Pensadores 2022: Los problemas de China tras el auge
El canciller de la Universidad de Oxford y su revisión de la actualidad del gigante asiático a partir de factores como el endeudamiento excesivo, la demografía desfavorable, la creciente desigualdad y los retos ambientales.
Chris Patten * / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR , LONDRES
A los dictadores no les gusta que otros califiquen sus gobiernos. Cualquier tipo de evaluación de sus éxitos o fracasos, incluso por sus colegas y asesores, se puede interpretar como un intento de debilitamiento. Está fuera de cuestión permitir la crítica, por no hablar de alentarla. (Recomendamos: Lea aquí todos los artículos de la serie Pensadores globales 2022).
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A los dictadores no les gusta que otros califiquen sus gobiernos. Cualquier tipo de evaluación de sus éxitos o fracasos, incluso por sus colegas y asesores, se puede interpretar como un intento de debilitamiento. Está fuera de cuestión permitir la crítica, por no hablar de alentarla. (Recomendamos: Lea aquí todos los artículos de la serie Pensadores globales 2022).
El presidente chino, Xi Jinping, el jefe más poderoso del Partido Comunista de China desde Mao Zedong, debe tener intensos sentimientos al respecto. En 2022, buscará al apoyo del Vigésimo Congreso del PCC a su plan de permanecer en el poder un tercer período, aboliendo así el límite de dos períodos establecido por Deng Xiaoping, que se ha seguido desde entonces.
Esa disposición fue en parte un intento de impedir volver a una dictadura como la de Mao, y tuvo éxito en colectivizar el liderazgo del PCC. Sin embargo, basta mirar el culto a la personalidad creado por Xi y penetrar el significado del “pensamiento de Xi Jinping”, que hoy está incorporado a la constitución del Partido, para comprender las intenciones del actual presidente chino.
Primero, la omnisciente filosofía de Xi afirma que el PCC es el heredero de los mejores aspectos de la historia y la cultura de China. Segundo, está permeada por un fuerte elemento de nacionalismo lleno de revanchismo. En tercer lugar, y esto probablemente sea lo más importante, es la instrucción al partido y al país de nunca olvidar que Xi está a cargo de todo, desde el momento en que la gente se levanta por la mañana hasta que apaga la luz de la lámpara de noche. E incluso entonces, Xi sigue mirándolos y cuidándolos.
Pero incluso si Xi no desea que los demás examinen su historial, sus asesores más cercanos deberían ver que puede haber malgastado los años de auge de poder que China ganó gracias a su poder económico y los problemas enfrentados por los países occidentales desde la crisis financiera de 2008. Ahora quedarán más en evidencia los problemas existenciales de la China tras el auge. El país ya no luce tan incuestionablemente como la potencia nueva e inquietantemente exitosa de otrora. En cierto modo, eso potencialmente la vuelve más problemática y amenazante para el resto del mundo.
Tres problemas
La manifestación reciente más notable de que China está pasando un punto de inflexión ha sido la crisis de la desarrolladora inmobiliaria Evergrande. No me parece que compararla con el colapso de Lehman Brothers en 2008 sea un buen punto de partida. La debacle de Evergrande va mucho más allá de un enorme fracaso de mercado y en ella confluyen dos de los tres peligros existenciales que enfrenta el gobierno chino.
El primero es el endeudamiento excesivo, no en menor lugar en el sector inmobiliario. Hoy China necesita el doble de endeudamiento para producir cada índice de crecimiento que lograba hace una década. Kenneth Rogoff, de la Universidad de Harvard, y Yuanchen Yang, de la Universidad Tsinghua, estiman que los sectores inmobiliario y de la construcción representan el 29 % del PIB chino. Las ventas de terrenos son especialmente importantes para generar ingresos en los gobiernos locales, y cerca del 78 % de la riqueza personal de los chinos está ligada a la vivienda. No obstante, la deuda total de China se octuplicó entre 2008 y 2019, y hoy triplica el tamaño de su PIB.
El segundo principal problema de China es demográfico: el aumento de la deuda y la productividad en caída han sido acompañados por un notable descenso del tamaño de la población en edad de trabajar. Se proyecta que para 2050 la población económicamente activa del país se reduzca en 194 millones.
