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“Creo que la Iglesia no va a caer en un liderazgo más autoritario”: Múnera

Luis Fernando Múnera Congote S. J., rector de la Universidad Javeriana, analiza en exclusiva para El Espectador lo que viene para la Iglesia católica como institución ahora que empieza la era posterior a la muerte del papa argentino.

Hugo Santiago Caro
28 de abril de 2025 - 12:00 p. m.
Luis Fernando Múnera Congote, S. J., rector de la Pontificia Universidad Javeriana.
Luis Fernando Múnera Congote, S. J., rector de la Pontificia Universidad Javeriana.
Foto: Óscar Pérez
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¿El legado del papa ya está o se empieza a escribir tras su muerte?

Es un legado espiritual, y lo que está pasando muestra que ese legado ya está presente. Lo fundamental del legado es que tocó el corazón de muchas personas muy distintas en el mundo. Eso que se está moviendo, y que se va a seguir moviendo, es lo esencial.

Ahora, por supuesto, hay documentos, una doctrina, una manera de entender la Iglesia y movimientos que el papa inició. Yo creo que puso en marcha varios procesos. Algunos de esos seguirán su curso con gran impulso, otros avanzarán más lentamente. Todo eso, en conjunto, va construyendo el legado. Creo que lo más esencial del legado es lo que él hizo y lo que nos dejó. Eso ya lo tenemos.

Mucho se habla de que Francisco intentó modernizar la Iglesia católica y a su entierro fueron prácticamente los líderes más importantes del mundo. ¿Puede ser una consecuencia de eso?

La Iglesia tiene que estar modernizándose permanentemente; no es que ya se modernizó. La Iglesia de hoy es muy distinta a la de hace 12 años, y también a la de hace 20.

Creo que el papa hizo un gran esfuerzo por posicionarse de una manera distinta.

Es decir, no posicionarse como una autoridad que solo enseña y le dice al mundo lo que debe hacer, sino involucrarse en la sociedad junto con otras religiones y, desde allí, entablar diálogos, plantear preguntas y generar procesos.

Esa, para mí, es la gran modernización: una manera distinta del papa —y de la Iglesia— de ubicarse en el mundo, con una actitud que yo diría más horizontal, más dialogante, reconociendo otras voces y siendo también una voz en medio de ellas.

¿Fue una voz de disenso?

Tal vez, sí.

¿Fue una figura tal vez incómoda para los líderes mundiales?

Sí. Las figuras incómodas son las que nos obligan a movernos. Laudato si’, que fue la primera encíclica sobre el cuidado de la casa común, sobre la ecología, generó muchas incomodidades, pero también nos impulsó a actuar, a hacer muchas cosas.

Y una voz como la del papa —que se acerca a los migrantes, que se involucra en los temas medioambientales pensando también en las personas y en las inequidades mundiales— es una voz incómoda para muchos, quizás especialmente para los líderes. Pero también se convierte en una referencia necesaria.

Tener a alguien que te hace preguntas, que te cuestiona, pero que también te muestra horizontes, es algo que ayuda. Los grandes líderes probablemente se incomodaban con algunas de sus posturas. Él generaba dificultades, sí, pero también lo reconocían como una figura de referencia. Tenía una calidad de relación muy especial, y cuando recibió a muchos de ellos, se crearon vínculos, relaciones significativas.

Entonces, si el papa hace bien su trabajo, tiene una voz profética. Un profeta no es quien adivina el futuro. Un profeta es quien es capaz de leer el presente con lucidez. Diría que es como un sismógrafo del presente, que detecta los movimientos, las tensiones, y señala hacia dónde podrían llevarnos. Eso lo hacía el papa, y por eso generaba esas incomodidades necesarias para que el mundo cambie.

Estamos viendo la tendencia de líderes autoritarios, en su mayoría, conservadores. ¿Existe un riesgo de que la iglesia caiga en un liderazgo parecido?

Siempre existirá ese riesgo, pero la Iglesia tiene mecanismos suficientes para evitarlo. Porque también estamos en el mundo: compartimos los temores, las incertidumbres, los intereses. Y en ese compartir la vida con la gente también tenemos las mismas tentaciones que enfrenta la sociedad.

