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¿Y para qué todo esto?

En más de medio año son tres los mandatarios que han sido derrocados, incluido Muamar Gadafi. Sólo el tiempo dirá si las protestas logran cambios de fondo o un simple relevo de actores.

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Víctor de Currea-Lugo*/Especial para El Espectador
27 de agosto de 2011 - 08:59 p. m.
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Hegel decía que “la lechuza de Minerva, la diosa de la sabiduría, sólo levanta el vuelo al anochecer”, para mostrar que sólo con el paso del tiempo es posible ver las cosas con sabiduría. Las revueltas árabes no son la excepción.

La historia conocida de las revueltas se “limita” a los hechos ocurridos desde diciembre de 2010, en los que un joven tunecino desempleado y sobornado por la policía decide suicidarse, hasta el humo de los combates en Trípoli, pasando por las manifestaciones en Egipto. Pero estos estallidos no hubieran sido posibles sin un antes de injusticia, marginación y persecución de minorías, violaciones de derechos, pobreza y dictaduras.

A pocos meses de protestas, hacer un balance es prematuro, pero necesario: ha habido protestas en más de una docena de países, la lista de detenidos y muertos crece cada día, han caído tres gobiernos, varios movimientos han fracasado al menos por el momento y, lo más importante, el mundo árabe ya no es el mismo.

¿Y para qué todo esto? ¿Cuál es el resultado hasta ahora? Depende de la agenda de los manifestantes. Si el objetivo de las protestas se limita a querer tumbar un presidente, entonces podemos decir que las revueltas han triunfado en Túnez, Egipto y Libia.

Pero el problema trasciende el nombre de un presidente y apunta a una forma de entender la política. Para los que creen que bastaría con pequeños cambios prodemocráticos, Túnez se acercaría al sueño, pues ha logrado convocar a una asamblea constituyente con una incomparable participación de mujeres y rechazar medidas promercado que fueron parte de las causas de las revueltas.

Para los que creen que el cambio debe apuntar a la configuración de estados confesionales donde la Sharia sea la norma fundamental, las revueltas han fracasado porque las mayorías son musulmanas pero no necesariamente confesionales, para tristeza de Irán. Los que como el presidente Obama están convencidos, equivocadamente, de que la salida al conflicto es el libre mercado, su triunfo se materializará sólo cuando se abran las fronteras árabes a los mercados internacionales y se privatice lo que queda sin privatizar.

Lo que sí podemos decir es que ninguno de los tres países con cambios sustanciales en sus gobiernos ha estado estático. Túnez ha tenido varios gobiernos acomodándose al nuevo escenario; el “Frente 14 de enero” se partió hace dos meses y el riesgo de nuevas divisiones internas está sobre la mesa; los islamistas radicales y los moderados discuten sobre el peso que debería tener la Sharia en la sociedad tunecina. Lo positivo: se mantiene el llamado a una asamblea constituyente y el expresidente Ben Ali fue condenado, como reo ausente, a 15 años de prisión.

En el caso de Egipto salió Mubarak, pero el mismo ejército que lo sostuvo durante décadas se erigió como el “guardián de la revolución”, las protestas continúan aunque en menor medida y siguen denuncias sobre casos de tortura y detenciones ilegales. Lo positivo: Mubarak está ante un tribunal y las relaciones con Israel se están revisando por presión de la misma sociedad egipcia.

En Libia casi todos los líderes de los rebeldes vienen de las filas de Gadafi, con lo cual el temor al continuismo no es simple paranoia. El viejo fantasma de la lucha entre tribus pareciera crecer y el país está a punto de terminar una guerra financiada por las potencias europeas que ahora pedirán su parte. Lo positivo: la caída de un régimen intocable hace pocos meses y al que los mismos europeos habían preferido reciclar como amigo.

Las propuestas de una conciliación “pragmática” entre la democracia y lo musulmán parecen florecer en Túnez, mirando al modelo de Turquía, pero esto da un paso atrás en Egipto, donde una vez cayó Mubarak, los Hermanos Musulmanes, levantaron sus banderas religiosas. Ya sea con agendas neoliberales, musulmanas o democráticas, en los tres casos crece la noción de ciudadanía, de participación política y de derechos humanos.

Los hechos recientes de Libia dan un nuevo aliento a las protestas del mundo árabe, pero los tres países más convulsionados tienen una larga agenda ante sus ojos: la política social, la económica, los derechos humanos, la agenda de género y la política sobre las minorías.

Las otras revueltas no deben mirar sólo cómo se expulsa un dictador, sino cómo se reconstruye una sociedad luego de una crisis. Cuando la lechuza de Minerva levante el vuelo podremos responder para qué sirvió todo esto.

* PhD, profesor Universidad Javeriana.

El avance de la guerra libia

Misión de Paz

El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, anunció que pedirá al Consejo de Seguridad del organismo autorizar de manera urgente el envío de una misión de paz a Libia para que contribuya a “restaurar el orden y la estabilidad” en la nación norafricana.

Duda sobre el CNT

Sudáfrica duda sobre lo que sucede en Libia. El presidente Jacob Zuma aseguró que los países que han reconocido al Consejo Nacional de Transición (CNT), como Nigeria o Etiopía, lo hacen basados en su interés. “Si todavía hay una lucha, no podemos decir que el CNT es autoridad legítima”.

Masacre de detenidos

Amnistía Internacional informó que, antes de abandonar Trípoli ante el asedio rebelde, las fuerzas leales a Muamar Gadafi ejecutaron a cerca de 150 presos que habían sido capturados durante los combates. Algunos de ellos fueron asesinados en Bab al Aziziya, el cuartel del líder.

Control de la frontera

Las fuerzas rebeldes (foto) lograron controlar el paso fronterizo de Ras Jedir, que separa a Libia de Túnez y que, a su vez, es la principal vía de abastecimiento y comunicación con Trípoli. Cerca de 100 hombres armados no tuvieron problemas para desplazar a las escasos soldados del régimen que patrullaban la zona.

Por Víctor de Currea-Lugo*/Especial para El Espectador

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