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Kayed Hammad es la representación de lo que Israel no ha podido matar en Gaza pese a tantos esfuerzos: la voz que sobrevive y es capaz de alzarse para intentar ser oída, aún en medio de los escombros de las bombas, del cerco de la censura, del peso del dolor.
Periodista y fixer (intérprete que ayuda los periodistas extranjeros que llegan a cubrir una región) de 61 años, nacido en el campo de refugiados de Jabalia, durante dos décadas forjó relaciones de trabajo y amistad con muchos periodistas de habla hispana, por ser de los pocos guías que sabían español en la franja. Por ese camino, se estableció la red de afectos que hace casi cuatro meses logró evacuarlo junto a su familia, luego de que unos 70 periodistas firmaran una carta solicitando ayuda al Ministerio de Relaciones Exteriores de España.
Antes de ese paso que le está permitiendo sobrevivir junto a su esposa y tres hijos, tuvo que enterrar al hijo mayor que cayó asesinado en un bombardeo.
Las imágenes de los alimentos que comía con sus familiares son la base del proyecto Menú de Gaza del español Mikel Ayestaran, un trabajo periodístico que ha ayudado a mostrar cómo el hambre es usada como arma de guerra contra los palestinos.
Ahora recorre todas las tribunas que le abren, y que las fuerzas le permiten, para relatar lo que le pasa a su pueblo como un deber de vida. Y aún es capaz de sonreír llamando a la esperanza y la libertad. Siempre la libertad, dice.
Esto hablé con él:
Usted tenía un taller de electrónica, pero decidió convertirse en fixer y acompañar a periodistas y organizaciones extranjeras. ¿Qué lo hizo sentir que su papel debía ser ayudar a otros a contar lo que pasaba en su tierra? ¿Recuerda cómo fue acompañar por primera vez a un periodista extranjero dentro de Gaza?
Bueno, cuando se firmaron los Acuerdos de Oslo, en el 93, empezaron a venir muchos periodistas. Yo tenía un taller de electrónica; había estudiado en España en el año 90, donde vive un hermano desde hace 50 años. Empecé a trabajar con ellos como voluntario, pero en 2003, en una incursión —le llamamos así, es como una guerra pequeña en un barrio o dos—, perdí mi casa, mi taller y mi coche, en seis horas. Estuve en la calle con mi mujer y dos niños. Entonces, como ya tenía esa amistad con los periodistas, comencé a hacer el trabajo periodístico como profesión. En Gaza todos los periodistas necesitan un fixer para concertar citas con dirigentes oficiales o jefes de facciones. He trabajado con casi todos los periodistas de España que han ido e incluso con periodistas de Sudamérica. Hasta hace tres meses que he venido a España.
Ha dicho que vivió seis guerras y diecisiete años de bloqueo. ¿Cómo fue sobrevivir en esa Gaza que usted ha descrito como una “cárcel a cielo abierto”? ¿Cómo empeoró todo en estos dos últimos años, cuando el asedio se volvió total?
Nuestra causa empezó desde 1917, desde la promesa de Balfour a Rothschild (la carta británica que apoyó la creación de un “hogar judío” en Palestina) y la ocupación inglesa. Luego, en 1948, cuando anunciaron el Estado de Israel entre comillas, y en 1967 otra guerra, en la que fue ocupada la Franja de Gaza. En el 48 mis padres fueron echados de nuestro pueblo hacia Gaza. Yo nací en el campo de refugiados de Jabalia, he pasado muchas guerras, pero para resumir: desde que hubo elecciones en 2007 y ganó Hamás, todo el mundo se puso contra Gaza, para castigarnos por haber elegido a Hamás. Esa es la democracia de doble rasero en este mundo occidental. Entonces Israel anunció un bloqueo contra nosotros, era una cárcel, casi imposible salir, no se podía trabajar bien. La entrada de material de construcción, ropa o cualquier cosa estaba restringida. Era una vida separada por un hilo muy fino entre la vida y la muerte. Estábamos muertos, pero moviéndonos por encima de la tierra. Hasta que llegó el 7 de octubre. Desde entonces empezó otro tipo de castigo colectivo y venganza, hasta llegar al genocidio. Se utilizó todo como arma de guerra: la luz, el agua, los medicamentos, la comida. Sólo faltaba que controlaran el oxígeno para asfixiarnos. Todo tipo de arma se ha usado contra nosotros. Como si estuviéramos en un corredor y todos condenados a muerte, cada uno esperando su momento. Casi ninguna familia se ha quedado sin perder a alguien.
Precisamente, usted perdió a su hijo mayor, Omar, en un bombardeo. ¿Qué pasó a partir de entonces dentro de su familia?
