Conjugado con especial entusiasmo en los países latinos del mundo y pasatiempos favorito de mi fallecida abuela materna, el verbo ventanear brilla por su ausencia en Tokio, una ciudad donde la curiosidad por lo ajeno está mal vista y las ventanas son elementos arquitectónicos que se limitan a proporcionar luz, ventilación y a embellecer los espacios. (Recomendamos más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).
La poca valoración que los japoneses hacen de la ventana como instrumento de comunicación, proveedor de entretenimiento y plataforma para el coqueteo y el chisme quedó en evidencia durante los confinamientos por la pandemia del covid-19.
Mientras gran parte del mundo se asomaba a las ventanas para aplaudir al sector médico, desahogarse con los vecinos, pedir socorro u ofrecer consuelo cantando Nessun dorma, de Puccini, en Japón ventanas y cortinas se mantuvieron discretamente cerradas.
“No tenemos costumbre” y “es una molestia para los demás”, fueron las dos primeras respuestas que obtuve cuando inquirí a mis conocidos tokiotas por su desdén a usar las ventanas para intercambiar mensajes verbales y no verbales. Existe, eso sí, un Instituto de Investigación de las Ventanas (Window Research Institute) que promete en su web “explorar y presentar la historia detrás de cada ventana con detalles desconocidos hasta ahora”.
A continuación muestra fotos perfectas de casas desiertas y explica, en jerga arquitectónica, medidas, alturas, formas y capacidad de las ventanas para crear “espacios focales vagos”.
La ventana tradicional japonesa es una estructura de madera forrada con papel de arroz cuya fragilidad de galleta se suele relacionar con el aprecio nipón por lo efímero de la vida.
Produce esa luz tamizada y suavizante buscada por los fotógrafos de cosmética, y su uso más común en la literatura y el cine es anunciar con una silueta borrosa la llegada de alguien o difuminar gradualmente al que se aleja.
Los arquitectos japoneses inventaron un extenso catálogo que incluye ventanas para ver la nieve (tapando el cielo plomizo) o ventanas que dividen el paisaje y enseñan lo distinto que puede ser el mismo árbol partido en secciones o visto a través de un círculo perfecto.
Para constatar la ausencia de interacción humana a través de las ventanas realicé una vez una larga caminata por un barrio residencial de Tokio y concluí que, dejando aparte alguna camisa colgada en un balcón y unas bolsas de desperdicios, sería imposible corroborar la existencia de alguna forma de vida.
Pero cuando quise dejar sobre las bolsas la lata del refresco que me acababa de tomar, surgió de la nada una señora que me increpó por usar su basura sin permiso.
Confirmé que me había estado observando sigilosa desde su ventana, evoqué a mi fisgona abuela materna y sentí un atisbo de cercanía cultural.
* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.