Podemos caer en las mismas tentaciones de asumir liderazgos más autoritarios, más defensivos de lo propio, menos abiertos al otro. Eso pasa en la Iglesia, como pasa en el mundo. Y, por supuesto, esa tentación está presente. Sin embargo, creo —y espero— que la Iglesia no vaya a caer en un liderazgo así, por una razón: la gran transformación del papa ha sido, yo diría, una transformación en los vasos capilares. El papa nombra a los obispos y a los cardenales. Y después de trece años, la mayoría de los cardenales han sido nombrados por él, así como muchísimos obispos.

A su vez, estos obispos forman y ordenan sacerdotes, se ponen en diálogo con los movimientos cristianos. Es allí donde se da la transformación. Y creo que eso se ha hecho —al menos por lo que yo he visto en Colombia, que es lo que conozco— con mucho cuidado. Uno ve, por ejemplo, el perfil de monseñor Luis José Rueda, y evoca la figura del papa Francisco. Uno observa el perfil de muchos arzobispos y también remite a esa imagen.

Entonces, sí, se está dando una transformación. Le falta camino, por supuesto. Esto no es para mañana.

¿La línea doctrinal de Francisco puede estar en riesgo con un nuevo papa?

Se seguirá de manera diferente, porque las personas le ponen su sello, pero se seguirá. Francisco hace un aporte importante: fue durante 25 años arzobispo de Buenos Aires. Le tocó vivir toda la transición a la democracia argentina, las crisis financieras… todo eso. Él estaba ahí. Uno aprende mucho con la gente. Ese contacto que llamamos pastoral —ir a las cárceles, a las parroquias, a los pueblos—, eso es lo que el papa Francisco le aporta a la teología de la eclesiología. Es decir, a cómo se es Iglesia y cómo se es obispo.

Y esa transformación, aprendida casi en la calle, es la que creo que generó un papado tan distinto. Juan Pablo II también era muy pastoral, sobre todo con los jóvenes; el papa Benedicto era más bien un intelectual; y muchos de los que venían antes eran más hombres diplomáticos, hombres de Estado. Entonces, ese aporte latinoamericano creo que es un aporte muy importante.

Esas son corrientes que ya están ahí, que se encuentran con otras: algunas van en la misma dirección, otras en dirección contraria. Pero el camino ya está abierto. Ahora, lo de la sinodalidad es muy interesante, porque es un método: se trata de tomar decisiones a partir de generar conversaciones y buscar consensos. Eso es lento. Creo que el papa hubiera querido hacer cosas que no hizo, porque el grupo no tenía aún la madurez suficiente ni la tranquilidad para tomarlas. Pero ya está implantada la metodología. Él nos decía mucho: “No hagan eventos, inicien procesos”. Y lo que hizo fue justamente eso: desatar procesos.

Y una vez desatados, ya hay un cambio. Que, claro, se va a encontrar con dificultades —como todos los cambios—, con resistencias. Eso es normal en todas las organizaciones. Pero ya hay una energía y un proceso que están en marcha.

¿Qué opina de la afirmación de que Francisco fue el papa de los no creyentes?

Me parece muy bella. Papa, pontífice, es el que hace puentes. Francisco asumió esa tarea muy genuinamente: que la Iglesia también hiciera puentes.

Es muy bello que en las dos encíclicas grandes —Laudato si y Fratelli tutti— se parta de unos diálogos con el patriarca Bartolomé y con el imán de Abu Dabi. Entonces, hay una apertura.

Esa afirmación de que la gente es creyente o no creyente, religiosa o no, la pongo un poco en duda. Todas las personas tenemos una experiencia de nacer, de que se nos regala la vida, de contacto con la muerte y de preguntas frente a ello, y muchos tenemos, quizás de muy diversas maneras, experiencias espirituales y aperturas a lo espiritual.