Tenía 24 años, había caminado muchos kilómetros porque un amigo necesitaba medicinas. Fue alcanzado por bombas cuando regresaba y quedó con las medicinas. Al final murió el amigo y murió él. Tardamos una semana en poder recuperar su cuerpo por miedo a los bombardeos. Lo peor en ese infierno es quedar herido o perder a alguien y no morirse uno. Después de perderlo, tomé la decisión, consultándolo con la familia, de que cuando hubiera un bombardeo muy fuerte nos sentáramos todos pegados uno al otro, en el lugar que creyéramos más seguro, con la intención de que si caía un misil acabara con todos de una vez, para que nadie sufriera. He visto con mis propios ojos seres humanos quemándose, oliendo a asado; otros podridos por falta de medicamentos. Tuve un ataque al corazón y me llevaron con mucha dificultad al hospital. El médico me dijo: “Lo siento, no tengo ni aspirina”. He visto heridos operados en el suelo sin anestesia. Llamaban a los familiares para sujetarlos mientras les cortaban una pierna o lo que fuera, delante de todo el mundo.Fueron bombardeadas escuelas de Naciones Unidas, de UNRWA, que daban su localización cada dos horas a los israelíes, y aun así fueron atacadas. Mataron periodistas. Cada vez la tomaban más con los periodistas. Para Israel, un periodista es más peligroso que un miliciano armado con un Kalashnikov. A cualquiera que aparecía con una señal de prensa, lo mataban.
Su salida de Gaza fue posible gracias a una carta firmada por más de setenta periodistas, una constatación más de que, en periodismo, hacer red salva. ¿Cómo se organizó eso?
Fue una iniciativa que empezó Mikel (Ayestaran, periodista) que estaba en Estambul; también Mercedes Rivas, en Madrid; y otra amiga periodista que trabaja en La Sexta. Ellos me conocen personalmente y se intercambiaban información sobre mi situación, porque a veces uno conseguía recibir un mensaje mío y el otro no. Ellos me preguntaban cómo estaba y yo les mandaba dos palabras: “vivo y sano”, así sabían que todavía estábamos vivos. A ellos se les ocurrió escribir esa carta que enviaron al Ministerio de Relaciones Exteriores. Ahí sentí que era verdad eso que decía mi padre: “Haz el bien, seguro se vuelve a ti algún día”.
En el trabajo periodístico solemos decir que la verdad es la primera víctima de una guerra, usted lo ha visto de cerca. Sin embargo, con Menú de Gaza, usted y su familia lograron mostrar el horror cotidiano y cómo Israel usa el hambre como arma de guerra. ¿Cómo nació esa idea y por qué cree que, de alguna manera, logró romper el cerco de silencio y censura impuesto en Gaza?
Israel no quería de ninguna manera que el mundo se enterara de lo que pasaba. Yo siempre decía: si dicen la verdad, que dejen entrar a periodistas neutros, de diferentes países, a ver lo que ocurre, pero no lo hacían porque mienten. El Menú de Gaza nació en medio del hambre. Tuvimos dos hambrunas largas en las que llegamos a comer comida que era para los animales. Mikel me preguntaba, como amigo, no como periodista: “¿Estáis bien?”. Yo respondía: “Sí, vivos y sanos”, aunque no hubiéramos comido. Una vez me dijo: “¿Tú me tomas el pelo?”. Y me pidió una foto de lo que íbamos a comer. Se me ocurrió enviársela y a él la idea de publicarla. Al principio estaba en contra de publicar platos de comida, porque me parecía feo, con tanta gente pobre. Pero mi mujer me dijo: “Esta es una comida muy pobre y modesta, puede reflejar lo que estamos pasando”. Pensábamos que duraría un mes o dos, y fueron 500 días. Al final tuvo éxito. Llevó un mensaje sin sangre ni violencia, mostrando la vida cotidiana y cómo se usa la comida como arma de guerra.
Israel ha matado a más de 200 periodistas en Gaza, seguro muchos conocidos suyos. ¿Qué le ha enseñado esa pérdida sobre el coraje y sobre el valor del periodismo?
Han matado oficialmente a 255 periodistas. Pero hay a lo mejor 100 personas más que no eran periodistas, pero decidieron tomar fotos, grabar y subirlas a redes, y cuando los mataron no fueron considerados periodistas. El periodismo en Gaza es como jugar a la ruleta rusa. El que decide ser periodista tiene que llevar su alma en la palma de la mano porque va a ser perseguido de una manera u otra. Bueno, es que ellos llaman al periodismo terrorismo. He visto periodistas de todo el mundo: algunos lo hacen por dinero, otros por aventura, por entrar a una zona de conflicto. Pero hay quienes tienen el periodismo dentro del corazón, los que van por la verdad, no importa a favor de quién o contra quién.
Miran las cosas como una moneda: hay que ver las dos caras. Muchos medios están vendidos. Ser periodista y honesto es un esfuerzo enorme, y por eso respeto mucho a quienes lo son de verdad.
