¿Por qué la mayoría de los papas han sufrido de obesidad?
A propósito de la salud del papa Francisco, también afectada por el sobrepeso, fragmento del libro “El arte del bisturí”, del cirujano neerlandés Arnold van de Laar. En librerías colombianas bajo el sello editorial Salamandra.
Arnold van de Laar * / Especial para El Espectador
La gula ha sido una debilidad común entre los papas a lo largo de los siglos. Se dice, por ejemplo, que Martín IV murió en 1285 por un empacho de anguilas del lago de Bolsena marinadas en vino. El papa Inocencio VIII también era inmensamente gordo y se pasaba el santo día durmiendo. Además, no era un hombre agradable en absoluto: fue el papa que inició la horrible caza de brujas que llevó a miles de mujeres inocentes a la hoguera. (Recomendamos: Capítulo del libro del papa Francisco “Soñemos juntos”).
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La gula ha sido una debilidad común entre los papas a lo largo de los siglos. Se dice, por ejemplo, que Martín IV murió en 1285 por un empacho de anguilas del lago de Bolsena marinadas en vino. El papa Inocencio VIII también era inmensamente gordo y se pasaba el santo día durmiendo. Además, no era un hombre agradable en absoluto: fue el papa que inició la horrible caza de brujas que llevó a miles de mujeres inocentes a la hoguera. (Recomendamos: Capítulo del libro del papa Francisco “Soñemos juntos”).
Engordó tanto que al final no podía moverse y tenía que alimentarse mamando de mujeres jóvenes. Como es de suponer, el doctor que le dio este consejo no tuvo ningún problema en mantener su cargo en la Santa Sede. Por algún motivo inexplicable, se decidió posponer el fin inminente de la patética vida de este papa con una transfusión. Tres jóvenes sanos de Roma dieron su sangre y cobraron un ducado de oro cada uno, pero no sirvió de nada; tanto el papa como los tres donantes murieron, y según se cuenta, tuvieron que arrancar las monedas de los puños apretados de los chicos.
No está claro si se trató de una transfusión como las actuales. Quizá dejaron que los chicos se desangraran, dieron la sangre al papa para que se la bebiera, y éste se murió igualmente. Pero aunque se hubiera tratado de una transfusión intravenosa con todas las de la ley, no es extraño que murieran los cuatro: Karl Landsteiner no descubriría los grupos sanguíneos hasta cuatrocientos años más tarde, en el año 1900.
Además, hay pocas probabilidades de que Inocencio VIII fuese del grupo AB positivo —receptor universal—, que no es muy frecuente, y, por otro lado, la posibilidad de que los tres jóvenes donantes fuesen O negativo —donante universal— es todavía más pequeña. La obesidad, la somnolencia y el mal humor son, desde el punto de vista religioso, una combinación de tres de los siete pecados capitales: gula, pereza e ira, pero en términos médicos son compatibles con los síntomas de la apnea obstructiva del sueño (saos), un trastorno del sueño que suele estar causado por la obesidad y en el cual la respiración se interrumpe repetidamente durante la noche (apnea).
En general la apnea suele ir acompañada de ronquidos y afecta al descanso: quien la padece no logra entrar en un sueño lo bastante profundo ni en la indispensable fase rem. Eso provoca que el paciente tenga sueño durante el día, que esté malhumorado y tenga una actitud muy pasiva. Además, a menudo tiene más hambre, lo cual empeora el sobrepeso, que a su vez agrava los problemas de sueño.
En su novela Los papeles póstumos del Club Pickwick de 1837, Charles Dickens describió a un personaje llamado Joe que tiene justamente esos síntomas. Por eso la apnea obstructiva del sueño a veces recibe el nombre de síndrome de Pickwick. Hoy en día, este trastorno se trata con éxito con un baipás gástrico laparoscópico: una operación de reducción de estómago que puede romper el círculo vicioso de pasividad, hambre, obesidad y problemas de sueño.
