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“Muchas de las tácticas de contrainsurgencia [de la supremacía blanca] comparten una historia con Colombia”

Ahora que la brutalidad policial contra los afroamericanos en EE. UU. ha despertado protestas masivas y reacciones violentas, la historiadora Kathleen Belew, experta en la supremacía blanca, habló en exclusiva para El Espectador de las raíces del movimiento y cómo varios países en guerra sirvieron como campos de entrenamiento.

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Lina Britto* / especial para El Espectador
30 de julio de 2020 - 12:30 a. m.
Belew es profesora de historia de la Universidad de Chicago. / Brian McConkey, cortesía Harvard University Press
Belew es profesora de historia de la Universidad de Chicago. / Brian McConkey, cortesía Harvard University Press
Foto: Harvard University Press
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“Si mato comunistas en Vietnam, ¿por qué no hacerlo aquí?,” fue la pregunta que la historiadora norteamericana Kathleen Belew seguía encontrándose en múltiples testimonios y variados contextos mientras investigaba en los archivos. Generalmente eran hombres blancos los que la expresaban, antes o después de convertirse en perpetradores de actos de terror en algún lugar de la ancha geografía estadounidense. Era tan recurrente que se le convirtió en obsesión. “No podía olvidarme del asunto,” explica, “esa frase representa la fusión del frente de batalla con el regreso a casa, de los tiempos de guerra y los tiempos de paz”.

A través de esa mirilla Belew se adentró en un mundo subterráneo de publicaciones secretas, mensajes encriptados, campamentos clandestinos y actos terroristas, en el que hombres y mujeres sueñan con imponer sobre la faz del planeta un imperio de la raza aria. Con el sugestivo título de Bring the War Home: The White Power Movement and Paramilitary America (Trae la guerra a casa: El movimiento de poder blanco y América paramilitar), la editorial de la Universidad de Harvard publicó su investigación. En su análisis agudo, Belew da cuenta de los orígenes y consecuencias de este movimiento que en los últimos años ha salido de las tinieblas.

Desde Chicago, donde Belew es profesora en la universidad del mismo nombre, la historiadora habló en exclusiva para El Espectador sobre qué nos puede enseñar la supremacía blanca sobre el racismo que actualmente tiene a los Estados Unidos en una encrucijada y cómo conflictos en países en desarrollo jugaron un papel crucial en el entrenamiento militar e ideológico de varios de los líderes de este movimiento que busca librar una guerra irregular en pos de una distopía.

Una de las revelaciones de su libro es que a cada guerra internacional en la que los Estados Unidos se ha involucrado le corresponde un ciclo de violencia interna, desde las dos guerras mundiales y Corea, hasta Vietnam, Centro América e Irak. ¿Cómo se explica esta correlación?

Hasta ahora no existe una teoría al respecto, de hecho, la idea es bastante nueva entre los historiadores. Una manera de entenderlo es que cuando el Estado moviliza el monopolio de la violencia y ésta se interrumpe [por el fin de la guerra, por ejemplo] se crean oportunidades para que dicha violencia se esparza en diferentes direcciones. También creo que tiene que ver con la experiencia misma de la violencia. La sociedad en su conjunto experimenta la guerra al interior de sus casas, en las pantallas del televisor, es invasiva, creando las condiciones para que luego se derrame por la sociedad entera.

Pero si este fenómeno sucede después de cada guerra, ¿qué hay de especial en el caso de Vietnam que en su investigación figura como el nacimiento del movimiento de supremacía blanca?

La guerra de Vietnam logra varias cosas importantes. Primero, crea las condiciones para que grupos que hasta entonces se consideraban adversarios terminaran en las mismas filas. Veteranos de la Segunda Guerra Mundial que luego se convirtieron en miembros del Ku Klux Klan ni se aproximaban a los neo-Nazis pues precisamente habían estado en guerra contra los Nazis. Pero la experiencia común en Vietnam y la sensación de haber sido traicionados por el gobierno [cuando éste ordenó la retirada] unifica en un solo movimiento a miembros del Klan con neo-Nazis y otros grupos. Segundo, Vietnam representa una gran innovación en tecnologías de combate y en táctica y estrategia. Por eso el número de bajas fue astronómicamente más alto, porque las armas eran más efectivas y las tácticas de contrainsurgencia hicieron una gran diferencia escalando la tasa de moralidad entre los civiles.

Durante la Segunda Guerra Mundial la pelea era contra los nazis y los fascistas. Fue en Corea [1950-1953] en donde los Estados Unidos se lanzó por primera vez a una guerra contra los comunistas y luego vino Vietnam [1965-1975]. ¿Cómo figura el tema racial en estas experiencias de guerra en Asia?

Claro, el tema racial es parte de la importancia de Vietnam, pero también es el escalamiento de la Guerra Fría en general y la manera en la que mucha gente comenzó a identificarse con el proyecto anti-comunista. En el sur de los Estados Unidos anti-comunismo era otra forma de expresión de la supremacía blanca. Allí comunismo nunca se entendió en términos raciales neutros porque hay una historia detrás, el Partido Comunista efectivamente abogaba por los afroamericanos en el sur. Lo que pasa en Vietnam, y por lo que es una guerra tan diferente a la Segunda Guerra Mundial, es que el enemigo es representado en términos raciales y como algo nebuloso. La gente hablaba de lo imposible de distinguir entre aliados y enemigos, de lo raro y extraño que era todo, hasta el ambiente.

