Los intérpretes que auxiliaron a los primeros misioneros europeos que predicaban en el Japón del siglo XVI eran marinos o comerciantes con un vocabulario teológico más bien restringido. Por eso los malentendidos no se hicieron esperar y empezaron de inmediato con el sustantivo “Dios”. (Recomendamos más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).
El padre Renzo de Luca, argentino y superior de los jesuitas del archipiélago, me explica que cuando Francisco Javier, el pionero de las misiones, pisaba tierras niponas, la gramática de nuestro idioma llevaba poco más de 50 años de publicada y los diccionarios castellano-japonés estaban aún por inventar.
Con la ayuda de traductores medianamente informados, Francisco Javier y sus compañeros se prodigaron en divulgar la palabra de “Dainichi”. No tardaron en darse cuenta de que la cálida acogida que les brindaban los amables bonzos se debía no tanto al poder de convicción del cristianismo, sino al hecho de que “Dainichi” era una importante figura en el panteón de los dioses budistas.
Recurrieron al nombre extranjero “Deus” y así los japoneses entendieron que los “bárbaros venidos del sur”, como los llamaban por haber llegado de esa dirección, predicaban la palabra de un todopoderoso creador muy distinto a los dioses transformativos orientales.
Una vívida recreación de los contactos iniciales se puede leer en la novela Dainichi, de mi colega Ramón Vilaró, excorresponsal del diario español El País en Japón, con quien nos une el proyecto de una serie televisiva sobre las partes más dramáticas de aquella epopeya.
Los conocimientos históricos y teológicos del padre De Luca fueron puestos al servicio de Martin Scorsese, creyente fervoroso que lo visitó cuando dirigía el Museo de los Mártires de Nagasaki para documentarse y ambientar su adaptación cinematográfica de Silencio (1966), la novela del autor católico japonés Shusaku Endo.
Scorsese quiso saber su opinión sobre el protagonista de Silencio, Ferreira, un misionero que apostata en el Japón del siglo XVII, y el padre De Luca le explicó que hoy casi la mitad de los que empiezan la vida religiosa la dejan después de algunos años.
Actualmente, me comenta, tiene unos 150 jesuitas japoneses y extranjeros, de los cuales 26 pasan de los 90 años. Los jesuitas fueron expulsados en la primera parte del siglo XVII y se les permitió regresar tres siglos después. En 1913 fundaron la Universidad de Sofía, una institución javeriana hoy considerada una de las principales universidades de Japón, con unos 14.000 estudiantes.
En un país con 126 millones de habitantes, los católicos nativos no llegan a medio millón, o un 0,4 % de la población. Ahora llaman a Dios Kami-sama, una palabra que también usan los sintoístas para sus divinidades. Babel sigue haciendo de las suyas.
* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.