mantener el alto al fuego podría ser perjudicial, ya que implicaría traicionar o sabotear el acuerdo que Trump ha firmado. Eso le generaría un costo frente a una alianza más importante y, con toda la presión internacional, posibles costos reputacionales no solo con Estados Unidos, sino también con los países mediadores. Sin embargo, esa voluntad siempre será muy condicional, y cualquier situación en el terreno podría romper el alto al fuego, lo que lo hace sumamente frágil”.

La expectativa está en que para Israel prime esta, que es la más clara oportunidad de liberar a los rehenes, por encima de cualquier otra minucia del acuerdo. De los 251 cautivos por Hamás el 7 de octubre, aproximadamente el 60 % de ellos fueron liberados y entre un 8 y 20 % siguen con vida. El resto han muerto, y la presión interna en Israel —entre las familias de los rehenes y las protestas para liberarlos a toda costa— agrega otro grado de presión al primer ministro. Tan solo el último sábado miles protestaron frente a su casa para exigirlo. Con los rehenes en casa, las preguntas serán otras. Lozano señala que, más allá del desarme, Israel está especialmente interesado en que se desarticulen las demás tácticas con las que operaba Hamás.

Pone como ejemplo los túneles, una estrategia clave en el inicio de esta guerra y por donde se movieron los rehenes en un principio. “Que queden inhabilitados y que no puedan volver a utilizarse; y, por supuesto, que se conozca la organización interna de mando de Hamás y se compruebe que esa estructura ha sido desarticulada. Esto debe ir acompañado, creo, de una verificación internacional suficiente para Israel. Ahí es donde los terceros cumplirán un papel importante: tiene que tratarse de un tercero en el que Israel confíe para validar las condiciones sobre los túneles, la entrega de armas y la desarticulación de las líneas de mando”, afirma.

González plantea que la ONU podría ser uno de estos actores verificadores, pero si se trata de confianza, para Israel es difícil. Como ejemplo, el secretario general del organismo, António Guterres, fue declarado persona “non grata” en el país judío. Pese a todo esto, el jueves afirmaron desde la ONU que ya se tiene listo un plan de 60 días para entrar a suplir las necesidades en Gaza. Esto incluye 170.000 toneladas de alimentos, medicinas y artículos de primera necesidad que servirán a 2,1 millones de palestinos, además de apoyo nutricional a 500.000 personas con desnutrición severa.

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Este es, tal vez, el ejemplo más claro de lo verdaderamente urgente. Nunca será suficiente dejar de mencionar que, según el Ministerio de Salud de Gaza —avalado por la ONU—, más de 67.000 palestinos han sido asesinados en estos dos años y que, según una comisión independiente enviada por el Consejo de Derechos Humanos del organismo, esto constituye un genocidio.

Por eso mismo, la esperanza de que este sea un nuevo punto de partida es también la esperanza de las familias de esas 20 personas, así como de quienes quieren dar sepultura a los cuerpos de los que fueron raptados el 7 de octubre y ya no volverán. Mientras los mediadores hablan de reconstrucción y transición política, sobre el terreno Gaza sigue devastada. El éxito de esta tregua dependerá menos de lo que firme Hamás y más de la disposición de Israel a asumir un cambio de rumbo: pasar de la lógica de la destrucción a la de la coexistencia.

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Por Hugo Santiago Caro

Periodista de la sección Mundo de El Espectador. Actualmente cubre temas internacionales, con especial atención a derechos humanos, migración y política exterior.@HugoCaroJhcaro@elespectador.com
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