Ahora que vive en España, sus hijos pueden dormir sin drones ni explosiones. ¿Cómo se siente redescubrir la rutina, comer chocolate, caminar por la calle sin miedo? ¿Qué otros gestos cotidianos se han vuelto para usted un símbolo de libertad?
Ni mi mujer ni mis hijos habían salido nunca de esa cárcel llamada Gaza. Nunca habían visto un parque verde, un tren, un avión. Durante dos años no hubo dulces, ni comida, ni bebidas, ni chucherías. Cuando llegaron aquí, se impresionaron de poder salir de noche, de tener luz 24 horas al día. En Gaza lo máximo eran ocho horas, a veces dos, a veces una semana sin electricidad. Ahora pueden salir sin miedo a drones, pueden ducharse todos los días. Todo eso era lujo. Sin embargo, también hay culpa. Porque dejamos familia, amigos, dos millones de personas de mi pueblo que siguen muriendo.
¿Cuál es su impresión del llamado plan de paz o pacto para Gaza impulsado por Donald Trump, especialmente cuando él respaldó a Israel en medio del genocidio?
Yo le llamo la trampa de Trump. Él tenía sus planes y lo dijo claramente, que quería convertir Gaza en un complejo turístico. Ahora está molesto con los israelíes, porque dijo hace poco que les dio dinero y armas para acabar con la resistencia y no han podido. Algunos políticos estadounidenses ya se dieron cuenta de que Netanyahu está dañando los intereses de su país, pero no lo dicen abiertamente, y entonces hablan de “acuerdo” y de “reconstrucción”. Lo que quieren es control. Quieren meter fuerzas internacionales, con Tony Blair, que destruyó Irak, como jefe en Gaza. ¿Acaso somos retrasados mentales o menores de edad para que venga otra fuerza a gobernarnos? Lo esperado sería hacer elecciones y que gobierne quien gane, como en cualquier parte del mundo. ¿O la democracia es solo para ellos, y para nosotros dictadura y aplastamiento? Llevamos un siglo luchando y no nos importa seguir. Todas las facciones de resistencia coincidieron en que cualquier fuerza que entre será considerada ocupación. Ellos solo buscan conservar los intereses israelíes.
Muchas personas están decepcionadas e indignadas con la indiferencia de muchos gobiernos ante lo que ocurre en Gaza. ¿Qué cree que explica ese silencio político frente a un sufrimiento tan visible?
Principalmente, a la influencia del sionismo y del colonialismo estadounidense, ahora más con el loco este de Trump. Aunque bueno, a mí me gusta Trump, ¿sabes por qué?, porque él dice lo que piensan todos los presidentes de Estados Unidos, lo que pasa es que el resto lo hace de una manera más bonita. Mira, están yendo por Gaza, Cisjordania, Siria, también en Sudamérica quieren ir por Venezuela. Es la unión del sionismo y del colonialismo cuando muestra su verdadera cara, un plan sionista imperialista que ya no puede taparse.
Kayed, usted viene de una tierra asediada, donde la guerra se volvió paisaje. En América Latina, y en Colombia en particular, hemos tenido que aprender a vivir entre las violencias, las desapariciones, el miedo. ¿Qué cree que comparten quienes han tenido que convivir de una manera u otra con el horror?
En Sudamérica tienen conflictos internos, entre paisanos, pero nosotros los palestinos no tenemos problemas entre nosotros, no hay una guerra civil, no hay pandillas. Todo nos viene de Israel y sus aliados. En especial Inglaterra, Francia, Alemania. Y es impresionante de los alemanes, que hicieron un genocidio y ahora ayudan a repetir otro. Pero al final nos une que tenemos el mismo enemigo: un lobo esperando que el pastor cierre los ojos para comernos. Eso debería bastar para unirnos.
Leí que su padre le decía que algún día vería libre a Palestina. Después de todo lo vivido, ¿todavía lo cree posible? ¿Cómo imagina esa libertad por la que tantos han muerto?
Yo lo espero y quiero volver. Si me dicen que podré ver a Palestina libre una hora y después me fusilan, no me importaría. Mientras, seguir resistiendo. Mira, por ejemplo, en Cisjordania no hay resistencia, ni Hamás pinta nada, están colaborando al cien por Israel, y sin embargo Israel no los deja en paz. Entonces, si van a seguir matándonos, si vamos a morir, prefiero morir de pie como los árboles, al menos con dignidad. A todos los que tienen una causa justa les digo que hay dos cosas a las que no deben renunciar: la esperanza y la libertad. La libertad no se compra con dinero y un ser humano sin libertad es menos que un animal. Y sin esperanza, ¿qué hace? ¿Qué pinta en el mundo?
