La corrupción en la empresa estatal Petrobras fue el principal motivo que llevó a casi dos millones de personas a las calles de Brasil el 15 de marzo, según reveló una encuesta de Datafolha. La corrupción también provocó la movilización de miles de mexicanos que hoy, más de un año después, siguen denunciando la falta de resultados en la investigación por la desaparición de 43 estudiantes en Guerrero. Igualmente es la corrupción la que tiene en jaque a la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, quien debió enfrentar este lunes una nutrida manifestación en la sede presidencial por cuenta de un escándalo de tráfico de influencias protagonizado por su hijo, Sebastián Dávalos, quien renunció a su cargo en el Gobierno.
También es la corrupción la que tiene en bajísimos niveles de aprobación la gestión del presidente de Perú, Ollanta Humala, señalado de haber recibido dinero de empresas mineras para su campaña y cuyo gobierno enfrenta un escándalo por presunto espionaje a políticos oficiales y de la oposición.
A Cristina Fernández, presidenta de Argentina, la calle también la acusó de corrupta. Tras la muerte del fiscal Alberto Nisman, que la quería imputar por encubrir terroristas, cientos de argentinos salieron a las calles para denunciar la corrupción. Sin embargo, el magistrado Daniel Rafecas desestimó las acusaciones, aunque no logró calmar las protestas.
En Panamá las cosas se complican para un expresidente: Ricardo Martinelli, hoy investigado por un rosario de casos de presunta corrupción con el manejo de recursos del Estado. En Paraguay los casos son tantos y tan frecuentes —este país ocupa el segundo lugar en la lista de los más corruptos, según el índice de la ONG Transparencia Internacional (TI)— que acaban de crear el primer Museo de la Corrupción, una plataforma en internet que tiene como obras de arte las caricaturas de los políticos envueltos en ese tipo de delitos. A esas ilustraciones se anexan fichas que explican los casos de corrupción política más sonados en los últimos tiempos en el país: fraude electoral, estafa, falsificación de títulos, nepotismo o apropiación de fondos públicos.
“La corrupción en Iberoamérica está en un nivel medio (por debajo del nivel de Estados Unidos y Europa), sin embargo, si se mide con Asia y África, los supera”, revela el libro Corrupción, cohesión social y desarrollo. El caso de Iberoamérica. Sus autores explican que la corrupción en la región se muestra “notablemente dinámica, ya que mientras es más extendida, resulta cada vez más difícil seguir operando de una manera honesta y sin caer en su trampa”.
Eso parece ser lo que sucede en Venezuela, país que lidera el ranquin de países corruptos en América Latina, según el último reporte de Transparencia Internacional. El economista Robert Klitgaarad le explicó a BBC que el país tiene el escenario ideal para que se desarrolle la corrupción: hay monopolio de poder y discrecionalidad, así como falta de rendición de cuentas. Voceros de TI explican que cuando un gobierno es más poderoso está menos expuesto al escrutinio.
El historiador Paulo Suárez explica que los recientes casos en América Latina muestran que los ciudadanos son cada vez menos tolerantes con la corrupción, pero revelan que este mal ha llegado a todas las esferas del Estado. Recuerda que en Brasil y Venezuela, los presidentes en ejercicio Fernando Collor de Mello y Carlos Andrés Pérez fueron suspendidos de sus funciones en 1993 e inculpados por supuestas prácticas de corrupción. En Perú, Alberto Fujimori debió salir huyendo cuando le estallaron varios casos de corrupción en pleno ejercicio de su gobierno. Alan García también enfrentó casos de corrupción vinculados con sus gobiernos. Colombia ocupa el puesto 94 entre 175 en el índice de corrupción. Un mal que con las nuevas tecnologías pasó de funcionarios públicos que saquean un Estado a redes de alcance global.
Dos escándalos en Chile afectan a Bachelet