En medio de una tensión diplomática sin precedentes en la región, y con cada vez menos aliados, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, inaugurará este jueves en Caracas, contra viento y marea, un nuevo período presidencial (2019-2025) que le planteará varios retos.
El mandatario, quien se impuso en las elecciones presidenciales celebradas en mayo de 2018, se encuentra en una complicada situación diplomática. En víspera de la investidura, Washington anunció fuertes sanciones económicas contra empresarios cercanos al chavismo. Varios países del mundo —entre los que destacan Estados Unidos, los Estados de la Unión Europea y los miembros del Grupo de Lima, excepto México— anunciaron que no reconocerán el nuevo período presidencial por haberlo ganado de manera “ilegítima”.
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Aislado regionalmente, Nicolás Maduro estará acompañado por un puñado de presidentes y representantes diplomáticos de países amigos, que cada vez son menos. A su posesión confirmaron asistencia tres mandatarios: Miguel Díaz-Canel (de Cuba), Daniel Ortega (de Nicaragua) y Evo Morales (de Bolivia); también se espera la presencia del vicepresidente de Turquía, Fuat Oktay; el ministro de Agricultura de China, Han Changfu, y representantes de Uruguay y de México.
“Llueva, truene o relampaguee”, ha dicho Maduro, asumirá como presidente de Venezuela por seis años más. Jurará el cargo en el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), afín al chavismo, aunque la Constitución ordena que se posesione ante la Asamblea Nacional, en manos de la oposición, en donde fue declarado “ilegítimo y usurpador”.
Y aunque su gobierno se viene preparando para el aislamiento internacional, Maduro arremetió contra sus críticos. Ayer le dio un plazo de 48 horas al Grupo de Lima para reconsiderar la decisión de desconocer su mandato. También tildó de estúpidas las medidas de Perú de no permitirle la entrada al país a él ni a sus allegados, y calificó a Colombia como “el peor enemigo de Venezuela sobre la faz de la Tierra”.
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Y es que aunque tilde de ridículas las medidas, la advertencia de que el estado de las relaciones diplomáticas con Venezuela será revaluado, además de otras medidas, preocupan al gobierno venezolano. “Maduro no podrá participar de foros políticos y económicos regionales, así como de las instituciones de integración regional. Esto tiene efectos no solo simbólicos, sino que también le dificultan los intercambios comerciales y beneficios con préstamos”, explica a El Espectador Ana Soliz, investigadora de la Universidad de las Fuerzas Armadas en Hamburgo.
De acuerdo con Soliz, la clave para una presión efectiva es que se deje entreabierta la posibilidad de un diálogo a una transición política, pues cerrar completamente los canales diplomáticos y aislar más a Maduro puede provocar un efecto contrario.
“El régimen de Maduro puede interpretar su situación como una en la que ya no tiene nada más que perder, y puede endurecerse aún más frente a la oposición”, dice la investigadora.
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Pero para Víctor Mijares, profesor venezolano de Relaciones Internacionales de la Universidad de los Andes, una nueva ronda de diálogo, con una oposición fragmentada cuyos bandos no se reconocen mutuamente, puede terminar en impulsar de nuevo a Maduro y su equipo.
“Si nos ceñimos al patrón de conducta de Miraflores desde 2003, el diálogo es una conocida maniobra que le ha garantizado al chavismo tiempo y reconocimiento nacional e internacional. El diálogo baja las presiones externas y supone el reconocimiento del régimen chavista como gobierno legítimo (o al menos de facto) en Venezuela”, aclara Mijares.
¿Es el aislamiento una opción eficaz?
El aislamiento regional no es una situación nueva para Maduro, a pesar de que la retórica de países como Estados Unidos o el Grupo de Lima se haya intensificado. De hecho, en el último año el presidente venezolano se ha acercado a países como Rusia, China, Turquía e Irán.“El aislamiento y el desconocimiento del gobierno, aunque es una herramienta legítima en el derecho internacional, no suele ser eficaz en la búsqueda de una transición política”, afirma Mijares. De hecho, según el profesor de los Andes, el caso venezolano es aún más complicado, pues el chavismo lleva tiempo sin depender económicamente de sus vecinos.
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“Venezuela lleva años preparándose para un relativo aislamiento hemisférico. Sus condiciones geográficas y recursos naturales le han permitido sostener su propia doctrina y régimen sin que la región pueda hacer mucho para evitarlo”, afirma Mijares a este diario.
“Petróleo, oro, diamantes, coltán y, presumiblemente, uranio están en la mira de socios eurasiáticos como China, Turquía, Rusia e Irán y esto está abriendo una nueva era en la economía del país vecino”, aclara.
No obstante, aunque para Maduro la dependencia económica en la región sea cada vez menor, va a necesitar el apoyo diplomático para evitar, por ejemplo, que se le aplique la Carta Democrática Interamericana de la OEA, que con el ascenso de Jair Bolsonaro en Brasil y un cabildeo diplomático entre Colombia y Estados Unidos puede por fin concretarse. “Es una opción que podría hacerse efectiva a partir del 10 de enero”, afirma Mijares.
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Pero así como Maduro tiene sus problemas, sus países amigos en la región tienen cosas por resolver internamente. Tanto Bolivia como Nicaragua viven sus crisis políticas y en este momento, y durante los siguientes meses, tendrán que concentrarse en mantenerse en el poder. “No tienen mucho espacio para apoyar a Maduro más allá de su recurrente retórica”, explica Soliz.