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En los viejos días, cuando la religión estaba prohibida y el sinónimo del infierno era Siberia, era común ver en las montañas del Cáucaso las enormes antenas direccionales que impedían a las estaciones de radio de Occidente comunicarse con los oyentes soviéticos. Entre la lista de amenazas figuraban una potente cadena que transmitía propaganda anticomunista desde la entonces Checoslovaquia. Solía llamarse Radio Libertad.
Esos fantasmas de la Guerra Fría revivieron a principios de este mes, cuando Radio Libertad anunció que el próximo 2 de noviembre inaugurará sus transmisiones para Abjasia y Osetia del Sur, las pequeñas repúblicas separatistas que el año pasado fueron escenario de confrontación entre Rusia y Georgia.
“Tal intento de transmisión será ilegal, con todas las consecuencias que de ello se deducen”, advirtió Kristián Bzhania, portavoz del gobierno abjasio, a EFE. No muy lejos de allí, en Tsjinval, la capital surosetia, el recibimiento fue similar. “La emisora no se ha dirigido a nosotros para obtener licencia, por ello su funcionamiento no es posible”, sentenció Gueorgui Kabísov, presidente del Comité de información y Comunicaciones.
El miedo a esta cadena financiada desde EE.UU. no es gratuito. Temen que fomente el deseo de Georgia de mantener unido el territorio y los separe de Rusia, el gestor de su independencia. Es un miedo que revive las pesadillas de los viejos días.
La historia se remonta a Washington en 1949, cuando un grupo de poderosos magnates de medios, liderados por la CIA, se dio cuenta de que la guerra podía ganarse desde los micrófonos. Ellos aprovecharon el descontento de los desterrados por el régimen soviético y destinaron US$100 millones para crear dos emisoras que enviarían noticias, discursos y proclamas, dictadas por la agencia, a las masas oprimidas.
Entonces se crearon Radio Europa Libre, centrada en los países del Este, y Radio Libertad, cuyo objetivo sería la mismísima URSS. La primera transmisión se produjo en 1950 y desde entonces la cadena fue un actor vital en los disturbios de Berlín de 1953, las protestas de obreros polacos en 1956 y la Revolución Húngara del 23 de octubre del mismo año, que fue apaciguada por los fusiles del Ejército Rojo.
“A partir de aquella noche, Radio Europa Libre empezó a instar a cientos de ciudadanos húngaros a sabotear vías férreas, derribar líneas telefónicas, armar a los partisanos, volar los tanques y luchar a muerte contra los soviéticos”, consigna Tim Weiner, periodista de The New York Times, en su libro Legado de cenizas, donde recuerda que los locutores finalizaban sus mensajes con la frase: “¡Libertad o muerte!”.
Los más de 2.500 civiles muertos fueron un triunfo para Washington, que aumentó el presupuesto a US$400 millones; sin embargo, las prioridades cambiaron durante la administración Nixon y en 1972 la CIA delegó su financiación al Congreso. Con la caída de la URSS, las emisoras se aliaron con Moscú y sellaron su consolidación: hoy operan en 20 países de Europa y Asia, trabajan en 28 idiomas y su señal se escucha hasta en Irán y Afganistán.
“Proveemos lo que mucha gente no puede obtener a nivel local: noticias sin censura, discusión responsable y debate abierto”, aseguran en su página de internet, motivaciones que despiertan temores en el Cáucaso. “Tenemos información de que Radio Libertad promoverá los valores georgianos”, le advirtió Maksim Guinjia, ministro abjasio de Exteriores, al canal Russia Today.