trascienden la simple afinidad ideológica; su filtración selectiva por parte de las autoridades colombianas no es conveniente; y el país debe sopesar diversas opciones políticas para enfrentar esta situación con diplomacia.
Los presidentes Chávez y Correa se anticiparon a la noticia con estrategias orientadas a cuestionar la legitimidad de las pruebas y, en el caso del segundo, a mostrar que Ecuador también es víctima del conflicto armado colombiano. La arremetida diplomática de los vecinos contrasta con la ausencia de la misma en Colombia. Los éxitos que se han reportado dentro del país no han tenido eco afuera. Paradójicamente, en esta coyuntura el principal talón de Aquiles es el mismo Presidente, quien no convence al mundo.
Si en algo ha fracasado Uribe es en la explicación de nuestros problemas internos a la comunidad internacional. Además de su monólogo sobre la lucha contra el terrorismo, su renuencia a aceptar que en Colombia existe un conflicto armado no tiene acogida, como tampoco su costumbre de despotricar contra quienes lo critican. Para algunos, el discurso belicista del mandatario confirma la sospecha de sus vínculos con el paramilitarismo.
La relación obsesiva con el gobierno Bush también ha generado altos costos. Ser visto como portavoz de Washington ha disminuido la credibilidad de muchos argumentos y acciones de la administración Uribe. Dentro de E.U. el mandatario genera rechazo entre los demócratas, que solamente lo soportan por su posición estratégica frente a Chávez.
El manejo de la política internacional como si ésta fuera un consejo comunitario puede alimentar el “furibismo” pero es funesto en el exterior. Hay que desuribizar nuestras relaciones con el mundo y propender por un manejo institucional de las mismas, con más razón que “corazón grande y mano firme”.
* Profesora Universidad Nacional.