Pensadores 2020: Un profesor de Yale explica el pulso entre EE. UU. y China
El expresidente de Morgan Stanley para Asia revisa cifras y alcances de las estrategias económicas de los dos gigantes.
Stephen S. Roach / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR / NEW HAVEN
Las conversaciones sobre un desacople –una división profunda y duradera en el orden mundial- entraron en el debate público en 2019, una alarmante manifestación del creciente conflicto entre Estados Unidos y China. La escalada de los aranceles vindicativos no es más que la punta del iceberg. Los temores por la seguridad geoestratégica, las escaramuzas tempranas en una “guerra tecnológica”, el miedo relacionado de dos Internet paralelas, un presidente norteamericano nacionalista con un desprecio manifiesto por el “globalismo” y una historia de enfrentamientos militares entre potencias actuales y en ascenso plantean el espectro de una nueva Cortina de Hierro reminiscente de la Guerra Fría.
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Las conversaciones sobre un desacople –una división profunda y duradera en el orden mundial- entraron en el debate público en 2019, una alarmante manifestación del creciente conflicto entre Estados Unidos y China. La escalada de los aranceles vindicativos no es más que la punta del iceberg. Los temores por la seguridad geoestratégica, las escaramuzas tempranas en una “guerra tecnológica”, el miedo relacionado de dos Internet paralelas, un presidente norteamericano nacionalista con un desprecio manifiesto por el “globalismo” y una historia de enfrentamientos militares entre potencias actuales y en ascenso plantean el espectro de una nueva Cortina de Hierro reminiscente de la Guerra Fría.
Los historiadores han sido rápidos a la hora de señalar que las crecientes tensiones entre Estados Unidos y China carecen del componente ideológico que, para muchos, fue la característica definitoria de la primera Guerra Fría. Puede ser, ¿pero y qué? La posibilidad de un conflicto prolongado entre las dos economías más grandes del mundo, más allá de cuál sea la causa, no debería tomarse a la ligera.
De todos modos, aun si existiera una fractura permanente entre Estados Unidos y China, es poco probable que la economía global de 87 billones de dólares se divida en dos bloques en 2020 y después. La razón es simple: la acción bilateral no puede dividir un sistema comercial multilateral estrechamente vinculado. (Más textos de nuestra serie Pensadores 2020: Las bravuconadas de Trump y los mercados emergentes).
La economía global de hoy está mucho más integrada que nunca. A pesar de una desaceleración prolongada del crecimiento del comercio mundial luego de la crisis financiera global de 2008-09, el comercio todavía representa alrededor del 28% del PIB mundial. Esa cifra es esencialmente el doble del porcentaje promedio del 13,5% en 1947-91, durante la Guerra Fría. Cuanto más entramado esté ese comercio en el tejido del comercio global, más difícil resultará desentrañar esos vínculos –y menores serán las posibilidades de un desacople más generalizado y disruptivo.
Es más, la naturaleza de los vínculos comerciales de hoy hace que el desacople global sea aún más improbable. Las exportaciones e importaciones tradicionales de bienes terminados que se producían en su totalidad en diferentes países han sido suplantadas, cada vez más, por un comercio fragmentado de componentes y partes que se producen y ensamblan en una vasta red de cadenas globales de valor (CGV) de múltiples países. Según un estudio reciente del Fondo Monetario Internacional, la expansión de las CGV representó el 73% del explosivo crecimiento quintuplicado del comercio global entre 1993 y 2013. Esta difusión del comercio bilateral a través de cadenas de suministro de múltiples países amortiguaría los efectos de un desacople bilateral de dos economías, no importa lo grandes que fueran.
Estas consideraciones pesan de manera crítica en el potencial impacto de un conflicto comercial entre Estados Unidos y China. A los políticos estadounidenses les gusta decir que el problema comercial de Estados Unidos es un problema de China. Después de todo, dicen, en los últimos seis años (2013-18), China representó el 47% de un enorme déficit comercial de mercancías de Estados Unidos. Lo que los políticos norteamericanos no admiten (o entienden) es que el déficit comercial general es una consecuencia de la tasa de ahorro doméstico neto crónicamente baja de apenas el 2,4% del PIB en 2018 –muy por debajo del promedio del 6,3% en las últimas tres décadas del siglo XX.
Al no tener ahorros y al querer invertir y crecer, Estados Unidos debe importar un ahorro excedente del exterior, lo que le hace tener un déficit de cuenta corriente crónico para atraer al capital extranjero. Este desequilibrio macroeconómico hace que China sea un componente más –aunque grande- del déficit multilateral de Estados Unidos en el comercio de mercancías con 102 países (en 2018).
Los políticos, por supuesto, serían los últimos en admitir que son la raíz del problema, al ser responsables de los déficits presupuestarios crónicamente elevados que representan el grueso de la caída prolongada del ahorro doméstico de Estados Unidos. Desafortunadamente, es probable que esa característica clave de la posición comercial de Estados Unidos resulte aún más agravada por la perspectiva presupuestaria federal de Estados Unidos, que está yendo de mal en peor.
La caída de los ahorros que explica los persistentes desequilibrios macro de Estados Unidos implica que una guerra comercial con China necesita ser vista con una luz distinta, y que el debate sobre el desacople debería reformularse en consecuencia. Sin abordar la caída de los ahorros de Estados Unidos, aumentar los aranceles y otras barreras a China simplemente alejaría al comercio de un abastecimiento chino y lo dirigiría hacia otros socios comerciales de Estados Unidos. Desacople bilateral no implica desacople global; implica un desvío comercial.
