La palabra “milagro” fue la gran ausente en las noticias japonesas sobre el accidente de un avión comercial del que se salvaron todos sus 379 pasajeros y tripulantes.
Japón estaba atento a las noticias del terremoto del primer día de 2024, que contabilizaban 30 muertes hasta esa tarde del 2 de enero, cuando la imagen de una explosión en la pista del aeropuerto de Haneda, en Tokio, acaparó las pantallas.
El vuelo doméstico de Japan Airlines (JAL), un Airbus A350-900, se estrelló al aterrizar contra un Bombardier DHC8 de la Guardia Costera cargado con provisiones para los damnificados del terremoto.
El DHC8, habría malinterpretado las órdenes de la torre de control y, por lo informado hasta ahora, se situó en medio de la pista.
La explosión, y el consiguiente incendio, pusieron fin a la vida de cinco de los seis tripulantes del avión de socorro.
Para los pasajeros y tripulantes de JAL se inició una odisea de 18 minutos con final feliz.
Según los videos de los pasajeros, no hubo pánico pero si nerviosismo cuando se incendiaron las alas del Airbus y el humo empezó a entrar al avión.
Algunos pasajeros piden abrir las puertas, los niños empiezan a llorar, a pedir auxilio y a decir “tengo miedo”. Pero nadie deja su asiento.
“Cuando vi la humareda pensé que me quedaban unos segundos de vida” dijo uno de los pasajeros en una entrevista posterior.
Pasan unos siete minutos mientras las azafatas confirman cuáles son las salidas seguras para una evacuación que implica saltar por una rampa inflable en zonas próximas al fuego.
Un hombre dice a su familia: “Tranquilos. Escuchemos las instrucciones y todo va a salir bien”.
La manera expeditiva de las azafatas al dirigir la evacuación denota su buen entrenamiento. Un pasajero regaña a otro: “¡Deje su equipaje!”. Otros ceden el paso a los padres con niños.
Los medios nipones informaron de cómo la prensa mundial calificó la evacuación de “milagro”, y los residentes extranjeros elucubramos sobre qué hubiera pasado en nuestros respectivos países en una emergencia similar.
Recordamos que en esta sociedad prescriptiva, donde estamos acostumbrados a oír insistentes instrucciones en atiborrados transportes, cines, estadios, supermercados y eventos, obedecer es de sentido común.
“Esto solo pasa en una sociedad conformista”, apuntó un extranjero en un mensaje a un diario digital.
Una azafata veterana destacó la importancia de actitudes como la del pasajero que tranquilizó a su familia y pidió esperar las indicaciones de la tripulación.
Y un superviviente explicó que había visto el consabido vídeo de a bordo, al que pocos viajeros regulares hacen caso hoy, y que supo acatar las instrucciones porque las tenía frescas en su mente.