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Palestina, otra vez

La aviación israelí atacó ayer 50 blancos en la Franja de Gaza, incluyendo casas de supuestos militantes de la organización.

Víctor de Currea-Lugo. / Erbil, Irak
09 de julio de 2014 - 12:25 p. m.
Una niña palestina después de uno de los ataques de ayer de la fuerza aérea israelí en la Franja de Gaza. / AFP
Una niña palestina después de uno de los ataques de ayer de la fuerza aérea israelí en la Franja de Gaza. / AFP
Foto: AFP - MAHMUD HAMS

Uno de los grandes desafíos es decir algo nuevo sobre una guerra en la que (casi) todo está dicho y de la que se escriben crónicas de masacres anunciadas. La ocupación en Palestina, que ya llega a su año 47, no tiene muchos elementos novedosos.

La sucesión de hechos son los mismos: un acto de provocación y una respuesta. Los medios de comunicación y los debates de expertos se enzarzan en discutir quién empezó la nueva fase de la guerra, cuando eso resulta ser secundario (relevante, pero secundario). El debate de fondo es el escenario en el que hay civiles muertos, cohetes palestinos lanzados desde Gaza, asesinatos de manifestantes, bombardeos a Gaza, casas palestinas demolidas y un largo etcétera documentado en números y cifras de todo tipo.

Ese escenario tiene un nombre propio y es incluso superior al muro que construye Israel en Cisjordania, a los miles de detenidos palestinos, al control de Jerusalén del Este y hasta a los imparables asentamientos ilegales. Ese escenario se llama ocupación.

Parte de la narrativa israelí es negarla, hablar de “territorios en disputa” y rechazar las decenas de resoluciones del Consejo de Seguridad y los análisis jurídicos de la propia Corte Internacional de Justicia. Estas normas dicen que el control militar que ejerce el ejército de Israel en Gaza, Cisjordania y Jerusalén del Este (antes Territorios Ocupados de Palestina y hoy Estado Observador) se llama ocupación.

Dicha calificación no sólo es una realidad militar. Y más que una calificación política es una afirmación jurídica que deriva del derecho internacional existente. Aceptarlo sería el principio del fin del conflicto. Pero eso sería el fin de la fantasía israelí de ser el pueblo elegido para la tierra prometida.

La aceptación que hace la comunidad internacional del rechazo israelí al derecho internacional tampoco contribuye a la paz. Israel sabe que ni Europa, ni Estados Unidos, ni el Consejo de Seguridad pasarán a la acción contra sus crímenes, no importa qué tan graves o descarados sean. Por eso el derecho no le asusta.

El presidente Obama no será quien detenga una masacre de palestinos. Desde candidato, ya había dicho algo que ni siquiera un candidato republicano había pedido: reconocer a Jerusalén (única e indivisible) como capital de Israel, cuando su capital es Tel Aviv.

Europa está atada tanto por el sentimiento de culpa por el genocidio nazi (que no sólo fue contra judíos sino también contra gitanos y muchas otras minorías) como por los intereses económicos que la unen a Israel.

El derecho es letra muerta y la comunidad internacional un testigo mudo. Lo demás ya se sabe: masacres anunciadas. Por todo esto dije en 2004, en un panel especial en la ONU sobre Palestina en Nueva York, algo de lo que sigo firmemente convencido: quien no quiera hablar de ocupación, no tiene ningún derecho a hablar de terrorismo.

Por Víctor de Currea-Lugo. / Erbil, Irak

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