Entonces, decir solamente que la gente es creyente porque sigue unas prácticas más o menos regularmente, creo que es muy pobre. Yo creo que lo que el papa y lo que le pide a la Iglesia es sintonizar con esa necesidad y esa búsqueda espiritual de la humanidad. Él sí lo logra. Es el papa de los no creyentes porque, por sus gestos —casi más que por sus palabras—, logra despertar en el corazón de las personas una pregunta espiritual. Cuando el papa va a Lampedusa y saluda a la gente que llega en las barcas, casi todos musulmanes, eso algo le dice a la humanidad.

Cuando estábamos en la pandemia y el papa va a la plaza y bendice al mundo, es un signo profundamente religioso, por supuesto, pero algo nos está diciendo de cercanía, de solidaridad, de que tenemos que remar juntos. Logró ese objetivo de tener una Iglesia que escucha y que dialoga. Eso nos toca profundamente. La experiencia de que somos vulnerables y de un padre que nos acoge, que nos abraza, que se interesa por nosotros y que nos acoge en nuestra vulnerabilidad es algo común a todos los seres humanos.

¿Vio la película Cónclave (2025)?

El final no me gustó, no le aporta nada al argumento. Pero me gustó mucho porque el protagonista de la película es un cardenal, un ser humano que honestamente quiere hacer el bien y no sabe cómo. Se enfrenta a muchos dilemas morales: si viola el sello, si averigua qué está pasando, si mantiene contacto con el exterior… hace cosas, digamos, más allá de la norma.

Desde la idea de “queremos hacer” tenemos una gran responsabilidad. En ese primer discurso sobre la certidumbre, nuestra mayor tentación es creer que lo sabemos todo cuando en realidad no sabemos nada, y situarse ahí. No es ni héroe ni antihéroe, ni bueno ni malo; es un ser humano muy honesto en búsqueda.

Eso fue lo que más me gustó de la película. Yo no elijo papas, pero nombro decanos, y uno se hace preguntas muy parecidas: ¿qué necesita hoy este grupo?, ¿tengo a una mujer en el equipo? Tal vez convenga incluirla porque eso es un signo; ¿prefiero alguien de dentro, que mantenga la línea?, ¿o alguien de fuera que genere disrupción?, ¿cuánta disrupción puede asumir un grupo? Hay muchas preguntas al tomar una decisión así. Claro que los cardenales deben hacerse esas mismas preguntas.

El papa Francisco, por ejemplo, es latinoamericano de abuelos italianos: de los no europeos, es el más europeo, y además empatiza con el pueblo italiano. Eso, sin duda, debe considerarse: continente, apertura al mundo… ¿Asia? ¿Qué Asia? ¿Quiénes son?

No basta con sentarse en silencio y esperar a que el espíritu te dicte un nombre; hay que cuestionarse, conversar, sentir. Y si se hace de corazón —como espero que lo hagan— aparecerá algo que sorprenderá: eso es dejarse guiar.

Por esa película mucha gente que no está involucrada en el mundo católico está muy interesada por el cónclave que viene. ¿Eso es bueno?

Me parece bonito; es bueno que la gente entienda un poco cómo funciona el proceso y que se trate de seres humanos en búsqueda. La parte superficial —cómo deciden, dónde conversan y cómo intrigan— despierta cierta curiosidad malsana. Pero que la gente comprenda que es un proceso humano, con personas que asumen una enorme responsabilidad y grandes dilemas para tomar una decisión sumamente importante, equivale a desvelar esos misterios y acercarlos al público. Creo que, aunque nos aproximemos al misterio, es ahí donde lo espiritual se encarna y se vuelve humano. Que esto sea muy humano no significa que deje de ser espiritual.

Por esa misma curiosidad hay mucho morbo alrededor de los cardenales papables, ¿eso afecta el proceso?

Eso ha pasado siempre y es, en cierto modo, una deducción lógica. El más popular de los italianos suele ser el de Milán; a veces, el de Bolonia (Mateo Zuppi), el obispo más destacado de Italia y el presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, de donde proviene la mayoría de los cardenales. Entre los asiáticos, el más notable es el cardenal Luis Tagle, que fue arzobispo de Filipinas y lleva tiempo en Europa. Quienes conocen un poco la Iglesia saben cuáles son sus cardenales más sobresalientes.

