En conciertos, fiestas y otras ocasiones sociales, es habitual encontrar en Tokio un tipo de mujer cuyo atractivo es un compendio de acertadas elecciones en lo que respecta a actitud y forma de vestir: la hija del importador.
Tiene el porte sereno de alguien que sabe exactamente el tipo de crema que mejor hace lucir su piel, el corte de pelo para realzar sus facciones y las prendas para darle a su cuerpo una silueta elegante sin ostentación.
Entabla sin problema conversaciones en inglés, y a veces en otros idiomas, pues vivió de niña en países extranjeros y estudió en escuelas internacionales.
Sabe dónde se consigue el café más raro o exclusivo y elige sin titubear el regalo perfecto para quien creía que no necesitaba ya nada.
Y todo gracias a la profesión de su padre, ejecutivo de multinacionales japonesas de la importación y la exportación (llamadas sogo sosha), especializado en proveer combustibles, metales o alimentos para un archipiélago rico en divisas y ávido de recursos naturales.
La faceta más glamurosa y gratificante de su profesión (y la que más disfrutaban su mujer y su hija), era encontrar productos exquisitos en sectores de consumo, como la gastronomía o la moda.
Acercarse hasta una bodega escondida en las colinas de Toscana para probar las variedades del vino Chianti y determinar sus afinidades con el paladar japonés, era una tarea que se solía acompañar de polentas, minestrone, quesos de oveja y otros platos típicos de aquella pintoresca provincia italiana.
Expediciones parecidas tenían lugar para buscar las mejores marcas de té Darjeeling en Londres o las faldas de última moda en las colecciones de París.
Sus obligaciones también incluían estudiar el mercado del país en el que residía e identificar oportunidades de negocio para los exportadores japoneses.
Para expertos del comercio nipón, como el profesor mexicano Adolfo Alberto Laborde, este tipo de hombre-empresa japonés “es el agente secreto de la inteligencia económica que con sus reportes contribuye a la buena toma de decisiones de sus superiores”.
En su novela “Sosha Man, El hombre empresa en el contexto de la inteligencia económica”, Laborde narra su experiencia en una empresa nipona y aporta invaluable información sobre su funcionamiento con frases como: “Si todo sale bien, no hay nada de reconocimientos, si sale mal, hay regaño y despido”.
Publicado en 2013, el libro sigue vigente como herramienta para los estudiosos del comercio internacional y todo aquel que quiera entender la idiosincracia de la corporación nipona.
Interesado en entender mejor a la hija del importador, busqué en el suculento libro términos femeninos como mujer, esposa e hija, y el resultado fue cero.
Sin duda alguna, una omisión elocuente.
* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.