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Podemos es una organización política surgida de la indignación ciudadana cuyo carácter está determinado por la propuesta de una alternativa para toda España. Más allá, su objeto es poner fin a la autocolonización europea; la del sur por el norte, de las periferias por el centro financiero, del 99% por el uno.
De allí que su objetivo sean las elecciones generales, y la construcción de una alianza más global o por lo menos paneuropea.
Unas elecciones autonómicas convertidas en plebiscito secesionista, en las cuales la corrupción, lo social y el desempleo pasaron a segundo plano, diferían de su objeto propio. Y a Podemos le costó acomodarse.
Pero le costó más el no ser ella misma. Ocultó su nombre, la marca de su carácter, bajo una sigla ininteligible. Su candidato no fue claro, y su posición pareció indefinida si no lejana del sentir popular mayoritario.
En este caso cabe una corrección popular a la tesis populista: que al pueblo no sólo hay que construirlo, hay que consultarlo y escucharlo. Lo que dijo el pueblo catalán es que el derecho a decidir es mayoritario. 77% acudieron a las urnas. Pero también, y no menos importante, que la estrategia de aterrorizarlo para forzar su decisión no funciona.
Esto último fue lo que intentó el conservatismo gobernante al amenazar con un “corralito” griego si se producía la ruptura, y el PSOE al conjurar el espectro de una transición por arriba, simbólica y cauta, que deje intocada la sustancia neoliberal que arruina a Europa.
Dicha estrategia, con golpe posmoderno y todo, falló en Grecia. Syriza triunfó en las recientes elecciones. Y fracasa en el corazón financiero de Europa, donde el más importante partido de oposición de Europa se reinventa proponiendo una alternativa radical durante su conferencia anual bajo el liderazgo del anglolatino Jeremy Corbyn.
El contexto está cambiando, y es mucho menos favorable al “terrorismo” de derechas hoy de lo que era hace apenas unos meses. La revuelta contra el centro no sólo no se ha disuelto en el sur, a pesar de haber sido objeto de ataques antidemocráticos, sino que se está extendiendo al norte global, a Inglaterra y Norteamérica.
Entonces, lejos de concluir que el mal resultado obtenido en Cataluña implica el fin de Podemos, como querrían el bipartidismo español y los “realistas” entre nosotros, el ambiente es propicio para que encarne de nuevo la alternativa de cambio, hoy desdibujada en España. Para hacerlo debe ser fiel a su carácter, consultar y escuchar a la gente común que sigue votando para patear el tablero, y definirse a la manera del laborismo de Corbyn: de forma auténtica, sin centralismos, e ir en pos de una política honesta.