¿Se podría concluir que esa forma de identificar al enemigo en términos raciales, como algo exótico, es producto de una falta de entendimiento del problema del colonialismo?

Correcto, hay una falta de entendimiento de otro tipo de cosmovisión, de otra manera de ver el mundo y no solo por parte de los grupos que yo estudio sino de la derecha en los Estados Unidos en general.

Algo que usted enfatiza es que este movimiento fue marginal por décadas y solo recientemente se ha hecho masivo y visible. ¿Está de acuerdo con la idea generalizada que la victoria de Trump fue el momento de destape?

El término “nacionalismo blanco” se usa mucho en los medios actualmente y, en mi opinión, de manera errada. La “nación” de la que habla la supremacía blanca no es los Estados Unidos, es la Nación Aria. Este movimiento es fundamentalmente anti-americano y antinacionalista. Su proyecto es librar una guerra contra el Estado que resultaría en un mundo de solo blancos.

¿No ve entonces ninguna conexión entre Trump, los republicanos y la supremacía blanca?

Por supuesto que hay una afinidad. Tomemos el ejemplo de David Duke [líder de la supremacía blanca], quien fue candidato por el Partido Republicano a finales de los 80 en una campaña opuesta a la de George Bush padre. Luego Pat Buchanan [otro candidato republicano] dijo, “tomemos lo que funcionó de la campaña de Duke y lo incorporamos en la nuestra”. Y Bush padre hizo lo mismo. Es decir, hay una conexión directa entre las temáticas y las políticas de este movimiento clandestino marginal y la sociedad dominante. Por supuesto que Bush padre rechazó de manera pública a Duke, pero algunas de sus ideas fueron adoptadas y terminaron convertidas en leyes. Y ahora el terreno es mucho más resbaladizo con un presidente que reacciona a la violencia de los supremacistas blancos con un guiño.

Otra idea generalizada que usted replantea es que actos terroristas [como los de Charleston, Carolina del Sur, 2015; o Christchurch, Nueva Zelanda, 2019] no son fines en sí mismos sino actos de propaganda. ¿A qué se refiere?

Así es. En este sentido, creo que los colombianos tienen una buena idea al respecto pues muchas de las tácticas de contrainsurgencia [de la supremacía blanca] comparten una historia con Colombia. Los miembros de este movimiento dicen inspirarse en la contrainsurgencia del ejército estadounidense. Pero sabemos que mucho de esta estrategia fue adaptado de las guerrillas maoístas y de otras tendencias que combatían en países del tercer mundo.

¿Se podría decir entonces que la supremacía blanca es no solo parte de la evolución de la derecha sino también del fracaso de la izquierda?

Uno de los sucesos más interesantes en esta historia es que la derecha [en los Estados Unidos] se va cohesionando a la vez que la izquierda se va resquebrajando. Esta simultaneidad tiene mucho que ver con el éxito eventual de este movimiento porque no existía una oposición lista a confrontarlo cuando estaba emergiendo.

¿Cómo figura América Latina y el Caribe en esta historia?

Miembros del movimiento, al igual que otros que no estaban directamente involucrados, pero tenían afinidad política, van a Centroamérica como mercenarios en las guerras de los 80. Ellos ven estos conflictos como ocasiones para perfeccionar las prácticas antidemocráticas y de combate que luego importarían a los Estados Unidos. Tom Posey, por ejemplo, funda un grupo cívico-militar, trabaja para la CIA y termina involucrado en el escándalo Irán-Contras. Él decía que en vez de convertirse en miembro del Ku Klux Klan se hizo mercenario y se dedicó a mover armas en Nicaragua para apoyar a los Contras mientras era pagado por el Estado. Otro ejemplo son varios miembros del Ku Klux Klan que terminan de mercenarios en la isla de Dominica intentando derrocar a su gobierno para imponer a un títere que les permitiera lavar dinero para el Klan. El plan suena loco, pero fue exactamente lo mismo que [el presidente] Reagan hizo en [la isla vecina de] Granada unos años después.

¿O sea que Centroamérica y el Caribe se convierten en campos de entrenamiento informales?

Exactamente.

En el contexto actual de la brutalidad policial y las protestas, ¿cómo ve al grupo que salió a la luz a finales del año pasado con un plan para desatar una guerra civil y que se hacen llamar los Boogaloo Boys?

Estos son tiempos muy problemáticos porque varias crisis se han conjugado para crear una ventana de oportunidades para los activistas de la supremacía blanca. El movimiento Boogaloo es mucho más amplio que la supremacía e incluye gente que no se identifica exclusivamente con el poder blanco. Pero todos trabajan por el mismo objetivo de crear caos social y fomentar una guerra civil. Para los activistas de la supremacía que adoptan esta ideología, esa guerra civil sería una guerra de razas y evolucionaría bajo las mismas estrategias usadas en etapas más tempranas. Ya han sido décadas, y hasta generaciones, de activismo por parte de ellos.

* Profesora de historia en Northwestern University.

Por Lina Britto* / especial para El Espectador

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