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Netanyahu, en aprietos y en campaña

El sentir de la opinión pública es que sus decisiones, más que los intereses del pueblo israelí, representan sus cálculos políticos para mantenerse en el poder y evitar una probable condena.

Simón Ganitsky | ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR
12 de febrero de 2024 - 12:00 p. m.
El poder de Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel, se ha debilitado desde la masacre de Hamás del 7 de octubre.
El poder de Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel, se ha debilitado desde la masacre de Hamás del 7 de octubre.
Foto: EFE - ABIR SULTAN / POOL

El 1.° de noviembre de 2022, una coalición de derecha y ultraderecha obtuvo las mayorías requeridas en la Knéset, el parlamento de Israel, para proclamar a Benjamin Netanyahu como primer ministro por sexta vez. Netanyahu, líder del Likud, es un hombre de derecha, nacionalista, que se ha opuesto a varios intentos de negociación para la creación de un Estado palestino. Sin embargo, siempre se había distanciado de la derecha más extremista.

Esto cambió en 2022, cuando, en un esfuerzo por aferrarse al poder, Netanyahu se alió con Bezalel Smotrich, del Partido Sionista Religioso, e Itamar Ben-Gvir, líder del Otzmá Yehudit (“poder judío” en hebreo). Smotrich, que se autodenomina con orgullo “un fascista homofóbico”, es el ministro de Finanzas. Por su parte, Ben-Gvir, ministro de Seguridad Nacional, defiende el kahanismo, ideología extremista que busca convertir a Israel en un Estado teocrático y que Netanyahu había rechazado a lo largo de su carrera.

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La pregunta es por qué Netanyahu se alió con políticos que promulgan ideas que él nunca había defendido. La mayoría de los analistas en Israel creen que detrás de esta alianza está el interés de Netanyahu de escapar de los procesos judiciales en su contra.

Entre 2016 y 2019, Netanyahu fue acusado de actos de corrupción en tres casos, y en el 2020 comenzó su juicio, que sigue activo. La alianza del 2022 se podría ver como un intento por evadir una condena en este proceso, pues Smotrich y Ben-Gvir son críticos de la Corte Suprema de Israel, a la que acusan de ser de izquierda.

En Israel, la Corte Suprema tiene la potestad de anular las leyes aprobadas por el parlamento que, a su juicio, contradigan las leyes básicas del Estado o violenten los derechos fundamentales. Según Smotrich y Ben-Gvir, esto le ha permitido a la Corte contravenir la voluntad popular y frenar varias iniciativas de la derecha. Para las personas que no se alinean con estos extremistas, esta potestad garantiza la separación de poderes.

Entonces, a principios de 2023, el gobierno de Netanyahu propuso una reforma judicial que le quitaría a la Corte Suprema esa potestad y reduciría el poder del fiscal general. Estas medidas debilitarían el poder Judicial y permitirían que las mayorías de derecha y ultraderecha hicieran cambios legales que podrían favorecer a Netanyahu en su proceso judicial.

El proyecto de reforma judicial erosionó la popularidad de Netanyahu y suscitó una ola de protestas en Tel Aviv y otras ciudades el año pasado. Desde entonces, todas las encuestas indican que un grupo considerable de votantes del Likud se ha movido hacia el centro. Si hubiera nuevas elecciones, la coalición de centro liderada por Benny Gantz ganaría sin mayor problema. Por tanto, Netanyahu necesita mantener a Smotrich y Ben-Gvir de su lado, pues, tan pronto como le retiraran el apoyo, la Knéset convocaría a elecciones y Netanyahu sería derrotado.

El poder de Netanyahu se ha debilitado aún más desde la masacre de Hamás del 7 de octubre. En su carrera, Netanyahu se ha vendido como el garante de la seguridad de Israel. Pero para israelíes de distintos sectores políticos, los hechos del 7 de octubre demostraron el fracaso de la política de disuasión y contención con la que Netanyahu había enfrentado a Hamás en los últimos doce años. Esto ha llevado a otros políticos de ultraderecha a distanciarse de Netanyahu, a quien consideran incapaz de garantizar la seguridad.

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En su mismo partido, tiene cada vez más opositores, como Yoav Gallant, su ministro de Defensa, que le reprocha el no reconocer su responsabilidad en las fallas que permitieron que la masacre de Hamás ocurriera.

Por todo esto, muchos analistas creen que Netanyahu, a la vez que lidera la guerra de defensa de Israel contra Hamás en Gaza, está en campaña para su reelección. El sentir de la opinión pública es que sus decisiones, más que los intereses del pueblo israelí, representan sus propios cálculos políticos para mantenerse en el poder y evitar una probable condena.

Debido a las exigencias de sus aliados de ultraderecha, a quienes necesita para su supervivencia política, Netanyahu no ha estado dispuesto a llegar a acuerdos para la liberación de los secuestrados israelíes en Gaza, y ha rechazado los llamados del Gobierno estadounidense a moderar las acciones del Ejército. También ha insistido en oponerse de manera categórica a cualquier intento de crear un Estado palestino y ha mantenido en sus cargos, después de apenas desautorizarlos, a Smotrich y Ben-Gvir, a pesar de que han dado declaraciones, contrarias a los objetivos oficiales de la guerra, que sin exageraciones pueden ser descritas como incitación al genocidio.

El consenso en Israel es que a Netanyahu le conviene que la guerra se prolongue, pues su final llevaría a la Knéset a convocar a elecciones y a la formación de un nuevo gobierno. Pero esto no significa que, bajo un gobierno de centro, la guerra sería dirigida de una forma radicalmente distinta. Tanto los políticos de centro como la gran mayoría de la sociedad civil están de acuerdo con los dos objetivos que tiene el Ejército israelí en Gaza: acabar con la capacidad militar y política de Hamás y liberar a los secuestrados. Incluso la población israelí, crítica de Netanyahu, que apoya la eventual creación de un Estado palestino, considera que, para que esto sea posible, es necesario asegurar que Hamás no gobierne más ni pueda atacar a Israel.

Estos no parecen ser los objetivos de Netanyahu que, desde el 7 de octubre, más que como el líder que Israel necesita en la peor guerra que ha enfrentado en su historia, se ha comportado como un político en campaña.

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Por Simón Ganitsky | ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

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