Niños sin patria, realidad que desnudaron los Jabalíes Salvajes en Tailandia

A tres de los doce chicos rescatados de una cueva inundada al norte de Tailandia el mes pasado se les ha otorgado la nacionalidad tailandesa, al igual que a su entrenador. Este suceso ha sido el último vericueto de un drama que cautivó al mundo.

Mike Ives / Ryn Jirenuwat / The New York Times News Service
12 de agosto de 2018 - 07:50 p. m.
Algunos niños del equipo Jabalíes Salvajes, atrapados en una cueva en Tailandia, no tenían nacionalidad.  / AFP
Algunos niños del equipo Jabalíes Salvajes, atrapados en una cueva en Tailandia, no tenían nacionalidad. / AFP

A tres de los doce chicos rescatados de una cueva inundada al norte de Tailandia el mes pasado se les ha otorgado la nacionalidad tailandesa, al igual que a su entrenador. Este suceso ha sido el último vericueto de un drama que cautivó al mundo.

La decisión del gobierno militar tailandés es un golpe de suerte para los chicos, que juegan en un equipo de fútbol juvenil llamado Moo Pa, o Jabalíes Salvajes.

Sin embargo, esto también pone de manifiesto lo común de la apatridia en su rincón enclavado al sureste de Asia, una región empobrecida donde la apatridia no permite que la gente de grupos étnicos minoritarios goce de derechos básicos. Los tres chicos y su entrenador son miembros de la minoría shan, según informaron los medios de comunicación locales.

“Para el equipo Moo Pa, es un atajo muy corto” hacia la ciudadanía, dijo Puttanee Kangkun, una especialista en derechos humanos en Tailandia de Fortify Rights, un grupo de defensores. No obstante, el proceso normalmente dura años, añadió, y mucha gente apátrida en Tailandia enfrenta restricciones como no poder trabajar ni viajar.

“En esencia, no se les considera tailandeses”, dijo.

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Los Jabalíes Salvajes juegan en el pueblo norteño de Mae Sai, ubicado cerca de la zona donde convergen las fronteras de Tailandia, Birmania y Laos, conocida como el Triángulo Dorado. El área es un santuario para los miembros de las guerrillas étnicas que han luchado durante mucho tiempo por su autonomía del gobierno birmano, y también es un refugio para los cultivadores de opio y los traficantes de metanfetaminas.

Los doce chicos y su entrenador, Ekkapol Chantawong, fueron rescatados el mes pasado por miembros de las Fuerzas de Operaciones Especiales de la Marina de Tailandia, personal militar extranjero y expertos en buceo en cuevas después de estar más de dos semanas atrapados bajo tierra. A excepción de uno, todos se ordenaron como monjes budistas (de forma temporal).

El miércoles, las autoridades locales otorgaron la ciudadanía a 28 niños y 2 adultos, entre ellos a Ekkapol. Los tres jóvenes Jabalíes Salvajes que la recibieron son Mongkol Boonpiam, de 13 años; Adul Sam-on, de 14 años, y Pornchai Khamluang, de 16 años.

“Estamos muy muy contentos”, dijo el jueves Inn Khamluang, el padre del chico de 16 años, durante una breve entrevista telefónica. Dijo que su hijo nació en Mae Sai y que la familia envió sus documentos para pedir la ciudadanía hace tres o cuatro años, cuando estaba en sexto grado.

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Carol Batchelor, la consejera especial de apatridia de la agencia de refugiados de las Naciones Unidas, celebró la acción del gobierno.

“Al concederles la ciudadanía, Tailandia les ha otorgado una identidad formal que les allanará el camino para alcanzar sus sueños y para participar como miembros completos de una sociedad a la que ya pertenecen”, dijo Batchelor el jueves en un comunicado.

Los funcionarios locales no pudieron ser contactados para hacer comentarios.

El miércoles, el jefe del distrito Mae Sai, Samsak Khanakham, dijo que los chicos, que nacieron en Tailandia, no recibieron trato preferencial.

Sin embargo, en las publicaciones en las redes sociales tailandesas algunos usuarios se mostraron escépticos.

“Tuvieron suerte de quedarse atrapados en la cueva, de otra manera no habrían recibido” la ciudadanía, escribió un usuario en Facebook la noche del miércoles. “¿Tendrán la misma oportunidad otros niños que no estuvieron atrapados en la cueva?”.

“Algunas personas tienen que esperar más de un año y hay poca información disponible sobre el estado de sus casos”, escribió otro usuario. “Es realmente difícil pasar por cada etapa del proceso”.

Ver más: Adul, el niño apátrida portavoz de los atrapados en la cueva en Tailandia

En Asia se sabe que 2,2 millones de personas son apátridas, más de la mitad de los 3,9 millones de casos conocidos en el mundo, según datos de la agencia de refugiados de las Naciones Unidas. Eso incluye a cerca de 900.000 refugiados rohinyás en Bangladés y unos 600.000 rohinyás que aún están en Birmania.

Más de tres cuartos de la población sin patria pertenecen a grupos minoritarios, han afirmado las Naciones Unidas, y muchas veces la apatridia es tanto “un síntoma como una causa de su exclusión”.

El gobierno tailandés ha concedido la ciudadanía a cerca de 100.000 personas desde 2008, lo que lo ha colocado como líder entre los gobiernos del sureste de Asia en “la toma de medidas para terminar con la apatridia”, dijo la agencia de refugiados el jueves.

Aun así, dice que hay casi medio millón de apátridas en Tailandia, y el Observatorio Internacional de Apatridia, un grupo internacional de apoyo, asegura que el número oscila probablemente entre los 2 y 3,5 millones.

En 2016, el gabinete del gobierno militar aprobó las resoluciones que el Ministerio de Relaciones Exteriores dijo que permitirían a algunos “niños extranjeros nacidos en Tailandia” solicitar la ciudadanía tailandesa y prevenir que “sean criminalizados como inmigrantes ilegales”.

Sin embargo, enfrentan un gran número de restricciones, como tener que obtener el permiso del gobierno para viajar a otra provincia, comentó, y muchos de ellos no pueden regresar fácilmente a los lugares de donde provienen sus familias.

“No saben hablar la lengua de sus padres y ya no tienen una casa en su lugar de origen”, dijo Puttanee en referencia a los niños apátridas. “Nacieron en la cultura tailandesa, van a escuelas tailandesas y tienen amigos tailandeses”.

(Mike Ives colaboró con el reportaje desde Hong Kong y Ryn Jirenuwat desde Bangkok).

Por Mike Ives / Ryn Jirenuwat / The New York Times News Service

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