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Tras dos años del movimiento de 'Los indignados'

El aniversario del inicio de una serie de protestas civiles que han logrado captar la atención en los cinco continentes.

Diego Alarcón Rozo
15 de mayo de 2013 - 09:03 a. m.
Madrid, Mayo 20 de 2011. / AFP
Madrid, Mayo 20 de 2011. / AFP

Los indignados regresaron a la plaza de la Puerta del Sol de Madrid y gritaron como hace dos años, intentando prevalecer a pesar de que el tiempo de a poco los ha ido despojando del protagonismo de los primeros días. Llegaron los mismos líderes de entonces, lanzaron las proclamas de entonces y una vez más cantaron: “no, no, no nos representan”. Volvieron para nuevamente despotricar contra el gobierno y sus intereses oscuros, dicen, que les ha quitado sus trabajos, sus casas y hasta las ganas de vivir. (Ver galería de imágenes)

Han sido dos años y el recuerdo se extiende por toda España, con Francia también como uno de los primeros países destinatarios de esta suerte de franquicias que la indignación vendió por toda Europa. Marcharon en Madrid, en Valencia, en Barcelona, marcharon en París también y aparecieron sus voces en la televisión recordando ese despertar civil que tantas fotos les valió. Pero a la larga, mirando la realidad desde un lente retrospectivo, los cambios parecen esquivos para un continente en crisis, que aún no puede librarse del peligro de morir ahogado en sus problemas económicos.

Ellos se van pero regresan. A esta altura, lejos de poder ver cambios sustanciales en la estructura contra la que se indignaron, les queda el entusiasmo de la protesta y algunos pequeños triunfos parciales, como el que en la Puerta del Sol señala Carlos Esteves, un activista de 54 años citado por el diario El País de España: "Hemos parado más de 600 desahucios solo en Madrid y se han devuelto más de 200 millones en preferentes". Otros optimistas hablan de un giro en el debate político y dicen que han puesto a pensar a los partidos en hallar alternativas distintas a los problemas: que se preocupen en la transparencia de sus actos, que evalúen las leyes hipotecarias y que se sienten a pensar las leyes electorales.

'Los indignados' del 15-M (15 de mayo) que en su momento se enfrentaron a los desalojos policiales, que como ellos se extendieron por todas las plazas tomadas de todos los países que se unieron a la causa, creen que en este tiempo la pelea la siguen ganando. Logran concentraciones masivas cuando encuentran un porqué y leen comunicados que los reivindican como fuerza pasiva y civil rebelde contra el establecimiento: "Estamos hartos de que nos llamen terroristas por reclamar pacíficamente los derechos que nos roban cada día".

Quizá los cambios no hayan venido a la velocidad deseada por ellos y tal vez no lleguen nunca si es que bajo el esquema actual se dejan atrás los problemas y la indignación se fuga entre la satisfacción temporal de los individuos. Algo que tiene poca discusión es la visibilidad que han logrado, ese éxito mediático que los llevo incluso a tener alguna representación en Siria, ese país que se desangra hace dos años en una guerra fratricida que no parece tener un fin cercano y que cada día va desnudando las bajezas de la condición humana.

Visibles han sido hasta en Colombia, cuando un grupo de insatisfechos con el orden actual dicen ser una filial de la indignación que germinó en España y se contagió a ritmo de pandemia. En Bogotá y en Medellín, ya han salido a manifestarse, con carteles enormes con las fotografías de procuradores y de exvicepresidentes, de corruptos y de oscuros. Los proyectan en la ciudad a gran escala y después lanzan tomates a mansalva. Una protesta pacífica, inspirada en la rebelión de otros que enviaron un mensaje claro: puede que las transiciones sean lentas y es posible que los cambios sustanciales jamás ocurran, pero mientras el orden sea susceptible de cuestionamientos y haya voces que estén dispuestas a señalarlos sin miedo, vale la pena seguir protestando. 

Por Diego Alarcón Rozo

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