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El pasado domingo 9 de noviembre, los catalanes votaron por su independencia. “Lección de democracia en mayúsculas”, dijo Artur Mas, presidente de Cataluña. “Simulacro estéril e inútil”, dijo el Gobierno.
Vivo en Barcelona hace casi tres años, pero mi estatus de estudiante me mantiene a raya de poder apoyar una u otra causa sobre la Independencia de Cataluña. Mi voto es aún más transparente que el de las 2’305.290 personas que asistieron ayer a las urnas. Por más que me interese el tema, debo limitarme a preguntar y a oír a mis amigos catalanes, al señor que me vende el periódico los fines de semana, a mis compañeros de trabajo y a todo el que quiera responderme si quiere o no (y las razones) la independencia de Cataluña. Quizás así sea más fácil comprender, sin juzgar, el por qué cada vez se ven más banderas con la estrella independentista.
Desde el miércoles 5 de noviembre se empezaron a oír los cacerolazos en mi calle. Vivo en un barrio muy catalán en la Carrer de la Llibertat (así en catalán, para que la encuentre Google) en Gracia. Por eso llegué a pensar que el sonido de los vecinos que golpeaban las tapas, las ollas o el marco de las ventanas era solo de euforia, un preludio de las votaciones del pasado domingo 9 de noviembre (9N). No podría decir cuánto duraban exactamente los cacerolazos, pero sí que empezaban a las diez en punto de la noche y pasaban de los quince minutos, y si la hora acordada los tomaba paseando al perro, sacaban las llaves del bolsillo y las hacían sonar contra los postes de la luz. Los cacerolazos eran en toda la ciudad. Una vuelta por Twitter y WhatsApp me hizo dar cuenta de que mis amigos catalanes de otros barrios, el Borne, Les Corts, Nou Barris, también oían lo mismo. El sonido se repitió el 6, 7 y 8 de noviembre y no era euforia, sino una sincronización de los ciudadanos que pedían poder votar. Que su SÍ o su NO fuera tenido en cuenta por el gobierno español. Ya no digamos por la Comisión Europea, que lo declaró como un “asunto de organización interna”.
El pasado 9 de noviembre un 37% del censo actual asistió al colegio o lugar asignado para responder si quería que Cataluña fuera un Estado y, en caso afirmativo, si ese Estado fuera o no independiente. Dos preguntas sencillas y determinantes. Las votaciones se llevaron a cabo con tranquilidad y Artur Mas las declaró exitosas. Sin embargo, “la democracia de la ficción”, como fue titulada por El Mundo, no es vinculante, no tiene validez ante el gobierno español, ha sido solo una votación simbólica. Aunque más del 80% de los votantes se decidió por el SÍ en los dos casos, hay que recordar que es el 80% de un 37%. Podían votar los mayores de 16 años residentes en Cataluña, es decir, unas 6’228.531 personas según el último censo.
Hablando con amigos nacidos en la región, de bandos opuestos por el SÍ y el NO, leyendo los periódicos y estando al tanto de los comentarios de las personas alrededor, es fácil ver que el mayor temor sobre ser un país aparte es que no hay respuestas claras sobre el futuro económico de Cataluña. No existe un debate aterrizado sobre si se estará o no dentro de la Unión Europea, sobre el euro, el pago de pensiones, las mejoras en el sistema de salud, etc. Los partidos políticos a favor del SÍ dicen qué harán pero no cómo lo harán. Por ejemplo, a mi buzón de correo llegó un volante con las 9 razones para votar y comenzar un país nuevo, y en ninguna parte decía algo sobre la forma en que se creará más trabajo, una de las promesas que más necesitarían ser cumplidas. Mis amigos catalanes a favor del SÍ me explican que ellos, los catalanes, han sido oprimidos desde siempre, no pudieron hablar su propio idioma por años, muchos de sus abuelos murieron en la guerra, esto sin contar a los desaparecidos, además “España está llena de políticos corruptos”. Y entonces mencionamos el caso Pujol, expresidente de Cataluña, investigado por crear una red de negocios ilícitos que beneficia a otros políticos y que involucra a toda su familia. En tema de corrupción hay un empate. Pero no estamos hablando de partidos, sino de la gente normal que va por la calle y paga impuestos, que quiere que su opinión por lo menos sea tenida en cuenta, como en Escocia, o en Quebec.
Otros amigos españoles pero no catalanes pueden entender, quizá más de primera mano que un extranjero, por qué los catalanes quieren independizarse. Sus abuelos también han vivido la guerra, las historias las han oído en sus propias casas y ya están tan mezclados con los catalanes que hablan su idioma con facilidad. Sin embargo, cuando piensan en términos personales no están de acuerdo con que el lugar en donde viven hoy sea un Estado independiente. “¿Dónde quedaría mi familia, sería un extranjero en mi propio país?”, Ven el asunto como un muro que se levanta. Al final de la fila están los estudiantes que ven su vida en Barcelona y yo, que quiero vivir aquí pero que debo cumplir ciertos requisitos para ser residente y poder votar aunque sea en forma simbólica en una consulta catalana.
Las votaciones del 9N no tienen validez legal. Sin embargo, han sido noticia en la prensa internacional. Diarios como Financial Times, The Wall Street Journal, The New York Times, BBC, Bloomberg o The Guardian han destacado el proceso participativo de los catalanes, que por lo que se ve en las noticias, se oye en la radio y en las calles, sigue adelante con más fuerza. Artur Mass busca ahora el referéndum definitivo.