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Pensadores 2020: Las repúblicas de fanáticos en Europa Central

El presidente del Centro de Estrategias Liberales de Sofía, Bulgaria, analiza las tendencias políticas del viejo continente y convoca a los líderes sociales a promover la diversidad de pensamiento.

Ivan Kastrev * / Especial para El Espectador / Sofía

09 de enero de 2020 - 05:29 p. m.
Ivan Krastev califica como “grave” el problema que enfrentan los partidos liberales opositores en una Europa Central gobernada por populistas. / Archivo particular
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En la distópica novela Metrópolis, publicada por Ferenc Karinthy en 1970, un talentoso lingüista húngaro llega al aeropuerto de Budapest, pero se equivoca de puerta, sube al avión incorrecto y aterriza en una ciudad donde nadie lo entiende, a pesar de que habla un impresionante cantidad de idiomas. Hoy día, el desafortunado protagonista puede encontrar ecos de esa historia en Europa Central, que se ha convertido en una de las regiones políticamente más confusas del continente. (Más de nuestra serie Pensadores 2020: Análisis de la directora de la Escuela de Negocios de Londres).

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Aunque muchas encuestas de opinión indican que la abrumadora mayoría de los polacos, húngaros, checos y eslovacos valoran la democracia y el imperio de la ley, la región no ha revertido el giro intolerante que adoptó a principios de esta década. En 2015, Adam Michnik, el disidente anticomunista polaco y editor del diario liberal Gazeta Wyborcza, podría decir de la victoria electoral parlamentaria del partido Ley y Justicia (PiS, por su sigla en polaco) que «a veces, una mujer hermosa pierde la cabeza y se acuesta con un bastardo». Pero el reiterado éxito del PiS en las elecciones de octubre de 2019 sugiere que tal vez la mujer haya decidido casarse con él.

¿Por qué los votantes que habitualmente profesan un compromiso con la democracia apoyan también a líderes políticos que la socavan? ¿Por qué los intentos de los liberales por posicionarse como guardianes de la democracia no les brindan éxitos electorales? Esas son precisamente las preguntas que Milan Svolik, un profesor de ciencia política en Yale, hizo en el número de julio de 2019 del Journal of Democracy. 

La respuesta de Svolik es simple: la polarización política «socava la capacidad del público para poner freno a las inclinaciones intolerantes de los políticos electos». Cuando los votantes pueden optar entre el partido al que apoyan sabiendo que sus líderes han violado principios democráticos, o pasarse a un partido de la oposición al que detestan para salvar a la democracia, la mayoría deja que sus instintos partidarios anulen su compromiso con las normas democráticas. 

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Al decir de Svolik, «los votantes son reacios a castigar a los políticos por ignorar los principios democráticos cuando eso los obliga a abandonar sus partidos o políticas favoritos». Para muchos votantes, en estos tiempos políticamente polarizados, la amenaza más grave contra la democracia es que el partido que menos les gusta gane una elección. 

La polarización política en Europa Central y otros sitios ha convertido al ideal de la «república de ciudadanos» en una «república de fanáticos». Mientras los ciudadanos liberales consideran que señalar y corregir los errores del propio partido es un signo de lealtad más elevada, la lealtad de los fanáticos es ferviente, irreflexiva e inquebrantable. Las ovaciones de los fanáticos embelesados, que han desconectado sus facultades críticas, reflejan y refuerzan su sentido de pertenencia, fundamental para la comprensión populista de la política como un juego de lealtad. 

En este tipo de mundo político, la máxima del presidente estadounidense Ronald Reagan «confíen, pero verifiquen» dio paso a la adulación escandalosa: contemplen y adoren. Quienes se rehúsan a aplaudir son traidores. Toda declaración de hechos se convierte en una declaración de pertenencia. Toda derrota electoral es injusta (o una conspiración) y cualquier crítica al propio partido es traición. Incluso cuando están en el gobierno, los populistas prefieren considerarse una minoría perseguida. Su meta es que los perciban como desvalidos, con derecho a actuar como pícaros villanos con los que uno pueda identificarse. 

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En una república de fanáticos, solo los votantes centristas moderados, que no se identifican fuertemente con ningún partido político, son capaces de poner los principios democráticos por encima de la lealtad partidaria. Pero los centristas han pasado de moda en los entornos políticos actuales, altamente polarizados, donde el rechazo de la otra parte define cómo vota la gente, con quién socializa y cómo ve el mundo. En la Europa Central actual, esos votantes son pocos y están muy distanciados. Si adaptamos a esta región una línea memorable de Jim Hightower, un ex comisionado agrícola de Texas, «lo único que hay en el medio del camino es una línea amarilla y armadillos muertos». 

Vilipendiados por los populistas y antipopulistas, muchos moderados prefieren migrar. Gracias a las fronteras abiertas de la Unión Europea, a los europeos centrales procuran más democracia puede resultarles más fácil cambiar su país de residencia que su propio gobierno. 

La investigación de Svolik señala el grave problema que enfrentan los partidos liberales opositores en una Europa Central gobernada por populistas. Como lo demuestran las recientes elecciones municipales en Hungría y la elección parlamentaria polaca, a los liberales les va bien en los grandes centros urbanos y entre los votantes más jóvenes y mejor educados, pero pierden por mucho en las ciudades pequeñas y las zonas rurales. Más aún, los marcados patrones de voto y actitudes xenófobas se deben menos a factores económicos que a tendencias demográficas desfavorables, como grandes tasas de emigración, el rápido envejecimiento de la población y el exceso de hombres en edad de casarse. 

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De manera similar, los estudios de las tendencias políticas en Estados Unidos resaltan la fundamental importancia de la «brecha de la densidad». El apoyo al presidente estadounidense Donald Trump es mayor en las regiones densamente pobladas donde los blancos y los ciudadanos estadounidenses por nacimiento constituyen una clara mayoría. Estos votantes suelen ser más conservadores en lo social, no están a favor de la diversidad, muestran una menor inclinación a mudarse y carecen de educación superior. 

El trabajo de Svolik sugiere además que los liberales centroeuropeos están condenados al fracaso cuando intentan llegar a los votantes culturalmente alienados apelando a principios democráticos. De hecho, los propios liberales que tratan de identificarse con la democracia y definen a los partidos populistas como sus enemigos, contribuyen al entorno polémico que alimenta la narrativa intransigente de amigos contra enemigos. 

Cuando convierten a la defensa de la democracia en su principal mensaje político, los liberales centroeuropeos pueden arreglárselas para unificar fuerzas opositoras, como ocurrió recientemente en Hungría, pero no tendrán éxito en convencer a los seguidores de los partidos populistas. Después de todo, los votantes que viven fuera de las grandes ciudades esperan que los liberales no solo defienden la democracia, sino también sus intereses. 

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Traducción al español por www.Ant-Translation.com 

* Dicta la cátedra Henry A. Kissinger 2018-2019 en Política Exterior y Relaciones Internacionales del John W. Kluge Center en la Biblioteca del Congreso. Junto con Stephen Holmes, escribió el libro "The Light that Failed: A Reckoning".

Copyright: Project Syndicate, 2019.
www.project-syndicate.org

Por Ivan Kastrev * / Especial para El Espectador / Sofía

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