Las otras víctimas: crece la islamofobia en Europa

Este domingo se conmemoró el Aïd-El-Kebir, la fiesta más importante del calendario musulmán. Estigmatizados por un discurso que ya no sólo pertenece a la extrema derecha, los miembros de esta comunidad en Francia temen una nueva ola de insultos y agresiones en su contra.

Ricardo Abdahllah
04 de septiembre de 2017 - 02:30 a. m.
La celebración del Aïd-El-Kebir (Fiesta Grande) reúne a los musulmanes de todo el mundo. / EFE
La celebración del Aïd-El-Kebir (Fiesta Grande) reúne a los musulmanes de todo el mundo. / EFE
Foto: EFE - FRANCIS R. MALASIG

Durante la semana más calurosa del pasado mes de junio, Maissa Leroy subió a Facebook un video hecho con su teléfono en el que sugería a los medios de comunicación franceses una frase de apoyo para sus compatriotas musulmanes, que cumplían con ir a trabajar con semejante canícula y al mismo tiempo respetaban el ayuno del Ramadán.

“Era una idea ligera que, me pareció, despertaría simpatía de los dos lados al hablar de nuestras comunidades por una razón diferente a los atentados”, dice esta consultora en comunicación de 35 años de edad. Como integrante de la asociación feminista musulmana Lallab, Leroy sabía que su video no sólo generaría aplausos, pero no podía imaginar que llegaría al medio millón de vistas, atrayendo la atención del youtuber Boris Le Lay. Refugiado en Japón para evitar seis condenas por incitación al odio racial de las autoridades francesas, Le Lay es un ídolo de los internautas de extrema derecha.

“No sólo me insultaron en los comentarios del video, sino que comenzaron a postear en las páginas de grupos racistas fotos de mis perfiles personales, capturas de pantalla sobre mis actividades profesionales y datos de la vida de mis hijos. Mis buzones se llenaron de amenazas, insultos y fotos de cerdos. Lo que más me asustaba es que yo tenía la idea de que los racistas eran gente de cabeza rapada que vota por el Frente Nacional, pero esos mensajes venían de gente común y corriente, como la que uno cruza todos los días”.

El aumento del ciberacoso hacia quienes militan contra la discriminación de los musulmanes en Francia, y en particular hacia las miembros de la asociación Lallab, llevó a varias decenas de asociaciones y personalidades de Europa, entre ellas el excandidato presidencial del Partido Socialista Benoît Hamon, a publicar en el diario Libération del pasado 23 de agosto una columna en la que denunciaban que “Tras estos ataques hay miembros de la extrema derecha y de grupos nacionalistas, pero también personas que afirman defender una visión intransigente del secularismo y el universalismo republicano. Esta intransigencia es en realidad una intolerancia, incluso una paranoia contra una sola religión: el islam”.

La islamofobia: de internet a la realidad

Aunque existe en Francia una plataforma virtual que permite el señalamiento de los contenidos que promueven el odio en los blogs y las redes sociales, la posibilidad de borrar publicaciones antes de que sean investigadas, la dificultad para encontrar el origen de una información compartida centenares de veces y el hecho de que el formulario no permite a los internautas reportar específicamente qué tipo de población está siendo agredida, dificultan tener cifras concretas sobre la amplitud del fenómeno en internet.

“Con 483 agresiones, aún estamos a más de una por día, pero efectivamente son menos que los 905 casos del 2015. Esto puede probar que el trabajo en todos los frentes está funcionando, pero también que las víctimas están dejando de denunciar hechos que antes se consideraban graves y ahora se han banalizado”, señala el Colectivo Contra la Islamofobia en Francia (CCIF).

Es posible también que la disminución durante el 2016 se deba a que el 2015 fue, para Francia y para los musulmanes de Francia, un annus horribilis.

“Lo recuerdo como la peor época en treinta años que llevo en Francia”, dice Hafeth, argelino naturalizado francés y propietario de una carnicería hallal en el sector de Barbès-Rochechuart, en París. “Hubo clientes que dejaron de venir y cuando los cruzaba en la calle no me contestaban el saludo, y personas que me bloqueaban el paso cuando iba apurado el viernes para el rezo de mediodía en la mezquita. Yo puedo decir que entiendo la rabia, pero también que desde que esos desgraciados cometieron los ataques, muchas personas que ya eran racistas sintieron que podían gritar su racismo a los cuatro vientos”.

