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Las pequeñas batallas del conflicto sirio

El fin de la guerra en Siria está muy lejano. Estrategias y lealtades se desvanecen mientras los sirios luchan por sobrevivir.

Mauricio Morales / Especial para El EspectadorAlepo (Siria)
02 de febrero de 2013 - 09:00 p. m.
Alepo está casi toda destruida. Algunos sirios regresaron porque ya no hay espacio en los campos de refugiados.
Alepo está casi toda destruida. Algunos sirios regresaron porque ya no hay espacio en los campos de refugiados.

Los habitantes del barrio de Bustan Al-Qasr se levantaron el martes con una macabra escena. El río Queiq, que nace en Turquía y atraviesa varios distritos de Alepo —la segunda ciudad más grande de Siria y bastión del presidente Bashar Al-Asad— traía entre sus aguas muerte. Los sirios, atrapados en un sangriento conflicto desde hace casi dos años que ya deja 60.000 víctimas, se preguntaban hasta dónde la guerra podría degradar al ser humano.

Esa mañana, el río Queiq dejó en su recorrido 80 cadáveres. Ochenta hombres y mujeres, de entre 12 y 35 años, que habían sido asesinados de un tiro en la cabeza. Todos tenían las manos atadas y señales de tortura, que se evidenciaron cuando los cuerpos eran apilados en camionetas. ¿Quién fue el autor de la masacre? La pregunta todavía se escucha en las calles de Bustan Al-Qasr, en donde los diferentes bandos se culpan mutuamente.

Sin embargo, la hipótesis de que pudieron ser las fuerzas de Al-Asad era la que más fuerza tomaba, pues el río pasa por una prisión central controlada por el ejército regular sirio. Allí están recluidos una cantidad indeterminada de detenidos cuyo destino nunca se conoce. Pero también se planteaba la autoría de la temida Shabiha, las milicias progubernamentales conocidas por sus crueles torturas y asesinatos indiscriminados. Videos colgados en Youtube culpaban abiertamente al jefe de Estado.

Pero todo es incierto. Así lo reconoció el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, cuyo jefe, Rami Abdel-Rahman, aseguraba que no tenía datos sobre quiénes habían perpetrado la matanza. En los 22 meses que lleva el conflicto, organismos de derechos humanos han acusado al gobierno y a los rebeldes de llevar a cabo ejecuciones sumarias. Por eso, cualquiera puede ser el culpable de la masacre del río, en un país donde ya son usuales las ejecuciones masivas, los actos de pillaje de algunos grupos y los secuestros, aparte del bombardeo y golpes de artillería diarios en contra de la población civil.

Ni siquiera los periodistas se salvan de las consecuencias de este conflicto, que se degrada con el paso de los días. Tres comunicadores, un húngaro, un vasco y un mexicano, fueron secuestrados en territorio controlado por rebeldes, por un grupo de hombres enmascarados que los despojaron de todas sus pertenencias. Tras 12 horas de retención los abandonaron en alguna calle de Alepo. Los hechos confirman los temores de los líderes rebeldes, quienes advertían sobre el surgimiento de grupos criminales que podrían empañar la revolución.

Alepo es una muestra de la situación. La ciudad está casi toda destruida por los bombardeos, hay pocos edificios en pie y todos los almacenes y edificios gubernamentales han sido saqueados. Según el periódico británico The Guardian, el saqueo se ha convertido en una forma de vida en esta ciudad y algunos rebeldes han entrado en guerra por ver quién se queda con el botín. Se rumora que el comandante rebelde Abu Jameel, asesinado en diciembre de 2012, habría caído por disputas con otros comandantes rebeldes.

Pero hay otros frentes comprometidos con la revolución. Cientos de rebeldes que luchan a diario por liberar al país de 40 años de gobierno de la familia Al-Asad. Y lo hacen como pueden. Con pequeñas batallas, las de la toma de posiciones, de avance de metros y barrios, pero que al final parecen no ser suficientes para obtener la victoria rebelde.

Las imágenes de tanques y grandes batallones de infantería tomando ciudades enteras en cuestión de horas o días, como en las guerras relámpago de las grandes potencias, son escenas lejanas para los sirios. Cercanas son las escenas después de estas llamadas “victorias militares”, las de la barbarie de una guerra sin final, los escenarios posguerra que se viven en la actualidad en Irak y Afganistán, guerras con más de 10 años de duración.

Una de estas pequeñas batallas fue la del pasado 22 de enero, en la que un grupo especial del Ejército de Liberación Sirio (ELS) tomó el batallón 82 y el aeropuerto, posiciones ocupadas por fuerzas regulares del ejército a las afueras de Alepo. Tras esa pequeña conquista, los rebeldes fueron blanco de un fuerte hostigamiento por parte de las fuerzas sirias que se movieron a otra posición, quizá la que se disputen en los próximos días.

En la batalla los rebeldes capturaron a dos hombres y encontraron municiones y armas. Uno de los retenidos fue trasladado a Alepo; el otro se mantuvo retenido en donde se desarrolló la lucha. Pero en este punto del conflicto la suerte de los prisioneros es incierta. Y las historias sobre sus destinos escalofriantes.

El final de la guerra en Siria está muy lejano. Las estrategias militares parecen desvanecerse y las lealtades también. Cada día nacen más grupos de lado y lado cuyo único objetivo es enriquecerse a costa de la guerra. Trabajan para el mejor postor.

Los civiles, los grandes olvidados del conflicto, sobreviven como pueden. Muchos han vuelto a Alepo, básicamente porque ya no hay espacio en los campos de refugiados. Han aceptado vivir en medio de las explosiones y los combates. Parece ser que el país está abandonado a su suerte y, hasta que los muertos desborden las calles y no haya más lugar para atrincherarse, la guerra no tendrá su final. Lamentablemente esto puede durar largos meses, pues cada vez es más incierto el supuesto plan internacional para detener la barbarie. Hace apenas una semana los opositores descartaron una propuesta de paz porque Al-Asad en un discurso rechazó dialogar. En los primeros días de enero el enviado de paz de la ONU, Lakhdar Brahimi, se distanció claramente de los planes del presidente sirio calificándolos de “unilaterales”.

Brahimi dijo que el plan de paz acordado por las potencias mundiales en Ginebra en julio, para formar una administración interina en Siria, debería ser la base para una solución. Pero agregó: “Seguramente Al-Asad no sería miembro de ese gobierno”. Además, describió el discurso pronunciado por Al-Asad como sin compromiso y erróneo, ya que excluyó a algunas partes en sus propuestas de paz.

Lo más grave es que las batallas más duras están por venir. En los barrios populares de Damasco ya se pelea en los suburbios. La fuerza aérea comandada por Maher Al Asad, hermano menor del presidente, embiste con toda su fuerza a los rebeldes, quienes no bajan la guardia y luchan por arrebatarle al gobierno el control de la capital, clave para la supervivencia del régimen. Cuánto tiempo puede durar la batalla por Damasco es difícil de calcular, pues aún no acaban las batallas de Alepo, Homs y otras grandes ciudades.

La crisis que acompaña a la guerra en Siria

La cifra de personas que han tenido que huir  por la acción de la guerra ya llega a 700.000, especialmente refugiadas en países vecinos.

Alrededor de un millón de niños padecen problemas alimenticios por la guerra. Los combates y el deterioro de la infraestructura obstaculizan la distribución de ayudas.

La ONU calcula que son necesarios más de US$1.000 millones para atender la emergencia humanitaria. Los daños materiales que deja el conflicto todavía no se cuantifican.

Por Mauricio Morales / Especial para El EspectadorAlepo (Siria)

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