Más aún, tanto la cantidad de familias como la tasa de fertilidad están en descenso, a medida que persiste el sesgo de la proporción de varones a mujeres. El desequilibrio es mayor entre las cohortes de menor edad: entre quienes tienen entre 10 y 14 años, hay 120 chicos por cada 100 chicas. Dado el decreciente número de familias en China, no es de sorprender que el auge de construcción de viviendas haya acabado en tantos apartamentos vacíos y al menos cincuenta ciudades fantasma.
La respuesta de Xi a estos crecientes problemas económicos ha sido redoblar su compromiso con aumentar el control del sector privado chino, más productivo, y favorecer a las empresas estatales. Es una actitud impulsada por su temor a ceder el control a las grandes tecnológicas exitosas, al ver que las prebendas que conllevan los logros del sector privado exacerban las desigualdades que constituyen el tercer talón de Aquiles del comunismo chino.
Pero el coeficiente de Gini, que mide la desigualdad de la riqueza y el ingreso, muestra que China es hoy más desigual que varios países desarrollados occidentales, y que se está acercando a niveles estadounidenses de disparidad económica. Obligar a unos cuantos millonarios a entregar parte de sus fortunas al Estado o a proyectos estatales no cambiará mucho las cosas. Para hacer que China sea más igualitaria, sus líderes tendrían que desmantelar la estructura de poder del PCC, que gratifica pródigamente a sus legiones de funcionarios.
Además de un alto endeudamiento, una estructura demográfica desfavorable y una creciente desigualdad, la China de Xi se enfrenta a enormes retos ambientales y de recursos. Importa más crudo que ningún otro país y tiene problemas de seguridad alimentaria. Mientras tanto, el cambio climático va dejando su huella, en especial en forma de escasez hídrica en el norte del país. China cuenta con apenas el 7 % del agua dulce del planeta, pero tiene un 18 % de su población, y hay una total discordancia entre donde habita la gente y donde se encuentra el agua.
Es probable que el aporte de China a la reducción global de las emisiones de dióxido de carbono sea un lastre adicional al crecimiento de su economía, que en todo caso probablemente tenderá a cero como resultado de su deuda y sus problemas demográficos. En consecuencia, puede que Xi busque mantener el control político mediante más vigilancia e intimidación, a medida que la población sienta los crecientes efectos restrictivos en sus bolsillos.
La arrogancia de Xi
También debería quedar claro que el régimen de Xi ha forzado su mano geopolítica. Obsesionado con la idea de que Estados Unidos y sus aliados democráticos liberales estaban en una decadencia terminal, Xi alardeó de que China estaba buscando “un futuro en que ganaremos la iniciativa y tendremos la posición dominante”. A través de su diplomacia del “lobo guerrero”, China supuestamente campearía por la región indo-pacífica y mostraría al mundo un modelo de totalitarismo exitoso.
Sin embargo, sus vecinos —como India, Japón, Corea del Sur, Singapur, Australia y Vietnam— se han mostrado cada vez más dispuestos a resistirse a esas intenciones. Más aún, EE. UU. ha comenzado, con cierto éxito, a crear asociaciones de colaboración con otros países. El propósito no es crear un muro de bambú alrededor de China como parte de una segunda Guerra Fría. En lugar de ello, las democracias liberales desean limitar el mal comportamiento chino, haciéndole contrapeso por sus evidentes violaciones a acuerdos internacionales y colaborar con ella si eso beneficia el interés global, siempre y cuando cumpla su palabra.
La verdad objetiva, como dirían los marxistas, es que la diplomacia agresiva de China ha fracasado. Ahora deberá cambiar de rumbo. El peligro es que Xi, al que algunos consideran un tomador de riesgos, se vuelva incluso más agresivo. Así, en lugar de asegurar el consentimiento político tácito del pueblo chino logrado mediante el crecimiento económico, busque su apoyo en momentos de mayores dificultades avivando el fervor nacionalista, en especial en torno a Taiwán.
Una alarmante cantidad de expertos ven un ataque chino a Taiwán como una posibilidad real. En consecuencia, en varios aspectos, estos son tiempos peligrosos para todos nosotros. Las democracias liberales deben dejarle en claro a Xi, discreta pero firmemente, que existen líneas rojas que no debe cruzar, y una de ellas pasa por las aguas del Estrecho de Taiwán.
* Traducido del inglés por David Meléndez Tormen. Copyright: Project Syndicate, 2021.