En el caso de Inocencio VIII habría podido cambiar mucho las cosas, porque lo que el mundo necesitaba en aquella época oscura era un papa sano, alegre y enérgico. Además, si Inocencio sufría realmente apnea obstructiva del sueño, el final de su vida debería considerarse una verdadera pifia médica. El saos puede provocar una falta crónica de oxígeno, lo cual estimula la producción de glóbulos rojos, y eso provoca un exceso de sangre en lugar de anemia, de modo que lo que no hay que hacer en ningún caso es una transfusión. Más allá de la causa, su fallecimiento en el año mágico de 1492 señala un adecuado final a la oscura Edad Media.
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Julio III fue uno de los papas glotones más descarados de todos. Ironías de la vida, en sus últimos meses tuvo cada vez más problemas para tragar, y al final no podía comer nada, hasta que en 1555 murió de hambre. Sus síntomas se parecen a los del cáncer gastrointestinal. Los tumores malignos en el punto en que el esófago entra en el estómago siguen un patrón característico y tienen mal pronóstico.
El principal problema es la disfagia, un término médico que describe la dificultad para tragar. Mientras el tumor todavía es pequeño, provoca dolor al ingerir sólidos, en especial alimentos difíciles de masticar como la carne. El paciente desarrolla horror carnis, que en latín significa «miedo a la carne». El alimento se atasca en el esófago y provoca mal aliento, halitosis. Cada vez cuesta más tragar, y en un par de meses ya sólo es posible ingerir líquidos. Mientras tanto, el tumor crece a toda velocidad y agota las reservas de proteína y grasas del organismo. Justo cuando el paciente necesita más alimento, ya no es capaz de comer. Queda consumido, sufre desnutrición aguda, y eso acaba provocándole la muerte.
Cuatro siglos más tarde, Angelo Roncalli se convirtió en Juan XXIII, un papa benévolo y muy popular que en la década de 1960 intentó modernizar la Iglesia católica convocando el Concilio Vaticano II. Él también estaba demasiado gordo. Tanto, de hecho, que tras la fumata blanca no encontraron nada de su talla para salir al balcón de la basílica de San Pedro a bendecir a los fieles, por lo que le pusieron una túnica cortada por detrás. El gentío que se había congregado en la plaza no se dio cuenta. Este pontífice también sufrió debido a su sobrepeso, y también murió de cáncer de estómago.
Por lo general, este tipo de cáncer sólo provoca problemas de deglución en fases tardías, ya que al principio el esófago no se ve afectado; sin embargo, la aversión a la carne, el horror carnis, es uno de sus síntomas tempranos típicos. En el estómago, los jugos gástricos atacan el tumor, lo que provoca una úlcera dolorosa en la parte superior del abdomen. La úlcera del tumor también puede sangrar, poco a poco, de modo que el paciente sufre anemia u otros problemas como hematemesis (presencia de sangre en el vómito) y melena, un término médico para referirse a las heces ennegrecidas por la sangre de los intestinos.
Conforme el tumor aumenta de tamaño, el paciente cada vez tiene más problemas para comer, como ocurre con el cáncer de esófago. La comida no digerida se vomita, y finalmente se alcanza un estado de caquexia mortal. Juan XXIII no llegó a este punto. Debido a su anemia, se le hizo una radiografía del estómago que reveló la presencia de cáncer. El diagnóstico se mantuvo en secreto tanto como fue posible.
Más de dos mil obispos de todo el mundo acudieron al concilio y Juan XXIII estuvo en el punto de mira continuamente, aquejado por dolores y problemas estomacales constantes. Tuvo múltiples hemorragias gástricas y fue hospitalizado varias veces. Murió en 1963, a los ochenta y un años, debido a una perforación gástrica. La úlcera de su tumor estomacal había agujereado la pared del estómago.
* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial. Arnold van de Laar (Bolduque, Holanda, 1969) estudió Medicina en la universidad belga de Lovaina y trabajó como cirujano jefe en la isla caribeña de San Martín. Especializado en cirugía laparoscópica, ejerce en el hospital Slotervaart de Ámsterdam, ciudad en la que vive con su mujer y sus dos hijos, y por la que, como buen holandés, se mueve en bicicleta. Los derechos de traducción de El arte del bisturí, su primer libro, se han vendido a más de una decena de idiomas.