
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
En mi primera visita al templo de Ise, el santuario máximo del sintoísmo en Japón, uno de los monjes me dijo que cuidadito con confundir su religión con el animismo de los indígenas americanos. “Es un credo muy distinto”, me advirtió frunciendo el ceño y borrando esa solícita sonrisa de los japoneses cuando atienden a un extranjero. (Recomendamos más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).
El sintoísmo se sitúa al lado opuesto de las religiones monoteístas, como el cristianismo, el judaísmo y el islam, y rinde culto a la miríada de dioses afincados en la naturaleza, como el de la lluvia, el de las montañas o el de los truenos.
Por eso muchos antropólogos lo encasillan dentro del animismo, entendido, según el diccionario, como “creencia que atribuye vida anímica a todos los seres”. Pero a diferencia de muchos de los rituales de los nativos americanos, los sintoístas no sacrifican seres humanos o animales. En cambio fomentan un rechazo casi alérgico a la sangre.
A la mala imagen de la sangre en Japón se atribuyen las escasas referencias a la eucaristía en las crónicas de las primeras evangelizaciones católicas llevadas a cabo por los europeos en el Japón del siglo XVI.
Cuando nos despedimos, el monje me obsequió un folleto en inglés, por el cual me enteré de que el santuario de Ise tiene la misma extensión de París (unos 105 kilómetros cuadrados).
El templete central es reconstruido cada 20 años y toda su madera es reciclada, en una ceremonia milenaria por la cual los sintoístas son considerados pioneros de la sostenibilidad.
Al carecer de dogmas, doctrinas o líderes fundacionales, la vida de sus creyentes está regida por la pureza y la honestidad, dos principios determinantes en las costumbres y conductas de los japoneses actuales.
La higiene japonesa, para nosotros obsesiva, y su respeto por el bien ajeno, o incluso sus esfuerzos sobrehumanos para no decir mentiras, tienen su origen en los pilares de su religión.
El folleto decía también que los rituales del santuario de Ise tienen lugar bajo la dirección del propio emperador de Japón, como “descendiente directo” de la diosa Amateratsu Omikami.
Dicha afirmación restituye la supuesta divinidad que el sintoísmo le asignaba al monarca nipón hasta la derrota de la Segunda Guerra, cuando el ejército aliado lo obligó a celebrar el Año Nuevo de 1946 con un mensaje de renuncia a sus atributos sobrehumanos.
Como otras religiones, el sintoísmo tiene fama de ser utilizado por el gobierno como instrumento de unidad nacional y para garantizar la obediencia de la población. Dicha estrategia vuelve a estar latente debido al creciente interés en potenciar el militarismo y, por esta razón, los autores japoneses más críticos recomiendan tener cuidadito con ciertos monjes.
* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.