La “revolución de la muerte” de Jim Jones

Los sobrevivientes del suicidio colectivo de hace 40 años en Guyana, uno de los más grandes registrados, recordaron la tragedia en un documental y advirtieron sobre el peligro del fanatismo. El actor Leonardo DiCaprio acaba de lanzar un documental sobre esta historia en la que murieron más de 900 personas.

redacción internacional
20 de noviembre de 2018 - 02:00 a. m.
Según reportes, 909 personas se suicidaron en Jonestown el 18 de noviembre de 1978. / AFP
Según reportes, 909 personas se suicidaron en Jonestown el 18 de noviembre de 1978. / AFP
Foto: AFP - -

Una casualidad salvó a Laura Johnston Kohl de morir el 18 de noviembre de 1978 en el suicidio colectivo más grande de la historia. Al igual que ella, cientos de personas se acercaron al Templo del Pueblo, una congregación fundada en la década de 1950, seducidos por las palabras del carismático predicador cristiano Jim Jones, quien presumía de ser la reencarnación de Jesús, de Buda y también de Vladimir Lenin. El líder de la comunidad prometió a sus seguidores “un paraíso socialista”. Sin embargo, además de ese engaño, Jones terminó conduciendo a sus fieles a la muerte en 1978 al embriagarse de poder.

Tras establecerse en California (Estados Unidos) en 1972, seis años antes de los trágicos eventos del 18 de noviembre, la congregación de Jones se convirtió para muchos en la salvación celestial, en un escape y un nuevo comienzo de sus vidas. Algunos buscaban huir del terror de la guerra de Vietnam en la que acababan de participar. Otros preferían alejarse del capitalismo, la publicidad, las mentiras del Gobierno o de sus propios errores. “Mi vida estaba en crisis, tuve un matrimonio fallido y estuve buscando un lugar con un ambiente más seguro después de una serie de malas decisiones”, recuerda Johnston en la BBC. “La primera vez que visité el Templo del Pueblo fue como sentirme en casa”, agregó Tim Carter, otro de los sobrevivientes.

Los seguidores de Jones estaban cegados por su discurso. El pastor estaba convencido de que se acercaba el fin del mundo por un inminente apocalipsis nuclear que amenazaba, principalmente, a Estados Unidos. Y esa fue la idea que vendió para atraer adeptos. Jones creyó y predicó que su comunidad, socialista y apostólica, podría sobrevivir y emerger de la catástrofe. Le puede interesar: Policía vasca frustra suicidio colectivo internacional

Tras una serie de críticas de la prensa y el Gobierno, el pastor Jones ordenó a sus seguidores trasladarse a San Francisco para establecer su sede principal. Las opiniones negativas le dificultaban la llegada de nuevos adeptos. El líder era acusado de explotar laboralmente a sus seguidores y de abuso físico contra ellos. Además, muchos advertían que amenazaba a las familias de sus fieles para impedir que abandonaran la comunidad. Los secretos detrás del Templo del Pueblo fueron revelados por algunos de los sobrevivientes y un informe del FBI que confirmaron los abusos dentro de la comunidad. Además de la explotación laboral, los castigos a quienes se interponían a las demandas de Jones eran inhumanos y la comida, escasa y desagradable. La alimentación consistía en arroz y legumbres, mientras que el pastor disfrutaba de una dieta de carne y productos congelados.

Cuando aumentaron las críticas a la comunidad, Jones decidió cambiar de país para establecer su congregación en Guyana (noroeste de Suramérica), excolonia británica, en junio de 1977. Para más de 900 fieles este fue el destino final.

Ahí en Guyana se construyeron casas, se hicieron cultivos agrícolas, se levantó todo con la mano de obra de los seguidores de Jones. El lugar, al que bautizaron como Jonestown, fue elegido porque muchos de los residentes de Guyana hablaban inglés y esto rompía una barrera para quienes quisieran unirse a la comunidad. El “paraíso socialista” que pintaba el pastor estaba asentándose, pero la paranoia de Jones aumentó drásticamente. Pensaba que había planes para acabar con su congregación.

Según informó el FBI, Jones creó un plan bautizado “noches blancas” en las que se simulaban suicidios colectivos en caso de que llegaran invasores a la comunidad. Para Jones, el suicidio era revolucionario, una forma de lucha contra los traidores y “los cerdos capitalistas” de Estados Unidos. El discurso de Jones fue calificado como “lavado de cerebro” por el Gobierno estadounidense.

El estado mental de Jones empeoró cuando Leo Ryan, un representante a la Cámara de California, se acercó a visitar su comunidad para verificar que no hubiera abusos, como algunos familiares de los miembros del Templo del Pueblo habían denunciado. Al finalizar su viaje, Ryan invitó a algunos seguidores de Jones a devolverse a Estados Unidos. Cuando iban a abordar el avión que los llevaría a casa, aquellos que aceptaron regresar dispararon contra el congresista y sus acompañantes. Ryan y tres periodistas murieron.

Estos hechos llevaron a Jones a perder la cordura que le quedaba. La noche del 18 de noviembre convocó a todos sus seguidores a una reunión y les pidió “acabar con la agonía” que sentían. Repartieron refresco de uva con cianuro a hombres, mujeres y niños, los primeros en beber el mortal líquido. Novecientas nueve personas murieron en cuestión de horas. Jim Jones también murió, pero de un tiro en la cabeza. No se sabe si fue un suicidio o lo asesinaron.

Solo algunos, como Laura Johnston, lograron escapar de la tragedia, pues pocos días antes fue enviada a trabajar en la sede de la iglesia en Georgetown, capital de Guyana.

Esta tragedia, catalogado como la tragedia más grande antes del 11 de septiembre de 2001, inspiró nueve películas y una docena de libros. En el aniversario cuarenta de la tragedia, Leonardo DiCaprio y Sundance TV produjeron un documental de cuatro horas para analizar los últimos momentos de la comunidad del Templo del Pueblo y las cicatrices que quedaron en las familias de los seguidores y en los sobrevivientes. En las entrevistas, muchos de los sobrevivientes afirman que esta historia no tiene un cierre. Otros, como el periodista Charles Krause, quien sobrevivió a la tragedia, advierten: “Estoy seguro de que puede pasar de nuevo (...) Necesitamos ser más escépticos con los líderes religiosos y políticos que prometen cosas”, sentencia el periodista.

Por redacción internacional

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