Lo que sucede es que los cardenales conforman un grupo relativamente pequeño, de unas 130 personas. Se reúnen cada año en el consistorio, cuando se crean nuevos cardenales; participan en las reuniones de los dicasterios —los “ministerios” del Vaticano— y en el Sínodo, donde muchos ponentes son cardenales. Ese grupo, prácticamente, se conoce: entre los latinoamericanos brillan dos, y entre los africanos, dos o tres.

Como ocurre con los candidatos presidenciales, la gente hace cábalas y puede deducir nombres con cierta facilidad. Pero, ¿que alguien sea favorito entre los papables genera verdadera impresión en el cónclave? Yo no lo creo. Bergoglio, por ejemplo, no era favorito porque los periodistas y vaticanistas lo consideraban muy mayor. No creo que eso ejerza presión: puede haber nombres más visibles, pero ellos mismos ya tienen bastante claras sus inclinaciones.

Aprovechando este periodo de sede vacante, de pausa, ¿para dónde va la iglesia?

Hay un movimiento muy grande de desclericalización: hay menos sacerdotes, menos monjas, y eso nos llevará, queramos o no, a pensar nuevas maneras de acompañar a las comunidades creyentes. Con mayor participación de los laicos, con mayor presencia de las mujeres… está toda la pregunta de si se puede admitir a mujeres en el sacerdocio o a hombres casados. Esas cuestiones seguirán ahí; lo que pasa es que, para nosotros, los occidentales, hay más claridad que para los asiáticos o los africanos en esos temas.

Cuando uno piensa en el conjunto para el que hay que legislar —recogiendo sensibilidades de los cinco continentes—, debe avanzar con cuidado. Yo creo que caminamos hacia una Iglesia menos institución y más comunidad horizontal: con mucha mayor presencia de los laicos en las distintas instancias de gestión y gobierno. Eso ya está ocurriendo y seguirá. La relación con los Estados sigue siendo muy diversa y a menudo conflictiva. Nosotros vivimos aquí una excepción: en Colombia, la Iglesia y el Estado, tras las crisis con los liberales del siglo XIX, llegaron a un cierto apaciguamiento. Pero en otros países persisten las preguntas sobre sus vínculos.

El catolicismo y la religión seguirán presentes en la vida humana, pero de maneras muy distintas. Estos cambios han ocurrido en menos de una generación. La Iglesia que venía funcionando desde los siglos XV y XVI operó así hasta 1950. Luego hubo crisis que condujeron al Concilio Vaticano II en 1960, momento en que la Iglesia se transformó en una sociedad más estable y homogénea, justo antes de una revolución cultural rapidísima. En esa turbulencia, la Iglesia se replegó para defenderse de una cultura que la abrumaba.

Hoy volvemos a abrirnos con esperanza a esa cultura, recibiendo también comentarios y críticas, pero ya no nos sentimos tan atacados; buscamos dialogar y reposicionarnos. Sin duda, dentro de veinte años —y quizá el mundo también— será muy distinto al de hoy.

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Hugo Santiago Caro

Por Hugo Santiago Caro

Periodista y productor radial javeriano. Ganador del Premio Nacional de Periodismo del CPB 2021 a mejor tesis de grado. Ha escrito para El Tiempo y Bacánika. @HugoCaroJhcaro@elespectador.com
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Edgard Lopez(56726)28 de abril de 2025 - 06:42 p. m.
si no actualizan el cuento que vienen vendiendo hace 2000 años, yo creo que ese cuento sera el que los acabe..... en la otra mano, la corrupción en la iglesia católica de Roma, no es nueva, pero hoy en día es mas fácil de ver, sentir, y creo que los que van a elegir al sucesor, son las cabezas de dicha corrupción, son sus patrocinadores y ejecutores..... solo miren sus caras...... viven en un mundo totalmente anormal, son un grupo de pajisos, pidiendo que se haga lo contrario, no creo que duren
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