El primer fin de semana de abril, el respiro efímero que dio la noticia de la retirada rusa de la región de Kiev fue rápidamente arrebatado por las imágenes escalofriantes de cuerpos masacrados y tirados por las calles de Bucha, una ciudad muy cerca de la capital de Ucrania. De inmediato, las autoridades de ese país señalaron la responsabilidad de las tropas rusas en la barbarie. Líderes mundiales empezaron a exigirle explicaciones a Rusia, que negó su responsabilidad, calificó de montaje lo sucedido e incluso afirmó que las imágenes difundidas fueron tomadas luego de la retirada de los militares rusos. Horas después, imágenes satelitales obtenidas por The New York Times mostraron que no, que los cuerpos regados se veían en las calles de Bucha desde mediados de marzo, cuando las tropas rusas estaban ahí. La evidencia fue contundente y, para muchas personas, la versión rusa quedó desacreditada.
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Este horror y la magnitud de la devastación de la ciudad portuaria de Mariúpol —en el sureste de Ucrania, de donde también se han obtenido imágenes de lo que parecen ser fosas comunes— han sido desvelados por satélites. A partir de lo que ha pasado en Ucrania, esta tecnología parece estar configurando un nuevo factor determinante en la documentación, pero también en las estrategias militares, de las guerras y los conflictos. La obtención de imágenes aéreas para descifrar al enemigo tiene como antecedente los globos espía equipados con cámaras, que, a mediados del siglo pasado, sin mucho éxito y ante la inminencia del armamento nuclear soviético, se enviaban desde bases europeas hacia el territorio de la Unión Soviética, como contó el ingeniero Rafael Clemente, fundador y primer director del Museu de la Ciència, de Barcelona, para “Materia”, de El País.
Ahora, la conexión y la información satelital en el contexto de la invasión a Ucrania nos han dado luces sobre la barbarie, pero también han servido de advertencia, como cuando, en los primeros días de marzo, se alertó de la aproximación a Kiev de un convoy ruso de kilómetros de longitud, que días después parecía haberse dispersado (también a partir de lo que mostraron los satélites). Hasta los delfines en el mar Negro han tenido que ver: imágenes satelitales de Sebastopol, en la costa suroccidental de la península de Crimea, anexada por Rusia en 2014, corroboradas por el Instituto Naval de Estados Unidos (USNI por sus siglas en inglés), mostraron que Moscú estaría usando a estos animales para defender su base militar en ese estratégico puerto. Los mamíferos serían entrenados para disuadir a buzos enemigos y recuperar objetos en el mar.
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Algo interesante en todo esto es que muchas de estas imágenes han tenido un origen civil, de empresas comerciales que colaboran con los servicios de inteligencia, pero también con medios de comunicación, entre otras entidades. Una de las más visibles ha sido Maxar: de esa empresa provinieron las imágenes del convoy acercándose a Kiev, la masacre en Bucha y la devastación en Mariúpol, entre muchas otras. “¿Qué detalle son capaces de ver los satélites de reconocimiento? Los comerciales —como los de la compañía Maxtar (sic), que sirve la mayoría de imágenes del conflicto de Ucrania— ofrecen, en el mejor de los casos, medio metro de resolución, una calidad reservada por ley hasta hace pocos años a los militares. Se supone que estos llegan a los diez centímetros. Suficiente para distinguir un balón de fútbol desde 200 kilómetros de altitud, aunque suelen volar muy por debajo de esa cota”, explicó Clemente en la publicación de El País.
Maxar Technologies Inc. es una empresa estadounidense de tecnología espacial. Sus satélites se enfocan en las comunicaciones y observación de la Tierra, entre otros servicios. De acuerdo con el medio especializado SpaceNews, esta y otras compañías de imágenes comerciales ya colaboraban con las agencias de inteligencia y gobiernos aliados desde antes de la invasión rusa en Ucrania, con el fin de “rastrear los movimientos de tropas, y también están proporcionando imágenes en apoyo de los esfuerzos de ayuda humanitaria”. Pero la guerra de ahora ha cambiado las cosas: los principales clientes de Maxar, como la Agencia Nacional de Inteligencia Geoespacial, de Estados Unidos, han duplicado sus compras de imágenes desde que el 24 de febrero pasado se inició la ofensiva rusa, cuenta SpaceNews.
El factor Starlink
Si ha habido un aliado satelital del gobierno ucraniano durante los últimos casi tres meses, ese es Starlink, el brazo de internet satelital de la empresa SpaceX, propiedad del hombre más rico del planeta, Elon Musk. Tres días después de que Rusia iniciara su “operación especial”, el ministro de Transformación Digital de Ucrania, Mykhailo Fedorov, le trinó a Musk pidiendo ayuda por medio de Starlink, pues los servicios de internet en el país estaban empezando a ser afectados por los ataques rusos.
Musk atendió el llamado, y el 28 de febrero, también a través de Twitter, Fedorov difundió las imágenes de un camión cargado con cajas llenas de terminales de Starlink. “Quiero decir una cosa: Starlink es lo que cambió la guerra a favor de Ucrania. Rusia hizo todo lo posible para volar todas nuestras comunicaciones. Ahora no pueden. Starlink trabaja bajo el fuego de Katyusha, bajo el fuego de artillería. Incluso funciona en Mariúpol”, le dijo un soldado al periodista David Patrikarakos, quien en Twitter compartió el testimonio, ampliamente replicado por la prensa.
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“En Ucrania se puede ver de inmediato que Starlink y otras constelaciones significan que existe la oportunidad de tener un sistema resistente protegido de los ataques o controles terrestres tradicionales”, le dijo Rose Croshier, miembro de políticas del Centro para el Desarrollo Global —grupo de expertos con sede en Washington D. C.—, a Wired. Según dijo Fedorov en una publicación de Telegram, citada por el mismo medio de comunicación, a finales de abril Ucrania ya tenía más de 10.000 terminales de Starlink, mientras que más de 150.000 ucranianos estarían usando diariamente el servicio de la compañía de Musk.
El mismo Fedorov, recordemos, fue el que hizo una convocatoria para formar un ejército digital —tan elogiado como criticado, por las implicaciones que tiene involucrar civiles en este tipo de acciones— que combatiera a Rusia en ese entorno. Por todo esto, es evidente que el mundo de las tecnologías de la información, en este caso los satélites, se ha vuelto un campo de batalla, tanto para el ataque como para la defensa. Por cierto: esta semana Estados Unidos y aliados europeos culparon oficialmente a Rusia del ataque cibernético que destruyó las comunicaciones satelitales en Ucrania horas antes de la invasión, en la madrugada del 24 de febrero.
Dicho ataque tuvo como objetivo el sistema administrado por una empresa estadounidense, que encargó una investigación sobre lo sucedido. Como reportó The New York Times, “las conclusiones iniciales fueron sorprendentes: para apagar los satélites espaciales, los piratas informáticos nunca tuvieron que atacar los propios satélites. En su lugar, se centraron en los módems terrestres, los dispositivos que se comunicaban con los satélites”. Un alto funcionario del gobierno, citado por el medio estadounidense, dijo que la vulnerabilidad de esos sistemas era “una llamada de atención” para el futuro. “Los ataques cibernéticos dirigidos a Ucrania, incluso contra infraestructuras críticas, se podrían extender a otros países y causar efectos sistémicos que pongan en riesgo la seguridad de los ciudadanos de Europa”, reconoció el propio Josep Borrell Fontelles, jefe de la diplomacia de la Unión Europea, a propósito del ataque en cuestión.