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Esta semana, cientos de medios publicaron una noticia que sugería la fantasía: el líder supremo de Corea del Norte, Kim Jong Un, había ejecutado al ministro de Educación, Kim Yong Jin, por sentarse de manera inadecuada durante una reunión. Según el ministro de Unificación de Corea del Sur, quien extendió la noticia en una rueda de prensa, Kim Yong Jin se hundió en su silla de tal modo que el líder supremo tomó su acto como una abierta subordinación a su poder. Entonces lo ejecutó. La noticia da la impresión de que Corea del Norte es un lugar donde cualquier falta de atención y urbanidad cometida ante Kim Jong Un es castigada con métodos deleznables.
Noticias de ese talante son constantes. Las purgas de Kim Jong son una realidad, tanto como lo fueron las de su padre y las de su abuelo, sin embargo, las informaciones sobre dichas ejecuciones y sobre las fugas de ciudadanos y políticos provienen del país con el que ha estado en guerra soterrada y glacial desde 1953: Corea del Sur. En ese sentido, hay que prestar atención. Sobre Corea del Norte se sabe muy poco —son contados los periodistas que han podido reportear sin constreñimientos en ese país— y su única fuente pública de información es dominada por el Gobierno. Kim Jong Un es un líder por completo desconocido y Corea del Sur juega un papel demasiado parcial para atender a la verdad.
La ejecución de Kim Jong Jin no ha sido confirmada por ninguna fuente oficial ni extraoficial dentro de Corea del Norte. La misma carencia sufre la muerte de Choe Yong-son, viceprimer ministro, que habría sido asesinado por órdenes del líder supremo en 2015. Nadie la ha confirmado. Un artículo de Los Angeles Times apunta: “Corea del Sur interpreta los asesinatos y las recientes fugas de funcionarios de alto nivel como signos de grietas en el régimen”. Según organizaciones de derechos humanos, el régimen ha ejecutado a más de 100 personas. Las cifras carecen de un asidero certero.
Sólo la muerte de un trabajador de altísimo nivel fue confirmada por Corea del Norte: la de Jang Son Thaek, tío de Kim Jong Un y segundo al mando, quien según acusaciones oficiales planeaba un golpe militar. Sí, esas muertes suceden, pero no todas son ciertas. El exmilitar Hang Kwang-san fue supuestamente ejecutado. Reapareció en julio. Los periódicos surcoreanos decían también que Ri Yong-gil, general del ejército norcoreano, había sido ejecutado en febrero de este año. En mayo reapareció. A ambos, agregaba la narrativa fantasiosa, los habían ejecutados con armas antiaéreas. Hoy, además de la muerte de Kim Yong Jin, los medios reportan el envío de dos altos cargos a campos de reeducación.
La inteligencia surcoreana ha cometido errores graves que no permiten confiar de manera absoluta en su criterio —y en sus informantes, muchos de ellos escapados de Corea del Norte—: en los últimos meses no tuvieron la capacidad de detectar los planes para una prueba nuclear, un asunto de alta preocupación para Corea del Sur y el resto de potencias —Naciones Unidas le impuso sanciones a Corea del Norte por dichas pruebas—.
Es cierto, sin embargo, que Kim Jong Un ha reformado las formaciones de su partido y que parece conveniente que desligue a algunos de los más antiguos, una suerte de limpieza a la que también acudieron sus antepasados. Michael Madden, fundador del grupo de investigación NK Leadership, dijo a la revista The Diplomat: “(Estos rumores) alimentan una imagen inexacta del comportamiento de Kim Jong Un y buscan incitar más murmullos de inestabilidad”.