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La semana pasada, poco después de los atentados del 13 de noviembre, los parisinos se reunieron en los cafés y restaurantes (bajo una convocatoria bautizada “Todos al bistró”) para recordar a las víctimas y, con cierta valentía, eludir el miedo propio de las amenazas terroristas y continuar su vida en común. El acto era una forma pacífica de lucha, de encarar al Estado Islámico sin acudir a sus prácticas. En ese sentido, los parisinos ganaron una batalla: superaron la paranoia. Pero en Bruselas, la capital belga, el Estado Islámico parece haber ganado una batalla invisible: vigilada por el Ejército día y noche y en espera de una nueva redada, Bruselas lleva tres días envuelta en el miedo de una amenaza terrorista.
Los cafés, mercados y colegios fueron cerrados desde el sábado. Por las calles, además de algunos turistas que encuentran folclórico el hecho de estar rodeados de soldados, sólo transitan las tropas con sus armas y sus camiones. Si un mercader vendía 1.000 euros al día en mercancías, la suma disminuyó en breve a 200. Las estaciones de metro fueron cerradas y la mayoría de trabajadores cumplen con sus tareas desde sus casas. Los grandes supermercados y las cadenas de ropa clausuraron sus locales: en vista del Estado de Sitio, sería inútil abrirlos porque, de cualquier modo, nadie sale a las calles por el temor de que un paquete solitario contenga una bomba.
Así sucedió en el hospital de Saint-Pierre: el fin de semana encontraron un paquete abandonado, cerraron las instalaciones y se dispuso un operativo de seguridad. En estos tres días las autoridades belgas han arrestado a 21 personas que tendrían relación con actividades terroristas, bajo la casi certeza de un ataque “inminente y serio” (según palabras del gobierno nacional). Uno de los principales objetivos en las operaciones es el francés Salah Abdeslam, de 26 años, que se habría encargado de conducir a los militantes que abrieron fuego, sin aviso ni pompa, en tres cafés de París. Abdeslam, que alquiló uno de los autos para transportar desde Bélgica hasta París a los tiradores, fue visto por última vez el domingo siguiente a los atentados: conducía un auto negro, junto con otras dos personas, y para el momento en que unos policías lo detuvieron cerca de la frontera entre Bélgica y Francia para revisar sus papeles, Abdeslam todavía no era sospechoso.
Abdeslam tendría conexiones en Molenbeek, uno de los barrios más vigilados en estos días en Bruselas. De allí, según numerosas fuentes de seguridad, salieron por lo menos cinco de los militantes del Estado Islámico que atacaron en París y, según el diario Le Monde, por lo menos un tercio de los cerca de 150 belgas que han viajado a Siria en los últimos meses vivían en sus calles. Un reciente relato de ese diario dedicado a Molenbeek recuerda que en muchas de sus mezquitas se mezclaba la enseñanza religiosa con el dogma radical (la alcaldía patrocina muchas de las actividades religiosas en la zona) y que las “frustraciones sociales e identitarias” están a la orden del día. “En Molenbeek podemos escapar fácil de la Policía”, dijo un joven de 18 años al diario.
El miedo en Bruselas ha alcanzado niveles poco ordinarios: las fuerzas de seguridad pidieron a los medios de comunicación y a los internautas que mantengan silencio sobre las operaciones que se realizan en las calles. Algunos periodistas, en respuesta, difundieron fotografías e imágenes móviles de gatos bajo el título “Surrealismo a la belga”, como una suerte de protesta silenciosa. Los internautas hicieron su parte con la circulación de esas imágenes hasta el punto de ejecutar montajes: un gato armado, otro más vestido de soldado, uno más de periodista. Encerrados en sus casas, los belgas encontraron en su protesta una forma de reconocer que, tal vez, las medidas para enfrentar al Estado Islámico podrían ser contraproducentes: al miedo es imposible ganarle con más miedo.
La alcaldía anunció que desde hoy, entre las ocho de la mañana y las cinco de la tarde, abrirán los jardines infantiles. Hasta ahora, la recomendación es mantener cerrados los lugares donde puedan formarse aglomeraciones. En la Grand-Place, uno de los sitios más concurridos de Bruselas, armaron el árbol de Navidad. Algunos se han asomado.
Por Redacción Internacional
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