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“No tenemos margen de error”, decía el coronel Assimi Goita al día siguiente del golpe de estado de agosto de 2020 que lo convirtió en el nuevo hombre fuerte de Malí. Nueve meses y un segundo golpe después, las declaraciones le persiguen.
En medio de esta nueva crisis, sigue subsistiendo un halo el misterio en este antiguo comandante del batallón de las fuerzas especiales convertido en vicepresidente de la transición, así como sus motivaciones: ¿sacrificio personal o ebrio de poder?
Los malienses, hartos por años de violencia, pobreza y corrupción, recibieron con alivio en 2020 la noticia de que los militares habían depuesto al presidente Ibrahim Boubacar Keita.
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Tras la detención, el lunes, del presidente y del primer ministro de transición instigada por Assimi Goita, muchos malienses decepcionados, tienen que aguantar a los golpistas de 2020, que actualmente ocupan altos cargos en sustitución de la vieja clase política en una realidad que no es mejor que la de antes.
“No tenemos margen de error. Por lo que, al hacer esta intervención ayer, hemos puesto el país primero, Malí primero”, dijo el coronel Goita el 19 de agosto de 2020.
El mundo había descubierto la víspera al pequeño grupo de coroneles que habían puesto fin abruptamente a una presidencia turbulenta y anunció la instauración de un gobierno de militares.
Goita, un desconocido de 37 años sentado en el grupo, dejó que otro, el coronel Ismael Wagué, leyera el comunicado informando a los malienses que los soldados habían decidido “asumir (su) responsabilidad”, porque “nuestro país, Malí, cae cada día un poco más en el caos, la anarquía y la inseguridad por culpa de los hombres encargados de su destino”.
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Ser y parecer
Nada anunciaba entonces que la palabra de Goita iba a ser tan rara como sus apariciones en uniforme de camuflaje y su gorro verde. Población, gobernantes, diplomáticos, periodistas iban a asistir a la ascensión del jefe de la junta y a la militarización del aparato del Estado.
Hijo de un antiguo director de la policía militar, Goita estudió en la principal escuela militar de Malí, la Prytanée de Kati.
En 2002, fue enviado al norte donde se curtió, basado sucesivamente en Gao, Kidal, Tombuctú. Ménaka, Tessalit. Participó en el combate contra los rebeldes independentistas, y después contra los yihadistas y aumentó de grado.
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No hay nada que distinga al oficial atlético de los hombres en uniforme de combate que le acompañan a todas partes.
“Parecer no es su problema. Es un hombre de terreno, se ha visto en el norte”, dice un coronel que ha pedido el anonimato.
Después de agosto de 2020, Goita sigue huyendo de los focos.
Entonces, la comunidad internacional y los Estados africanos occidentales temían que los militares pusieran la mano en el Estado. Lograron que la transición que iba a llevar a los civiles al poder durara 18 meses, y no tres años como pretendían, y que el presidente y vicepresidente fueran civiles. Goita tuvo que renunciar a la posibilidad de convertirse en presidente en caso de impedimento de aquél.
Hijo del país
En la realidad, la junta decide los nombramientos: presidente, primer ministro, miembros del órgano legislativo de la transición. Coloca a los suyos en los ministerios. Reemplaza a muchos civiles por militares en los importantes puestos de gobernador en las regiones.
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La vicepresidencia con atribuciones fundamentales de defensa y de seguridad fue tallada a medida para Goita.
Son solo “las partes que emergen de un sistema mucho más amplio destinado a garantizar el control de la exjunta en el aparato del Estado. Esto dice mucho sobre la sed real de poder, detrás de la apariencia de transición civil”, dice Ornella Moderan, jefa del programa Sahel del Instituto de Estudios de Seguridad (ISS).
Rápidamente, Goita se convierte en un interlocutor ineludible para los socios extranjeros: comprometido en la lucha antiyihadista y prometiendo entregar el poder a los civiles al final de la transición.
La detención del presidente y del primer ministro confronta estos socios a una situación complicada y los expone a las “lacras” del inicio de la transición, a la que muchos se han acomodado, dice el sociólogo Bréma Ely Dicko.
En un contexto social y político “bastante pernicioso”, la exclusión de dos coroneles en el nuevo gobierno formado por el presidente y primer ministro “fue percibido como una especie de afronta, sobre todo porque fueron ellos los que hicieron venir al presidente”.
Ha actuado como un “soldado” y un “hijo del país garante de la estabilidad”, dijo el miércoles su asesor Baba Cissé.