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La última tragedia europea

El 31 de marzo de 1991, luego del desmembramiento del Estado yugoslavo, estalló la guerra en Croacia, el primero de los grandes conflictos de la antigua Yugoslavia. Una década sangrienta con tragedias como el asedio de Sarajevo y la matanza de Srebrenica.

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Redacción Internacional
01 de abril de 2016 - 02:00 a. m.
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Hace 25 años comenzó la que se conoce como la última gran tragedia europea, una serie de sangrientas guerras que estallaron luego de varios referendos separatistas en la antigua Yugoslavia. Los primeros en votar en favor de su independencia fueron los eslovenos, en 1990. El siguiente año, el turno fue para los serbios de la región croata de Krajina, que en marzo declararon su separación de Croacia. Ese mismo año, millones de croatas votaron a favor de su separación.

El desmembramiento del Estado yugoslavo —formado por un total de seis repúblicas y dos provincias autónomas, pero dominadas por Eslovenia y Serbia— desató fieros conflictos entre el Ejército a las órdenes del presidente Slobodan Milosevic y las milicias croatas, eslovenas y kosovares. Fue una década de guerra que horrorizó al mundo con tragedias como el asedio de Sarajevo y la matanza de Srebrenica, provocada por las tropas serbobosnias a las órdenes del general Ratko Mladic.

La serie de guerras comenzó con la Guerra de los Diez Días (1991) y finalizó con la de Macedonia (2001). Entre ambos conflictos se dieron la Guerra de Croacia (1991-1995), la Guerra de Bosnia-Herzegovina (1992-1995) y la Guerra de Kosovo (1998). Contiendas bélicas que derivaron en la constitución de los estados independientes de Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Serbia, Montenegro, Macedonia y Kosovo.

Un artículo publicado en el periódico El Mundo de España por el historiador Julio Gil Pecharromán explica que el desarrollo y las consecuencias de esta década sangrienta no sólo han afectado la evolución del área balcánica y la integración europea, sino que pusieron de manifiesto la fragilidad de los procesos de tolerancia y convivencia cívica en la Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial.

“Yugoslavia fue, en gran medida, una creación artificial, surgida de la reorganización del espacio europeo tras la Gran Guerra. El Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, como se denominó hasta 1929, hubiera debido aportar estabilidad a la siempre conflictiva Europa del sureste si sus etnias integrantes hubiesen sido capaces de una convivencia armónica. Pero la incompatibilidad de las visiones nacionalistas de serbios, croatas, eslovenos, albaneses, bosniacos (musulmanes de Bosnia) o macedonios, las diferencias religiosas y una historia de rencores milenarios frustraron la construcción del Estado y facilitaron la disgregación que trajo la Segunda Guerra Mundial. Período este en el que las rivalidades étnicas se vieron agravadas por las matanzas de civiles que, como sucedió en el caso de las perpetradas por serbios de Croacia y Bosnia, derivaron en un auténtico genocidio”, escribe Gil Pecharromán.

La guerra en Croacia

En Croacia ya se venían dando enfrentamientos armados de baja intensidad desde el verano de 1990, con la Revolución de los Troncos, pero los verdaderos enfrentamientos comenzaron en marzo de 1991, cuando el odio étnico estalló durante incidente del lago de Plitvice, a finales de marzo de 1991, que dejó dos muertos, pero que evidenciaba lo que venía para la región. En Croacia vivían unas 600.000 personas de etnia serbia, el 11% de la población total, fundamentalmente en las zonas fronterizas con Bosnia y con Voivodina, es decir, en la Krajina croata, Eslavonia, Baranja y Sirmia (Srem). Esta minoría serbo-croata, de religión ortodoxa frente a la mayoría católica, se identificaba con la vecina República de Serbia, de la que esperaba ayuda en caso de que una Croacia independiente intentara imponer un Estado nacional unitario.

La Krajina se convirtió en una república serbia dentro de Croacia, creó un Parlamento, aprobó una Constitución y creó una milicia de autodefensa, que recibió apoyo armado del Ejecutivo serbio a través del Ejército Popular Yugoslavo y de las bandas de paramilitares serbios, como los Tigres de Arkan o las Águilas Blancas de Vojslav Seselj.

Las autoridades croatas no lograron contener al bando serbio y casi un año después, a comienzos de 1992, se decretó un alto al fuego entre las dos partes, que permitía la implementación del Plan Vance y la congelación del conflicto por un tiempo. Pero este fue apenas el comienzo del desangre de los Balcanes, que no tuvo respuesta de la comunidad internacional. En 1992 y durante 44 meses, las tropas serbias sitiaron Sarajevo. Los combates dejaron al menos 10.000 víctimas, entre ellas 1.500 niños, y miles de desplazados. Tres años después se desarrollaría la matanza de Srebrenica, en donde Mladic, junto a Radovan Karadzic, cometieron la peor masacre de civiles vivida en Europa desde la Segunda Guerra Mundial: las fuerzas serbias mataron a 8.000 hombres musulmanes de entre 12 y 77 años. El 24 de marzo, el Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia (TPIY) en La Haya, condenó a 40 años de cárcel a Karadzic por el genocidio. Sin embargo, ayer el tribunal absolvió al ultranacionalista serbio Vojislav Seselj por su papel en las guerras yugoslavas, en las que, según la acusación, fue responsable de asesinatos múltiples, persecuciones y torturas. “Vojislav Seselj se movía por el fervor político de crear la Gran Serbia”, admitieron los jueces, “pero esto no respondía a una intención criminal. La propaganda de una ideología no es en sí criminal”.

Por Redacción Internacional

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