Ese desvío se verá agravado por las cadenas globales de valor. En base a datos del comercio según el valor añadido de la OCDE y de la Organización Mundial de Comercio, se desprende que alrededor del 20% del gigantesco déficit comercial de mercancías entre Estados Unidos y China no se genera en China; por el contrario, refleja componentes, partes y otros insumos provenientes de otros países que participan en las cadenas de suministro centradas en China. Esto sugiere que las mediciones oficiales del déficit comercial bilateral entre Estados Unidos y China son exageradas, lo que pone aún más en duda el argumento a favor de una solución china para el déficit comercial multilateral de Estados Unidos.
Este cambio en la estructura del comercio, de un intercambio tradicional de bienes terminados producidos en diferentes países a un comercio impulsado por cadenas globales de valor de múltiples plataformas de producción, refleja un realineamiento fundamental de una fábrica pan-asiática cada vez más integrada. Una investigación divulgada en el Informe de Desarrollo de las Cadenas Globales de Valor 2019 determinó que el enorme crecimiento del déficit comercial de mercancías entre Estados Unidos y China desde el ingreso de China a la OMC en 2001 surge principalmente de la deslocalización a China de otros países desarrollados (especialmente Japón y economías recientemente industrializadas de Asia como Corea del Sur y Taiwán). Es una historia muy diferente del juego de acusaciones del cual la mayoría de los políticos norteamericanos están enamorados.
Como resultado de ello, una mayor conectividad de las CGV significa que no sólo los exportadores chinos sentirán los aranceles impuestos a los cargamentos de productos terminados de China a Estados Unidos, sino también los terceros países que están vinculados a las cadenas de suministro centradas en China. No sorprende, entonces, que los aranceles estadounidenses estén teniendo un impacto generalizado, no sólo en China, sino también en otras economías sensibles al comercio en el este de Asia. Las conexiones de las cadenas de suministro han propagado la llamada solución china en toda la región.
Nada de esto implica que no pueda haber un desacople de la relación entre Estados Unidos y China –tanto en términos reales a través de los flujos comerciales como en términos financieros a través de los flujos de capital-. De hecho, destaqué precisamente esta cuestión en un libro que publiqué hace unos años sobre los peligros de la codependencia sino-norteamericana. En un contexto en el que China depende del consumidor estadounidense como fuente importante de respaldo externo de su modelo de crecimiento liderado por las exportaciones, y en el que Estados Unidos depende de la condición de China como tercer mercado exportador en importancia y el de más rápido crecimiento (así como el mayor comprador externo de títulos del Tesoro), ambos países necesitaban y acogían el respaldo del otro. Pero, como con los seres humanos, el conflicto surge cuando un socio codependiente cambia los términos de la relación, como ha hecho China al cambiar de un crecimiento liderado por las exportaciones a un crecimiento liderado por el consumo. La actual guerra comercial es un clásico ejemplo de la fase de conflicto de la codependencia.
Existe una notable ironía en una guerra arancelaria instigada por Estados Unidos, el mayor acumulador de déficits del mundo. A la luz de su preocupante trayectoria fiscal, Estados Unidos será aún más propenso a grandes déficits comerciales en los próximos años. Cerrar la opción de China a través de un desacople bilateral no hará nada por reducir el tamaño general de la brecha comercial de Estados Unidos. Simplemente forzará un reacomodamiento de las piezas del déficit comercial multilateral de Estados Unidos con sus otros socios comerciales.
Esto plantea un problema político aún más espinoso. El desvío comercial que surge del desacople bilateral implicaría que la deslocalización de Estados Unidos migraría de las plataformas de producción chinas de bajo costo a una constelación amplia de productores extranjeros. Si esto conduce al comercio hacia otras plataformas asiáticas o inclusive lo “redirecciona” nuevamente hacia Estados Unidos, como viene diciendo desde hace mucho el presidente Trump, el resultado es un probable giro hacia plataformas de producción de costos más elevados. Irónicamente, eso sería el equivalente funcional de un alza de impuestos a las compañías, los trabajadores y los hogares norteamericanos. Al final, esto subraya el potencial del desacople más controvertido de todos en los próximos años, entre los políticos de Estados Unidos y su clase media desde hace tanto tiempo atribulada.
Copyright: Project Syndicate, 2019.
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Estados Unidos y China firman “primera fase” de tregua comercial
Las dos economías más dominantes del mundo, Estados Unidos y China, firmaron ayer miércoles una tregua comercial. Aunque aranceles por cientos de miles de millones de dólares seguirán vigentes por ambos lados, probablemente hasta que el presidente Donald Trump compita por la reelección en noviembre, parte de la incertidumbre global se desvanecerá, informó la agencia de noticias AFP. Justo en el momento en que está a punto de comenzar a ser juzgado en el Senado, Trump podrá clamar victoria con esta “primera fase” del acuerdo que incluye un compromiso de China de aumentar sus compras de cultivos y productos estadounidenses, al menos en el corto plazo.
Eso ha repotenciado los mercados globales en los últimos días. “Está cumpliendo todas sus promesas y está construyendo una gran economía para las compañías y los trabajadores estadounidenses”, dijo el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin a la cadena de noticias Fox Business. La “fase dos” incluirá temas de tecnología.
A su vez, el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos eliminó el lunes pasado la designación de China como país “manipulador de divisas”, en un gesto a Pekín solo dos días antes de que ambas potencias firmen en la Casa Blanca un acuerdo para comenzar a resolver la guerra comercial.
“China ha llevado a cabo compromisos verificables para evitar devaluaciones competitivas, a la vez que promoverá transparencia y responsabilidad”, afirmó el secretario del Tesoro estadounidense, Steven Mnuchin, en un comunicado citado por la agencia de noticias EFE. China anunció el martes que su excedente comercial con EE. UU. cayó un 8,5% en 2019.