Para el CCIF existe una correlación entre los ataques y los actos islamofóbicos, pero sería simplista hablar de una causalidad. Si tras la masacre de Charlie Hebdo hubo más denuncias por agresiones callejeras y ataques, incluso con granadas y armas automáticas, contra lugares de culto, la mayoría de quejas luego de los ataques del mes de noviembre fueron sobre abusos de las autoridades. En el marco del estado de emergencia decretado por el entonces presidente, François Hollande, se realizaron alrededor de 4.000 allanamientos, muchos de ellos contra ciudadanos convertidos en sospechosos sólo por ser activos dentro de la comunidad musulmana, de los cuales apenas 36 desembocaron en procesos formales por terrorismo.

Según informes tanto del CCIF como del Observatorio de la Islamofobia, las instituciones estatales serían responsables de alrededor de dos tercios de los actos islamofóbicos en Francia.

El botón del odio

El ciberacoso contra las miembros de la asociación Lallab es el más reciente de una serie de episodios muy mediatizados que incluyen el affaire Babyloup (en el que una empleada fue despedida de una guardería por negarse a retirar su velo); el video filmado en el restaurante Le Cenacle de Tremblay, donde se les negó el servicio a dos mujeres veladas, y el burkinigate, cuando varios alcaldes del sur del país lanzaron una cruzada contra esta prenda por demás inusual en las playas francesas.

“Además de esos casos, de los que se habló mucho, hay decenas de polémicas que comienzan con los trinos de algún líder político y, a pesar de no tener consecuencias inmediatas, contribuyen a que se vaya instalando un ambiente podrido de rechazo contra los musulmanes”, dice Leroy.

Las mujeres, las principales víctimas

“Por el hecho de llevar velo, uno tiene que escuchar todo tipo de comentarios”, dice Leroy. “Yo no era tan consciente de esa especificidad del racismo francés hasta que visité países anglosajones y me di cuenta de que allá podía salir con el velo puesto sin que la gente me mirara raro”.

Para Umay, nacida en Turquía y quien atiende un restaurante familiar de comida rápida en el barrio de Strasbourg-Saint-Denis, en el centro de París, no es necesario ponerse velo para recibir insultos por ser mujer y musulmana. “Nunca lo he usado y sin embargo dos veces me han insultado en la puerta de mi negocio. Una vez incluso nos escribieron la palabra cerdo sobre la fachada al lado del tablero de los precios”.

Según el CCIF, durante el 2016 , el 75 % de las víctimas de la islamofobia y la totalidad de quienes sufrieron discriminaciones laborales y agresiones físicas graves fueron mujeres. Patrick Simon, autor de La construcción de las discriminaciones, no duda en afirmar que para una mujer musulmana en Francia llevar el velo puede constituir “un suicidio en términos de su ingreso al mercado laboral”.

La imposible celebración

El domingo pasado se festejó el Aïd-El-Kebir, el más importante evento del calendario musulmán. Como durante el Ramadán, los carteles invitando a las conmemoraciones florecen en los barrios con fuerte presencia de los practicantes de esta religión. Sobre ellos aparecen pegadas calcomanías del Frente Nacional y el grupo ultranacionalista Generación Identitaria, o simplemente inscripciones con marcador que dicen “cerdos” o “fuera árabes”.

“Es como si estuviéramos obligados a ser invisibles”, se lamenta Ebrahim, estudiante iraní. “Como si la única posibilidad de existir como comunidad fuera la que nos imponen: salir a desfilar tras cada atentado para demostrar que no somos terroristas”.

Su historia es la prueba de que para ser víctima de la islamofobia ni siquiera se necesita ser musulmán: Singh pertenece a la comunidad sikh, que agrupa a los seguidores de las doctrinas del gurú Nanak. Originarios de la India, los sikh usan un turbante que hace que con frecuencia sean víctimas de las mismas discriminaciones que los musulmanes.

“Nunca me han agredido, pero el miedo está ahí”, comenta. “La gente que no tiene nada en la cabeza te juzga por lo que llevas puesto en la cabeza”.

Por Ricardo Abdahllah

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar