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Tras seis meses de la caída de Kabul, la crisis se acentúa

El 15 de agosto de 2021, los talibanes se tomaron Kabul, capital de Afganistán. Tras seis meses, más de la mitad de la población está pasando hambre, el gobierno interino busca reconocimiento internacional y el acceso a fondos extranjeros, y los rebeldes en el poder se enfrentan a la amenaza del Estado Islámico.

Redacción Mundo

14 de febrero de 2022 - 09:00 p. m.
La llegada a Kabul se dio después de que los rebeldes conquistaran, en cuestión de semanas, 23 provincias, de las 34 que tiene Afganistán.
Foto: AP
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El 15 de agosto de 2021, los talibanes se tomaron Kabul. Ese mismo día, Ashraf Ghani, quien se desempeñaba como presidente de Afganistán desde 2014, huyó del país, dejando atrás una crisis social, política y económica que puso al país asiático en primera plana. Algunas imágenes difundidas por Al-Jazeera, canal de televisión de Catar, mostraron a los talibanes en el palacio presidencial ostentando sus armas. “La guerra ha terminado”, dijo un combatiente en medio de la comunicación.

Entretanto, el pánico se apoderó de Afganistán. El vacío de poder empezaba a ser ocupado por la represión y la intimidación, además de que la comunidad internacional tenía el afán de llevar a cabo las evacuaciones, mientras los afganos trataban de llegar al aeropuerto de la capital o a las fronteras con Pakistán e Irán. Era claro que mientras los talibanes se asentaban en el poder, la gente buscaba cómo salir de allí.

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La llegada a Kabul se dio después de que los rebeldes conquistaran, en cuestión de semanas, 23 provincias, de las 34 que tiene Afganistán. Con la toma de la capital ya era evidente que los talibanes estaban cumpliendo con uno de los objetivos por los cuales se alzaron en armas: sacar a las fuerzas afganas y a sus aliados occidentales del país, con la idea de expulsar a los “ocupantes” extranjeros, derrocar al gobierno, al que no consideraban legítimo, y restablecer, eventualmente, el “emirato islámico”.

Así, mientras ellos incursionaban en la capital, una masa de gente trataba de llegar al aeropuerto. Según algunos testigos que hablaron con The New York Times, en la terminal se vivieron momentos dramáticos: se escucharon disparos y algunas personas, en medio del desespero, intentaron entrar en un avión de carga estadounidense que estaba a punto de despegar.

Estados Unidos prometía sacar a 22.000 afganos vulnerables y a 15.000 estadounidenses, y Reino Unido buscaba evacuar a 1.000 personas por día, al tiempo que otros países intentaban sacar a la gente del país asiático. Así, desde el 14 de agosto, y durante un período de 18 días, unas 123.000 personas lograron ser evacuadas desde el aeropuerto internacional Hamid Karzai. En paralelo, los nacionales se desplazaron hacia las fronteras.

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Según datos de Acnur, para 2020 Pakistán tenía a 1′450.000 afganos en su territorio e Irán a 780.000, siendo los principales países receptores de refugiados. Estas cifras aumentaron después de agosto de 2021, pues, según medios locales iraníes, 5.000 afganos llegaron a diario desde entonces, al tiempo que, de acuerdo con datos de la entidad de Naciones Unidas hasta noviembre pasado, cerca de 3.000 fueron deportados diariamente. En cuanto a Pakistán, se sabe que, entre septiembre y octubre de 2021, 1.800 afganos fueron obligados a retornar a su país. Esto sumado a que entre enero y agosto del mismo año 400.000 personas se vieron obligadas a salir de sus hogares en Afganistán, sumándose a los 2,9 millones de afganos que, para entonces, estaban desplazados.

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Para el 30 de agosto la conquista de los talibanes era un hecho: Estados Unidos sacó a sus últimas tropas, cerrando un capítulo de 20 años de invasión y guerra, que tiene sus orígenes en los ataques a las Torres Gemelas. Los talibanes no dudaron en celebrar: en la ciudad de Kandahar, al sur del país, conocida por ser su cuna espiritual, los combatientes salieron en una caravana en la que demostraron su poder, no solo a través de la exposición de sus armas y banderas, sino por medio del uso del material militar que dejaron los estadounidenses detrás, mientras se les escuchaba decir: “Allah Akbar”, que traduce “Alá es el más grande”.

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Ahora bien, las mujeres también han salido a las calles a marchar, a pesar del temor de la represión, pues se resisten a caer de nuevo en un régimen que las violente, como sucedió entre 1996 y 2001, durante el primer gobierno talibán. Así, las ciudades de Herat y Kabul han visto a varias de ellas salir con pancartas en mano, pidiendo que se respete el derecho a la libertad de expresión y a la educación. Algunas de sus consignas decían: “Estamos todas juntas, rompimos la opresión”.

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Justamente, los derechos de las mujeres se han convertido en un punto determinante en las conversaciones que Afganistán, bajo las riendas del grupo rebelde, ha sostenido con diversos actores internacionales.

En busca de reconocimiento y recursos económicos

Después de tres semanas de haberse tomado Kabul, los talibanes dieron a conocer su nuevo gobierno. Con Mohammad Hasan Akhund, uno de los fundadores del régimen talibán, a la cabeza, otros nombres salieron a relucir: Abdul Ghani Baradar, quien estuvo al frente de las negociaciones de Doha con Estados Unidos, que condujeron a la retirada de las fuerzas extranjeras del país, fue nombrado el número dos del Ejecutivo; Amir Khan Muttaqi, también uno de los que participó en los diálogos en la capital de Catar, se convirtió en el ministro de Relaciones Exteriores. Además, Sirajuddin Haqqani, jefe de la red Haqqani, grupo terrorista, fue nombrado líder de la cartera del Interior.

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Según se lee en el artículo “Se estrena gobierno talibán: pistas que dan la historia sobre cómo gobernarán”, de The New York Times, existen ciertos patrones que dan pistas sobre cómo se comportará esta nueva administración. Algunos grupos rebeldes en el poder parecen compartir algunos rasgos: “Un autoritarismo burocrático estricto, aunque en ocasiones permite cierto grado de apertura política. Un enfoque en controlar o coaccionar a los elementos de la sociedad que se consideran vinculados al viejo orden y una búsqueda de apoyo y reconocimiento extranjero, mientras se esfuerzan por superar el estatus de paria que suelen tener los militantes rebeldes en el poder”.

La más reciente visita a Oslo, en medio de la necesidad que tienen de obtener reconocimiento internacional y de lograr la entrada de fondos para enfrentar la crisis humanitaria, teniendo en cuenta que Afganistán dependía en un 75 % de la ayuda extranjera y que, según la ONU, el 55 % de la población pasa hambre, puso en un mismo escenario a los talibanes con los delegados de Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Alemania, Italia, la Unión Europea y Noruega. Ahora bien, el gobierno del país escandinavo dejó claro que estas discusiones no equivalen a la legitimación o el reconocimiento del gobierno talibán, por eso el respeto a los derechos humanos, especialmente de las mujeres y de las minorías étnicas, se planteó como una condicionalidad a la ayuda extranjera.

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Por ejemplo, con la idea de que los talibanes cumplan con la petición de permitir el acceso a la educación de las afganas, los países ofrecieron fondos para pagar los salarios de los maestros solo en las provincias en las que se cumpla con dicha exigencia. En caso de que las niñas regresen a las aulas, los recursos para pagar los sueldos de los educadores vendrían del Fondo Fiduciario para la Reconstrucción Afgana (ARTF), administrado por el Banco Mundial. De este mecanismo venía la mayor parte de la ayuda a Afganistán antes de que los talibanes tomaran el poder en agosto de 2021, momento desde el cual el Fondo ha permanecido congelado.

Aunque los países se niegan a reconocer a la administración que surgió por la violenta toma del país asiático, las naciones occidentales han llegado a la conclusión de que se debe superar la tradicional ayuda humanitaria, y vincular la transferencia de algún dinero para los actores involucrados en la educación de las niñas y mujeres parece ser una estrategia para ello.

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El Estado Islámico: una amenaza latente para los rebeldes en el poder

El Estado Islámico-Khorasan (EI-K) es el brazo afgano de ISIS. Según el Pentágono, está formado por exmiembros de Al Qaeda y fue uno de los más activos durante los primeros años de la guerra en Siria, desde donde se planean los ataques. Solo en 2021, el EI-K perpetró más de 220 ofensivas en Afganistán, incluyendo tres atentados suicidas mortales desde que los talibanes volvieron al poder: contra el aeropuerto de Kabul, una mezquita en la capital y otra mezquita chiíta en Kunduz. El primero de ellos dejó más de 100 muertos, entre ellos 13 soldados estadounidenses, y el de Kunduz más de 55 fallecidos.

Esta filial de ISIS es un enemigo declarado de los talibanes, pues busca establecer su propio califato entre Afganistán, Irán, Pakistán y Turkmenistán. Según Naciones Unidas, este grupo tiene entre 500 y varios miles de combatientes en Afganistán, principalmente en el norte y el este del país, así como en la ciudad capital. Esta rivalidad se debe a que el EI-K denuncia que los talibanes no impondrán una verdadera sharía, o ley islámica, y se presenta como una alternativa.

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Y es que mientras el gobierno talibán se reunía con los representantes de algunos países de Occidente en Noruega, el asalto a una prisión siria mostró la fuerza que el Estado Islámico tiene en este momento. Kawa Hassan, director de Oriente Medio y África del Norte en el Centro Stimson, instituto de investigación de Washington, le dijo a The New York Times: “Esto es una llamada de atención para los actores regionales, para los actores nacionales, que ISIS no ha terminado. Esto muestra la resiliencia de ISIS para contraatacar en el momento y en el lugar de su elección”.

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